Cuando te engañan
Cuando te engañan
La elección de la mascota adecuada (o la elección de la familia adecuada) es un buen mirador para que, de una vez por todas, asumas que te acomodaron, perdiste, te engañaron. Porque todos en tu casa querían una mascota. Y vos, provocador y tonto, retrucaste: ¿y quién va a cuidarla? Ya sabemos... Pónganme ya mismo bozal legal. Porque arranco y no sé dónde termino.
TEXTOS. Néstor Fenoglio ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Sucede con la pileta, con el jardín o la quinta, y con la mascota: a todos les gustan, pero hay al menos uno que debe encargarse de los costos, de la parte fea, de los daños colaterales. Alguien debe hacer el maldito trabajo sucio. Antes de comprar el pajarito, dice el Indio Solari, debías preguntar tal vez cuánto costaba la linda jaula... Porque te la ponen (con todo respeto, eso sí) tus seres queridos sin compasión.
Voy a dar ejemplos concretos: mi amigo Ricardo mantuvo una cerrada negativa a tener pileta en casa, sabedor de que finalmente él, mi amigo, Ricardo, sería el (único) encargado, abiertamente, del mantenimiento y limpieza. Sabía, él, mi amigo, Ricardo, sabiamente, que todos están anotados para zambullirse. Pero que todos luego desaparecen a la hora de los productos, el cuidado del filtro, el pago de no sé qué, la limpieza del fondo y otras bellezas. Cuando toda la familia clamó por la consabida pileta, él, mi amigo, Ricardo, tonto, privilegió como buen capitán la paz interior ante el inminente amotinamiento de la tropa. Y ahora limpia la pileta él, mi amigo, Ricardo, solito como un ricardito. Y los otros se zambullen felices incluyendo los vecinos e incluyendo a su amigo, yo, Néstor...
Con el jardincito chiquito o la quinta grande, lo mismo. ¿Quién se va a encargar de cortar el pasto? preguntás entre sobrador y sapiente. ¿Quién va a ser? ¡Vos, gil!
La mascota es el caso perfecto, el caso arquetípico: toda la familia clama por el tierno cachorrito, empezando por los cachorritos tiernos de tus hijos, esos animales salvajes... Vos vas más lejos esta vez, con lo cual te ensartás más. No sólo preguntás quién se va a encargar de pasearlo, vacunarlo, alimentarlo, lavarlo y juntarle las heces (a mí me trajeron una que hace eses: caga sinuosa la hija de su madre, quienquiera que fuera...), sino que hasta lográs firmes compromisos, que se terminan con la novedad. Al segundo día, la mascota entera es tuya, bolú, y jodete.
No voy a entrar aquí en la interna de los amantes de animales (hay interna, se los digo así, de una), que son todos amorosos pero quieren enchufarte, insuflarte, “su” propio amor por los bichos, empezando por el cachorro de gran danés que encontraron en la calle. ¿Va a ser pequeño?, preguntás nuevamente con tonta inocencia. Y sí, un poquito más grande que un chihuahua..., te contestan y vos confiado te llevás la criatura. Cuando advertís todo lo que morfa, y todo lo que depone, querés asesinar al amante de animales que te lo enchufó. Y a tu familia que consintió y que es parte de esa asociación ilícita. Pero ya es tarde. El elefante ya está en tu casa. Todo es una cagada literalmente, pero hay que ponerle actitud y pelearla.
En tu patio ya hay habitantes nuevos, además de tu mascota (por ejemplo, pulgas, moscas), que se entretiene, por el estrés del traslado (es un tiempito, nada más, no te va a causar mayores problemas), con la palmerita que cuidabas con unción y que creció a razón de dos centímetros por año y decreció a razón de toda su poca extensión en dos minutos; con los trapos para limpiar el auto y con los diarios que guardás para encender el asado.
Te sentís engañado, casi humillado, un infeliz héroe moderno, mientras tu familia ni gracias te dice por lo que ya es tu (o sea “mí”) obligación. Jurás ahí mismo que no te enganchan más, que se puede ir bien un poquito al carajo (despacio, grosero, a ver si la pobre mascota cree que le estás hablando a él y se deprime) tu familia entera y que la próxima vez vas a traer a casa una tortuga. En lo posible, de plástico.