Crónica política
Crónica política
Los laberintos del poder peronista

Martín Insaurralde con Cristina Fernández. Fue arduo el esfuerzo que tuvo que realizar la presidenta para imponerlo como candidato, aunque a la hora de los balances parece que será más recordado como el candidato derrotado por Massa que como el delfín de una buena nueva kirchnerista. Foto: DyN
por Rogelio Alaniz
“Defienden sus errores como si estuvieran defendiendo su herencia”. Edmund Burke
A la señora no le resultó fácil imponer a Martín Insaurralde como candidato, y si bien ahora su nombre ha sido modestamente instalado en la opinión pública, hay serios motivos para sospechar que a la hora de los balances será más conocido como el candidato derrotado por Massa que como el flamante delfín de una hipotética buena nueva kirchnerista.
Cuando el 28 de octubre a la madrugada los locales partidarios del oficialismo apaguen sus luces y una persistente sensación de abandono y tristeza recorra las ruinas de una fiesta que fracasó antes de empezar, el nombre de Insaurralde se irá desvaneciendo en el aire hasta sumergirse en el olvido. Los memoriosos recordarán, en el mejor de los casos, al candidato impuesto por la señora que en el plazo de dos meses fue derrotado en todos los terrenos, derrotas infligidas por sus previsibles rivales, pero también por quienes no vacilaron en dejarlo a la intemperie cuando se le ocurrió promover leyes que rebajaban la edad de imputabilidad de los menores, a contramano de un relato oficial cuyos principales titulares en la materia siempre insistieron en que la inseguridad es una sensación malsana promovida por los tenaces y perversos designios de Magnetto y sus dóciles cómplices.
Al oportunismo de Insaurralde, quien promovió sanciones penales para los menores de catorce años con la misma responsabilidad intelectual con la que podría haber promovido la pena de muerte a los ladrones de gallina o cualquier disparate que le permitiera aumentar sus famélicas posibilidades electorales, se le suma el error imperdonable de aproximarse a Daniel Scioli, un delito interno que el código secreto del kirchnerismo no perdona.
Lo cierto es que Insaurralde exhibirá hacia ese insignificante fragmento de historia que le asigne el futuro, la curiosidad de haber sido derrotado simultáneamente por sus adversarios y sus compañeros. Su tragedia personal se compensará, en parte, por la certeza de que en definitiva su derrota es, en primer lugar, la derrota de su jefa.
Las elecciones de agosto certificaron, de una vez y para siempre, que la consigna “Cristina eterna” no fue más que una fantasía de funcionarios convencidos de que para ellos no hay otro destino que no sea el de medrar bajo su sombra. Pero si la derrota de agosto clausuró de una manera casi brutal las ilusiones de beneficiarse otra larga temporada con los resplandores del poder, la derrota que se avecina para octubre puede sacudir la línea de flotación de un gobierno que siempre concibió el ejercicio del poder como una proeza personal y que, por lo tanto, no está acostumbrado a buscar entendimientos con sus rivales políticos y lidiar con dirigentes que no están dispuestos a practicar la disciplina del verticalismo o la obsecuencia que constituye una de las venerables tradiciones del populismo criollo.
En definitiva, tal como se presentan los hechos, la señora no sólo deberá resignarse a dejar el gobierno el día que establecen las leyes, sino que además deberá admitir con el desasosiego del caso, que ése puede ser uno de los destinos más agradables que le aguarda, sobre todo cuando se pertenece a una fuerza política cuya cultura y tradiciones enseñan a su feligresía que el tránsito de la obsecuencia al olvido, de la obediencia servil a la deserción, se puede recorrer sin penas ni olvidos y sin trastornos ni remordimientos.
En consecuencia, el 28 de octubre a la mañana, los últimos fieles de una causa derrotada se aprestarán para iniciar su peregrinación a la nueva Meca cuya nave central estará levantada en Tigre, como en otro momento estuvo en La Rioja o en el Calafate. El peronismo se prepara para imponer su nuevo profeta, al que le rendirán los mismos homenajes que ayer le rindieron a Kirchner y anteayer a Menem. Que el nuevo jefe se llame Massa es una chance posible, si previo a ello logra imponerse al poderoso gobernador de la provincia de Buenas Aires que promete lo mismo que él, aunque por esas circunstancias de la enrevesada y laberíntica política el destino lo puso en esta coyuntura del lado perdedor, una desventaja que no le va a ser sencillo revertir, porque, tal como se presentan los hechos, daría la impresión de que el heredero de la señora será quien la enfrente y no quien especule contar con su bendición para heredarla, bendición que, dicho sea de paso, la señora siempre se empecinó en negarle al actual gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Así planteadas las cosas, no es arbitrario suponer que para Massa la disputa contra Insaurralde fue un lance menor, en tanto que el match de fondo deberá disputarlo con Scioli, el candidato con quien compartieron en tiempos no tan lejanos funciones públicas y candidaturas testimoniales protegidos por el manto generoso de los Kirchner.
Massa sabe que para ser el candidato del peronismo en 2015 deberá derrotar a Scioli, un objetivo que seguramente ya está incorporado a su agenda, aunque no ignore que cumplirlo no será una tarea sencilla, entre otras cosas porque hasta para el observador más despreocupado los perfiles políticos de Massa y Scioli son semejantes, y si bien este último no se priva de decir a través de sus seguidores que no es lo mismo gobernar una provincia como Buenos Aires que atender las necesidades de un country veraniego como Tigre, no debería perder de vista que los últimos veinte años este país estuvo gobernado por políticos que forjaron sus primeras armas en aldeas mucho más precarias y reducidas que el supuesto country de Tigre.
Massa, por su parte, ha perpetrado la semana pasada una jugada política estratégica para un caudillo peronista del Conurbano. Las fotos con el senador Reutemann -más allá de las previsibles desmentidas posteriores o de las observaciones acerca de que nadie está pensando en 2015- es algo más que la imagen de dos políticos compartiendo una bucólica jornada campestre. La presencia en la reunión de los impasibles pero expectantes dirigentes ruralistas crea condiciones propicias a un entendimiento político que es, al mismo tiempo, territorial y económico.
En efecto, uno de los límites difíciles de traspasar para un dirigente salido del Conurbano es el que impone una región cuyo centros emblemáticos son La Matanza y Riachuelo, dos puntos que dan cuenta de una suerte de paraíso populista fundado en los subsidios, el atraso tecnológico, la mano de obra precaria y la corrupción. El acuerdo con Reutemann puede abrir el Conurbano al litoral, y Reutemann puede ser la llave de esa apertura, ya que por razones difíciles de dilucidar, pero no por ello menos certeras y eficaces, el ex corredor encarna con sus virtudes y límites la representación de lo que se conoce como “el campo”.
Si en la actualidad uno de los soportes políticos de Massa se manifiesta a través de una liga de intendentes, considerados como los nuevos protagonistas de la política contemporánea, Scioli intentará por su lado contrarrestar esa influencia construyendo una liga de gobernadores como garante de un nuevo consenso nacional de signo peronista. En todos los casos, lo que se presenta casi como un dato obvio de la realidad es que el peronismo, en cualquiera de sus variantes, reconstruirá su poder desde las diversas estructuras del Estado, una práctica política que se ha constituido en algo así como una marca registrada del populismo criollo y que se justifica en nombre del más crudo pragmatismo o invocando las honorables tradiciones de lo que se define como cultura movimientista, una suerte de coartada ideológica que, más allá de las promesas discursivas de la coyuntura, legitima los más diversos y controvertidos procedimientos de un estilo político que, efectivamente, ha resultado muy eficaz para sostener el poder, aunque el precio a pagar haya sido la destrucción de la república y, sobre todo, la reducción del Estado a una caricatura de sí mismo.
Daría la impresión de que el heredero de la señora será quien la enfrente y no quien especule contar con su bendición para heredarla.
El peronismo se prepara para imponer su nuevo profeta, al que le rendirán los mismos homenajes que ayer le rindieron a Kirchner y anteayer a Menem.