La vida es bella

Arturo Lomello

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Si los hombres no tuviéramos tanta miopía ante la belleza de vivir seríamos incapaces de violencia. Es lo que nos muestra el arte genuino que nos enamora de los bellos contenidos de la existencia, aun en el caso de expresar tragedias, porque cuando es auténtico libera las almas, llevándonos al territorio donde todos -aunque sea por contraste- exhiben su infinitud.

Ahora que nos encontramos ante una nueva posibilidad bélica nos podemos dar cuenta cabal de lo que acabamos de expresar. ¿Cómo atacar con guerra química si asumimos que aquel que sufrirá las consecuencias de ella es un ser como nosotros, a imagen y semejanza de Dios? ¿Cómo le dispararíamos misiles atómicos matando a seres inocentes e indefensos? ¿Cómo destruir millones de vidas, obra maestra del Creador, mientras somos incapaces de crear una célula viva?

Y pensar que a lo largo de nuestra historia son millones los muertos en el holocausto provocado por nuestra miopía. Cabe preguntarse si alguna vez recuperaremos la visión. Lo cierto es que la belleza sigue golpeando constantemente a nuestra puerta y que nosotros seguimos ignorándola, traicionando el maravilloso don de la vida, plasmando un verdadero infierno.

Y sin embargo, el otro rostro es el de la caridad y el del arte, que pese a todo continúan luchando contra la necedad. Cuánto amor ha inspirado e inspira Jesucristo mediante seres como la hermana Teresa de Calcuta, por citar un ejemplo famoso. Y más todavía las millares de personas anónimas que sin estridencias viven enamorados de la belleza de existir. Y aquí recordamos esa profunda película italiana, “La vida es bella”, donde el protagonista, mediante la creación de un cuento, hace creer a su hijo que se trata de un juego la realidad atroz de un campo de concentración, y así le salva la vida, mientras él es ejecutado. Lo que nos dice “La vida es bella” constituye la esperanza de que la caridad y el arte, insistiendo como una oración, nos salve de tanto horror restituyendo la mirada del amor.