SEÑAL DE AJUSTE

Tachero a la siesta

Tachero a la siesta

“Taxxi” es un “melodrama con suspenso”, según lo definen sus productores. El proyecto pertenece a Gabriel Corrado, unido a Catherine Fulop en el cartel estelar.

Foto: Gentileza Telefé

 

Roberto Maurer

Cuando podía pensarse en ella como en una especie de otra era, la novela de la tarde ha resucitado, y como si el tiempo se hubiera detenido: está igual, no ha cambiado, porque volvió fiel a sus clisés tradicionales, aunque con un erotismo más desarrollado que se sitúa entre la mayor tolerancia de esta época y lo permitido por el horario. Y con el valor agregado de un protagonista con oficio de tachero. Ya sabemos que la figura del taxista, desde Rolando Rivas, ha quedado estampada en la memoria del público televisivo.

“Taxxi, amores cruzados” (lunes a viernes, a las 15.30) es una iniciativa de Telefé para reconquistar una franja para el género cuyo últimos habitantes, “Herencia de amor” y “Mujeres de nadie” pasaron sus días finales más cerca de la languidez que del éxito.

El proyecto pertenece a Gabriel Corrado, unido a Catherine Fulop en el cartel estelar. Ambos veteranos comparten una propiedad: como actores están constituidos por el mismo material, que puede ser la madera, la piedra o un sintético irrompible de los que ahora abundan. A través de los años, de todos modos, ya no son meramente lindos y el tiempo los ha favorecido: son rostros con carácter.

“Taxxi” es un “melodrama con suspenso”, según lo definen sus productores, y fue suficiente el primer capítulo para aceptar que la ficción romántica llega combinada con una intriga policial violenta.

El padre

Martín Montana (Gabriel Corrado) es un taxista que enviudó hace ya quince años y todavía no le bajó la bandera. Sin consuelo, cultiva su dolor de una forma casi viciosa. Todas las noches mira fotos de la difunta y el anillo de casamiento, hasta que un día auxilia en la calle a una muchacha aturdida y golpeada llamada Tania (Rocío Igarzábal) que es una versión rubia de aquella que fue su esposa inolvidable. Flechado al instante, la lleva al sanatorio, donde, en su ansiedad, se pone una chaqueta blanca, se hace pasar por médico -de hecho lo es, pero se ha refugiado en el taxi después de perder a su mujer- y cura con eficacia la lastimadura de la chica.

Pero ignora que se trata de una trampa tendida por el malvado Moretti (Jorge Marrale) que busca una venganza con origen en secretos del pasado. Lo llaman “El Jefe” y es tan malo que no se sirve el whisky de la botella sino en uno de esos frascos facetados con tapón que solamente usaban los villanos refinados de las películas de los años ‘40. Ha citado al taxista para un trabajo especial, que el protagonista rechaza. Al irse, se cruza con la misma muchacha que socorrió, Tania, cautivándolo. Ha caído en una trampa. Luego, con una expresión de odio, ella dirá a Moretti: -Lo voy a enamorar y lo voy a dejar, sufrirá, y después lo mataré como a un perro.

Es gente mala, y si se duda y si no nos alcanza la forma en que Moretti toma whisky, el villano, además, tiene escondido a un pobre tipo atado y amordazado al cual maltrata.

El hijo

Por otro lado, está Diego (Nicolás Riera), hijo del taxista, un muchacho pintón, seductor y entrador, que acaba de llegar de Madrid. En el avión, dos azafatas enceguecidas abusaron de él, por turno, tal es su atracción. Luego visita a su novia Emma (Micaela Váquez), cuyo trasero robusto parece surgido en “Cuestión de peso”, y se comportan como bestias en celo. Incansable, sin saber que es la madre de su novia, Diego también avanza sobre Lucía (Catherine Fulop), una publicista madura a la cual conoce casualmente.

El espectador ya tiene a la vista, todavía borrosas, las líneas que el Destino traza para las telenovelas, y ya anticipadas en el título a través de la expresión “amores cruzados”: el padre se enamora de una chica joven y el hijo de una señora grande. Es la transversalidad generacional en los asuntos del corazón.