El día del inodoro

Por si no lo sabían -el Toco y me voy es una enciclopedia levantisca, aprovechadora y súbita, como casi todo, bah...- el 19 de noviembre suceden dos cosas increíbles en el mundo: es el cumpleaños del dibujante impronunciable de esta columna -aguante, polaco- y es el Día Internacional del Inodoro. Una cosa no tiene necesariamente relación con la otra.

TEXTOS. Néstor Fenoglio ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

El día del inodoro

 

 

Y sí, quizás también a mí me causó la misma escatológica sorpresa (es feo cuando en esta materia te caen cosas de sorpresa...) saber que existía un Día del Inodoro. Creí que era una joda. Pero no: existe, y tiene su justificación. Así que dejémonos de festejos intrascendentes como el Día de la madre, del padre o del niño y concentrémonos en uno -el del inodoro- que es un resumen, un resumidero, de todos los otros, pues tarde o temprano, ojalá más temprano que tarde, pasamos por allí padre, madre, niño y todo el mundo.

Parece que el Día Internacional del Inodoro fue creado en 2001 por la organización World Toalet (hay que militar allí, hay que ser vocal o revisor de cuentas, ¿verdad?), pero este año fue reconocido oficialmente por la Organización de Naciones Unidas (ONU). A lo mejor como un vaticinio sobre hacia dónde va el mundo...

Pero en realidad el sentido real de la “celebración” es noble e importante, como el trono mismo: se trata de “crear conciencia sobre la importancia del correcto aseo y desinfección como herramienta para prevenir enfermedades”. Porque resulta, y esto no es chistoso, que existen unas 2.500 millones de personas que “aún carecen de un retrete con las condiciones mínimas de salubridad”. El propio subsecretario general de la ONU, Jan Eliasson, señaló que “a pesar de los progresos que se están haciendo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), una de cada tres personas no tiene acceso a un inodoro”.

Incluso, en nuestro país (me informa mi amigo Lucho, a quien le gusta bucear -el verbo no es quizás afortunado- en estos temas), el Censo 2010 muestra que un millón de personas vive en casas que no tienen inodoro, y más de 6 millones si sumamos también a quienes no cuentan con descarga de agua en el retrete.

Yo sé que hay gente que piensa que este es un tema de miércoles para tratar en una columna de difusión masiva, pero yo insisto en que el inodoro está ligado a nuestra vida y nos marca todo el tiempo. No quiero hacer abstracciones: cuento mi propia experiencia.

Me crié en casas de campo, de pueblo, de ciudad, todas con distinto rango y posición (deposición) sobre este tema. Tuve casas sólo con retrete, casas que tenían su baño convencional y otro en el patio (andá al fondo, decía la abuela, cuando el nono ocupaba el baño principal: algo así como el comienzo de una guerra) y, por suerte, de allí en adelante, casas con inodoros (y con bidet: no me olvidet de él, pero ahora se trata del día mundial de su primo).

Del baño en el fondo (ir al fondo es toda una metáfora, desde luego, ya se trate de personas, instituciones o países) recuerdo la incomodidad de las cuclillas: había un agujero, literalmente y uno debía ubicar los pies a los costados, y acertar. Unos segundos más tarde, se sentía el sordo sonido del impacto entre otros consolidados impactos anteriores (espero que no tengan la costumbre de leer los Toco a la hora del té).

Y para los más curiosos, luego se podía espiar impunemente allá abajo. Una de esas espiadas en el retrete puso retreta final a mi infancia: allá abajo estaban todos los tiernos y seleccionados pastitos que con unción había cortado para los camellos de los Reyes Magos. Descubrí con dolor (olor también, si quieren) que los regalos eran de tus viejos y que los muy chambones decidieron descartarse de los pastos (y de tu inocencia) en el baño del fondo...

Después, en la escuela, era vital conocer tres marcas de inodoros al menos. Porque en esas bravatas y juegos crueles, un nene grande te agarraba la zona genital y te pedía, para soltarte, que silbaras o dijeras tres marcas de inodoros. Silbar era complicado pero yo me había aprendido de memoria tres marcas que puedo recitar todavía...

Después, ya más grande, te espera toda la larga e interminable pulseada sobre la cambiante posición de la tapa del inodoro. Pero eso es otro capítulo más de la saga, como lo son las alusiones varias al trono, tirar la cadena, apretar el botón, pasar la escobilla y otras beldades, cuyo tratamiento quedará para cuando la ONU cree los respectivos días de la tapa del inodoro, la cadena o el botón. Y me voy rapidito, rapidito: ni pregunten...