editorial

Maldita bala

Hace años que Alto Verde se convirtió en escenario de balaceras. Los vecinos del lugar se exponen cada día a la posibilidad de una tragedia.

Atribuirle al destino una jugada macabra representaría una equivocación. La maldita bala que el viernes último atravesó el riacho Santa Fe y terminó impactando en el cráneo de una niña de apenas siete años en el Club Regatas, partió de una de las zonas más violentas de la ciudad. Y eso no fue casualidad.

Mientras Serena pelea por su vida en el Hospital de Niños, Santa Fe se desgarra las vestiduras por lo sucedido. Sin embargo, hace mucho tiempo que el distrito costero de Alto Verde se convirtió en zona liberada, o en un verdadero campo de batalla en el que nadie está a salvo, empezando por sus vecinos. Lo único novedoso, en este caso, es que la bala cruzó el río.

Durante los últimos meses, un grupo de vecinos decidió organizarse a través de las redes sociales para reclamar por seguridad y paz. Fueron pocos los movilizados, apenas un puñado. Programaron marchas hacia la Casa de Gobierno para hacer escuchar su voz.

Poco antes, el padre Javier Albisu, jesuita párroco del barrio, puso todo su esfuerzo para generar eventos que sirvieran para que la gente del lugar pudiera hacer escuchar su reclamo. El sitio elegido fue el Puente Colgante. Se invitó al resto de la ciudad, pero pocas personas acudieron al encuentro.

Nadie puede sorprenderse por la violencia de Alto Verde. Hace algunos años, el barrio fue noticia cuando la directora de una escuela contó cómo enseñaban a sus alumnos a refugiarse debajo de los bancos cada vez que se escuchaban tiros. Como en una zona de guerra. Así crecieron esos chicos. Sabiendo que si no se ocultan con rapidez, pueden ser alcanzados por una bala.

Ahora, desde el gobierno informaron que probablemente el disparo que impactó en Serena provino de un enfrentamiento entre facciones enfrentadas de la Uocra. Es que, como si la violencia interna del barrio no fuera suficiente, Alto Verde también se convirtió en el escenario donde estos grupos mafiosos dirimen sus internas a los tiros.

No son muchos los violentos de Alto Verde. Son, sin duda alguna, minoría frente a un barrio de gente trabajadora que sólo desea vivir con tranquilidad. Sin embargo, los delincuentes imponen su ley y amedrentan a todo aquel que intente colocarse en su camino.

Los vecinos aseguran que, por las noches, en la comisaría apenas trabajan dos policías que cuentan con un móvil destartalado. Si ambos efectivos deben acudir a un llamado, el edificio queda solo.

La paradoja es que Alto Verde se encuentra apenas a doscientos metros de la zona del puerto, el sector de la ciudad de mayor desarrollo durante la última década. Allí se levantan nuevos edificios, salones de fiesta, clubes deportivos, hoteles, centros comerciales y hasta el casino.

Parecen dos ciudades distintas. Pero la bala que atravesó el riacho el viernes último recordó a todos y de manera trágica que se trata de una sola ciudad.

El intendente José Corral dijo que, con premura, se deben tomar medidas para evitar que esta situación se repita. Hasta el momento, no queda claro de qué medidas hablaba. Seguramente habrá reuniones con funcionarios del Ministerio de Seguridad de la provincia, pero se sabe que estas reacciones espasmódicas no suelen resultar demasiado exitosas cuando el tiempo pasa.

Ahora, sólo resta esperar el milagro que salve la vida de Serena. Mientras tanto, la maldita bala que atravesó el riacho sirvió para recordar que, mientras sigan existiendo zonas liberadas al delito, nadie estará totalmente a salvo en la ciudad.

Mientras sigan existiendo zonas liberadas al delito, nadie estará totalmente a salvo en la ciudad.