Mesa de café

De Santiago del Estero a Córdoba

Remo Erdosain

Marcial deja el diario sobre la mesa, abierto en la página donde se ve una foto de la señora presidente y la flamante gobernadora de Santiago del Estero. Las dos sonríen felices, pero al que no se lo ve del todo feliz es a Marcial.

—Es una vergüenza -comenta, mientras espera que Quito le sirva su habitual taza de té.

—¿Qué es una vergüenza? -pregunta José, presintiendo para qué lado se va a disparar la liebre.

—Gobernados por mujeres colocadas en ese lugar gracias a las habilidades de los maridos.

—Tu machismo ya es inmanejable -le reprocha Abel.

—Yo estoy de vuelta de esas boludeces -responde Marcial sin perder la calma-. No son las mujeres las que me preocupan, sino sus maridos que las manipulan y las mandan al frente. Yo creo que el verdadero machismo es ése, admitir callados la manipulación a la que son sometidas las mujeres por políticos y caudillos inescrupulosos.

—Como siempre, estás exagerando -responde José-. La compañera Claudia es una militante que acaba de ser elegida por el pueblo.

—¿De dónde sacaste que es militante? Que yo sepa su exclusiva cartulina es la de esposa y su exclusiva militancia es en el dormitorio del marido.

—Tuvo un cargo en la Defensoría del Pueblo.

—Puesta por el marido.

—Yo creo -digo- que lo de esta mujer es incluso un retroceso con respecto a la célebre Nina de Juárez, porque mal que bien la Nina se hacía valer, y para más de uno su personalidad política era más fuerte que la de Juárez. Ésta, en cambio, parece una pobre mujer usada por el marido para perpetuarse en el poder.

—¿Una pobre mujer o una fabulosa intrigante?

—En cualquiera de los casos, las perjudicadas son las instituciones que no fueron pensadas para que el marido le traslade el poder a la mujer.

—También el pueblo es el perjudicado -agrega Abel.

—Más o menos -digo.

—¿Por qué decís eso?

—Porque no me resulta interesante idealizar una abstracción teórica como la palabra “pueblo”, cuando en realidad en el caso que nos ocupa estamos ante vasallos dominados y sometidos, y, lo peor del caso, contentos de ser así.

—Como siempre, los gorilas, subestimando al pueblo -comenta José.

—Si eso es el pueblo, si la sumisión, el servilismo son las conductas que definen al pueblo, está claro que prefiero ser antipopular.

—Vos perdés de vista el contexto -observa Abel, quien en su esfuerzo por ser ecuánime siempre termina jugando a favor de José.

—¿Qué contexto ni ocho cuartos? -exclama Marcial-. El único contexto que conozco es el de un pueblo que desde toda la vida se ha habituado a vivir del Estado, mangando a funcionarios, practicando la alcahuetería, echándole la culpa al calor o a los gorilas sobre su moral de miserables. ¿Ése es el contexto que hay que tener en cuenta? ¿El contexto de vagos, mantenidos, humillados...?

—El contexto es el de un pueblo explotado -dice José.

—Explotado por ustedes, por los Juárez, los Zamora y todos los caudillejos de una provincia donde pareciera que lo más importante es tomar vino y bailar cumbias y chacareras.

—Yo lo que creo -agrego- es que se pueden atender todas las variables sociales, la explotación, la pobreza, la inescrupulosidad de los ricos, pero ya es hora de hacer responsables a los que alegremente consienten ese sistema.

—Lo cierto es que ahora hay una mujer gobernadora.

—Es la segunda -aclara Abel.

—A mí se me ocurre que estos caudillos que manipulan a sus esposas para continuar ejerciendo el poder se parecen a esos rufianes que mandan a sus mujeres a revolear la cartera en la calle.

—O sea, que estaríamos ante un caso flagrante de rufianismo político.

—Lo que a mí se me ocurre -dice Abel- es que las feministas, si quieren ser coherentes con los ideales que dicen defender, deberían protestar por esta grosera manipulación de la mujer, salvo que alguien crea que la nueva gobernadora de Santiago del Estero es una conquista de género.

—Convengamos que el caso de Cristina es distinto -afirma Abel.

—Es distinto porque en la vida las personas son diferentes, pero desde el punto de vista político es muy parecido.

—Ella fue siempre una militante.

—No lo fue siempre; lo fue al lado de su marido y siempre un paso detrás de él.

—No comparto, exclama José.

—Vos pensá lo que te parezca mejor -contesta Marcial- pero yo hago el siguiente razonamiento: Kirchner no necesitó de su esposa para ser Kirchner, mientras que ella sin el marido no hubiera sido nada. Lo mismo puede decirse de Isabel, de la compañera Zamora y de toda esa corte de mujeres con que los peronistas nos honran cada vez que pueden.

—¿Y qué me cuentan de lo que pasó en Córdoba? -pregunto para cambiar de conversación.

—¿Vos te referís a los escándalos que a De la Sota le hacía su mujercita? -pregunta José, guiñando el ojo.

—También podríamos hablar de los papelones de la mujer de Capitanich, o de las dulces escenas conyugales de la familia Alperovich.

—No nos vayamos por las ramas y regresemos a Córdoba.

—Creo que las imágenes dantescas de la ciudad tomada por delincuentes nos eximen de mayores comentarios -observa Marcial.

—A mí hay una cosa que me llama la atención -digo.

—¿Una sola cosa? -pregunta intencionalmente Marcial-. ¡Te felicito!, porque a mí me llaman la atención varias cosas.

—Yo por ahora -digo- me conformo con hacer la siguiente observación. Hace un mes, en Córdoba hubo un operativo contra el narcotráfico que se lo llevó puesto al secretario de seguridad y a la plana mayor de la policía.

—¿Y eso qué tiene que ver con la huelga de los uniformados?

—Elemental Watson. Si se redujo el negocio del narco, ¿cuántos “sueldos” se cayeron?

—¿Vos querés decir que los autoacuartelados eran narcos? -pregunta José

—Nada de eso. La mayoría de los policías que pararon seguramente lo hicieron para reclamar mejores sueldos, pero no es a ellos a quienes me refiero, sino a los que manipulan estas reivindicaciones, a los corruptos que se valen de un reclamo justo como es el aumento de salarios para chantajear a un gobierno que le ha puesto límites a sus negocios.

—En mi caso -dice Marcial- lo que me llama poderosamente la atención es que al otro día del autoacuartelamiento se producen los desmanes.

—Lo que ocurre -aclara Abel- es que cuando la gente se dio cuenta de que no había policías salió a la calle a hacer de las suyas.

—Ése es el error -corrige Marcial- porque los desmanes, las operaciones de vandalismo no se producen por generación espontánea, alguien los alienta, alguien los organiza, alguien les paga, y lo que hay que saber es quién o quiénes son ese “alguien”.

—Ya los veo venir -dice José- la culpa la tiene la compañera Cristina.

—Yo no dije eso -responde Marcial-. Lo que digo es que estos incendios no se generan de la nada, alguien los estimula. Es más, para tu tranquilidad te digo que no creo que la señora se haya reunido con sus colaboradores en la Casa Rosada para planificar el incendio de Córdoba. En la vida real, los procesos son más complejos. Pienso al respecto en la red de caudillos, punteros, vinculados con barras bravas y policías corruptos. Y lo pienso porque es allí desde donde se organiza el vandalismo.

—Ustedes podrán decir lo que se les ocurra -interviene José- pero admitamos que el gobernador De la Sota es un incompetente, se hace el guapo en Córdoba, pero cuando las papas queman corre a pedirle ayuda al gobierno nacional.

—Te recuerdo que el gobierno nacional tiene la obligación de mandar gendarmes -observo.

—Nosotros no podemos ir corriendo detrás de los incendios que genera De la Sota con su irresponsabilidad e ineficiencia.

—Yo no lo voy a defender a De la Sota -dice Marcial- porque dentro de un par de meses arregla con ustedes como lo ha hecho tantas veces. Pero sí voy a defender a la pobre gente de Córdoba que sufrió las consecuencias del vandalismo porque los señores políticos se pelean entre ellos.

—No comparto -concluye José.

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