Historias de Francesco, el “Papa bueno” del Vaticano

¿Cómo ven los italianos al argentino más famoso? Junto a Putin y Obama se lo considera uno de los hombres más poderosos del mundo. Recibe dos mil cartas por día y el turismo en el Vaticano “explotó” desde su llegada.

TEXTOS Y FOTOS. DARÍO PIGNATA (VATICANO/ENVIADO ESPECIAL).

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Darío Pignata, enviado especial a Roma para el partido que Los Pumas le ganaron a Italia, logró acceder a un encuentro con el Papa Francisco en el Vaticano. A la derecha, la pequeña Capilla de Santa Marta donde antes el periodista santafesino compartió una Misa que brindó Su Santidad para no más de 20 personas a las 7 de la mañana.

 

Nadie lo conoce como Aeropuerto Intercontinental Leonardo Da Vinci, que es su nombre oficial. Todo el mundo nombra, lee y “baja” en Fiumicino, el aeropuerto más importante de Italia y uno de los de mayor tráfico aéreo del mundo (se habla de unos 40 millones de pasajeros al año) que está en las afueras de Roma.

Con este hombre pasa lo mismo. En el baúl de los recuerdos porteños quedó guardado el Jorge Mario Bergoglio de nacimiento. El Francisco nuestro -bien argentino, como el mate o el dulce de leche- acá es Francesco, como lo llaman los tanos.

Claro que mientras una fina e interminable cortina de agua nos recibe en suelo italiano, el taxista se presenta como Tiffosi de la Roma, el equipo que -junto a la Lazio- divide la pasión futbolera de esta ciudad:

— ¿Argentinos?, pregunta el taxista.

— Sí, claro, respondemos los santafesinos (con este enviado de El Litoral viajaron los empresarios locales Carlos Fertonani, Santiago Amézaga y Alberto Malqui).

— Francesco, el Papa bueno.

Partiendo de una obviedad, es imposible imaginar “un Papa malo”, pero está claro que esa frase de cabecera del “Papa bueno” nos va a acompañar en los cuatro días de estadía entre Roma y el Vaticano casi tanto como el saludo de buen día. Para graficarlo, esta pequeña, influyente y poderosa ciudad-estado llamada Vaticano parece un barrio más de Roma con sus menos de 50 hectáreas.

“De ese vallado para atrás comienza el Vaticano”, explica el taxista a modo de guía. La escenografía no cambia: llueve, llueve y llueve. “Siempre llueve en Roma para estos meses finales del año”, dice el conserje del hotel. Por eso no sorprende que si algo sobra por estos lados en noviembre y diciembre son los vendedores de paragüas, de los colores que uno imagine, a sólo dos euros. Abrir, abren bien. El tema es poder cerrarlos para otra batalla naval sin que sufran daños.

No es la primera vez que un santafesino está con el Papa. Tampoco es la primera vez que El Litoral está con el Papa, experiencia que ya había vivido este mismo año Enrique Cruz (h), jefe de Deportes, en ocasión de cubrir el mismo choque de ahora en rugby pero en fútbol.

Claro que para quien vive esta experiencia de poder estar con el Papa, en ese momento y después le parecerá algo único. Incluso, la figura de Su Santidad no permite dimensionar el valor de esos cinco minutos mano a mano. Si a eso uno le agrega los 52 minutos de reloj que duró la misa que comenzó puntualmente a las 7 de la mañana de ese viernes 22 de noviembre en la pequeña pero inolvidable capilla de Santa Marta, el efecto paralizador dura -por lo menos- un par de días más. Hasta que “uno cae”, como se dice en estos casos.

DE SONRISA ETERNA

Si bien cada experiencia es única, la llave conectora para que el nombre -primero Cruz, después yo- aparezca autorizado en el registro de la Guardia Suiza tiene nombre y apellido: Gustavo Vittori. Es que el director de nuestro diario disfrutó un par de años de Jorge Mario Bergoglio como “maestrillo” en las aulas del Colegio Inmaculada. Y hay algo que hoy, a pesar de los años, Francisco no olvida cuando se acuerda de Bergoglio: los años de esos tiempos tiernos en la ciudad de Garay. El respeto, el recuerdo, el afecto.

Lo que son las vueltas de la vida: mientras ya gozamos del privilegio dos periodistas de esta casa, su ex alumno en Inmaculada y director del diario El Litoral sigue esperando en su oficina en Santa Fe. “Quizás, el año que viene”, desliza Gustavo a la vez que recibe los saludos reiterados de Su Santidad. En el final de la charla, que debe haber durado unos cinco minutos, su despedida fue clara: “Mandale saludos, decile que se cuide y rezá por mí”. Esa frase, la que vive con Francisco tanto como su anillo, es la que comenta todo el mundo. Claro que, les aseguro, una cosa es leerla en cientos de notas, entrevistas, crónicas. Otra, muy distinta, es escucharla de su boca, a la vez que el apretón de manos es inolvidable y su sonrisa en la despedida parece eterna.

En el Vaticano salen a dar vueltas tantas historias de Francisco como Iglesias o adoquines hay en Roma. Todos -taxistas, mozos, conserjes de hotel- tienen la suya. Y aunque coincidan o se repitan, el que la transmite cree que es única. Mucho más si el que escucha es argentino. Y doble mucho más si el que pregunta es argentino y periodista.

Un domingo cerró la Misa diciendo: “Ahora que tienen el corazón lleno de fe, vayan a llenar el estómago con un buen almuerzo”, aconsejó Francisco. Al rato, como nunca, cada bar y restaurante de Roma reventaba de fieles con hambre de pastas, pizzas y buen vino tinto (o como venga, total se pide en nombre de Su Santidad).

Otra mujer, que cuida la limpieza del baño de un bar cercano al Vaticano donde me pongo a escribir para el informe de El Litoral, asegura que en un pueblito cercano lo vieron bajar del auto a comprar pan. Como uno más.

PAPAMANÍA

Si Roma posee cuatro principales Iglesias -tienen un altar mayor para uso exclusivo del Papa-, las historias de Francesco son tan grandes como la Basílica de San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor.

El turismo histórico de los mortales por conocer el Vaticano se multiplicó como los panes desde que Jorge Mario Bergoglio salió de Argentina y por ahora no volvió (¿se imaginan lo que puede ser la 9 de Julio o cualquier ciudad del interior el día que venga?).

La “Papamanía” de merchandising y souvenirs es infinita. No sé cómo habrá sido antes, pero ahora es increíble. Desde un euro hasta lo que se imaginen: medallas, llaveros, lapiceras, anotadores, velas, pósters, estampitas, monedas, almanaques y sigue la lista.

Una de las piezas más requeridas por los turistas es el ejemplar original de L’Osservatore Romano -el diario del Vaticano- el día que fue elegido el Papa Francisco, en ese inolvidable 13 de marzo de 2013. ¿El costo?: dos euros a cambio de la tapa, las páginas interiores y la contratapa, todas a color. “La verdad, vendimos un montón”, reconocen del otro lado del exhibidor.

Así, la ciudad de los miles de paragüas entre noviembre y diciembre, tiene historias divinas de este “Papa bueno” entre sus callejuelas increíbles. Historias que nacen en el Vaticano, recorren Roma y llegan a cualquier lugar del mundo.

La misma noche de mi encuentro con Su Santidad, ese viernes 22 de noviembre, tengo la suerte de conocer la cinematográfica Fontana di Trevi, para muchos la fuente más lindo del mundo. De espaldas, como corresponde, la moneda va al aire, por lo que se calculan unos 3.000 euros diarios en sus aguas. La creencia popular dice que quien tira la moneda volverá a Roma. Por las dudas, le aviso a la fuente y al destino que yo ya estoy hecho. No le puedo pedir volver. En realidad, después de estar con este “Papa bueno”, al destino no le puedo pedir nada más.

Se sabe que acaricia a los enfermos, le envía dinero a los jubilados y ayuda a los inmigrantes. Lo que también se sabe pero nadie pudo retratar hasta ahora es que el “Papa bueno” estaría saliendo de madrugada por las calles de Roma para ayudar con limosnas a los más pobres.

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El enviado de El Litoral y Revista Nosotros junto al español padre Claudio, oriundo de Marbella, que ofició de guía. Al fondo, la Plaza San Pedro en el Vaticano.

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Uno de los tantos lugares increíbles del Estudio del Mosaico Vaticano, lugar al que muy pocas personas acceden y donde se está preparando un homenaje al Papa Francisco.

En nombre de la austeridad con la que vive como Papa, se supo que Francisco ordenó suspender de sus funciones al Monseñor Franz-Peter Tebartz-van Elst, de la ciudad de Limburgo, que había provocado un escándalo por su afición al lujo en Alemania.