En familia

La maldad nos pertenece

Rubén Panotto (*)

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El mal es uno de los grandes temas que el ser humano se ha planteado desde sus orígenes. No obstante, nunca preocupó tanto su vigencia y desarrollo, como en el pasado siglo XX y en la actualidad. Sociólogos, escritores, teólogos, estadistas, intentaron responder preguntas sobre acciones devastadoras como las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, los holocaustos de Hitler, o las matanzas con defoliantes químicos en las guerrillas vietnamitas de los años sesenta.

¿Qué es el mal? ¿Cómo se manifiesta? ¿Es algo abstracto o está dentro de cada uno de nosotros y nos pertenece? El veterano politólogo, ensayista y escritor Alan Wolfe sugirió: “Dejemos de hablar del mal en general y concentrémonos, por el contrario, en considerar la maldad en particular”.

Cuando las noticias provenientes de la aldea global nos informan de hechos aberrantes que incluyen el sufrimiento y la muerte de chicos, delitos de abusadores, explotadores, traficantes de niños y jovencitas para la prostitución, violencia familiar y sexual, desnutrición y hambre estructural, violencia con ancianos hasta su muerte, aun después de haberlos robado, saqueado y violado, pensamos que la maldad humana no tiene límites. En nuestra ciudad de Santa Fe, hoy nos toca de cerca el lacerante caso de Serena Martínez, la niña atravesada por una bala perdida que falleció hace horas, siendo un ejemplo cabal de la maldad desatada en nuestra sociedad, en el hombre. Maldad que ha superado la violencia instintiva de los animales que sólo matan a su presa por su llamado biológico de supervivencia.

El escritor argentino Marcelino Cereijido se pregunta: “Si en la actualidad se gastan millones de dólares para investigar todo tipo de enfermedades, ¿por qué nadie se ha detenido a seguir la pista de uno de los peores males que acosan a la humanidad?”, refiriéndose a la despiadada maldad humana en el mundo. Estamos acostumbrados a ver que, a falta de reconocimiento de la maldad personal, simples y poderosos endilgan culpas de todo lo malo que hacen “al otro”, intentando sin resultados calmar sus conciencias sobre actos de maldad personales, que arruinan la vida de los demás. Es llamativo observar cómo en la familia, los niños pequeños ya practican, sin que nadie les enseñe, la mentira y la fabulación, acusando a sus hermanos, compañeritos y amigos de toda falta o desobediencia personal. Observamos que estas actitudes, que todos hemos practicado, se establecen y perfeccionan en la familia, la sociedad, las empresas, la política, etc.

Hace casi dos mil años, el erudito apóstol Pablo expresaba el fenómeno de la maldad personal de esta manera: “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es buena y necesaria; pero, en este caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí... aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo... Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, es el mal el que me acompaña. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios, pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente y me tiene cautivo. En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de Dios, pero mi naturaleza de maldad está sujeta a la ley del pecado”.

Cómo lograr un cambio

Si la maldad nos pertenece por naturaleza, podemos abandonarla y transformarnos en personas de bien. Para que ese cambio ocurra, debemos aceptar el proceso de la conversión, que se inicia con el reconocimiento de nuestro egoísmo y egocentrismo personal. ¿No le parece que hoy como nunca antes, necesitamos esta conversión personal a través de la humildad y el amor? En la Biblia existe una maravillosa promesa que dice: “Si confesamos nuestros males, Jesucristo es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad”.

Para finalizar, propongo a todos los santafesinos, a cada persona, a acompañar y contener espiritual, emocional y afectivamente a la familia de Serena, en este tiempo de dolor insufrible, por la pérdida incalificable de su pequeña.

(*) Orientador familiar