Tramoya

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“Ya no somos nosotros quienes dominamos al mundo, sino el mundo el que nos domina a nosotros”, sostiene Baudrillard. En la ilustración: escultura de Tony Prince.

 

Carlos Catania

La existencia, con sus trabajos y sus días, con sus dolores y goces, con sus asesinatos físicos y éticos y, sobre todo, con el lastre de la costumbre, suele imprimir en la mente, al cabo del tiempo, rígidas concepciones que a menudo perduran toda una vida, conformando una especie de muro de contención, apto para bloquear cualquier idea nueva, distinta, en relación a las que yacen pétreas en el cerebro. En tal estado ni siquiera radica la duda. Así suele ocurrir que, en determinadas circunstancias, una discusión acerca de temas graves con quien padece semejante hipertrofia, resulta absolutamente inútil.

El hábito de repetir lo que la gente dice, lo que la TV informa o, simplemente lo que se oye de pasada, indica hasta qué punto (según consigné en el prólogo) lo que a veces consideramos verdad es el error en que todos coinciden. Inmersos en el miedo y en el caos y deterioro de tantas cosas que acechan, dicho fenómeno suele dirigir al tráfico. ¿Y qué pasa si una pregunta fundamental nos inquieta? El que te dije nos tratará de lunáticos. Sin embargo, el problema viene de lejos y pese a la existencia de un mundo paralelo de rebeldes, de partisanos, la desproporción es aplastante. Todo lo cual ya suena a lugar común.

En la segunda parte de “Rey Enrique IV”, de Shakespeare, Falstaff sostiene: “La virtud es tan poco estimada en estos tiempos, que el valor se ha convertido en exhibidor de osos. El genio se ha hecho mozo de mesón y gasta su viva inteligencia en extender cuentas; los demás dones que pertenecen al hombre, desde la manera como la malicia de este siglo los acomoda, no valen un pepino”. Conceptos que se asemejan a nuestro “Cambalache”.

Hoy continúan manifestándose vivísimos deseos de investigar las causas de lo que le sucede al ser humano en su llamada civilización. Lo prueban las disciplinas ligadas al humanismo. Pero los escollos y contradicciones hacen palidecer a cualquiera. Comprendo que “denunciar” los efectos, exponer los derrumbes que anuncian, quizás, otros peores, como lo hago más arriba, no sirve para nada. Cualquier hombre con un mínimo de entendimiento es presa del malestar. No basta entonces con mostrarse quejicoso y mucho menos moralizar con tan precario abastecimiento.

Si nos limitamos al presente no es difícil observar antinomias primordiales. Una de ellas: según nos expresaba un amigo psiquiatra recientemente fallecido, la ciencia permitirá al ser humano vivir hasta los doscientos años, procurándole salud y eliminando enfermedades que parecían incurables. Pasemos ahora a un sector opuesto: el éxito de las drogas con un nivel de propagación inusitado. Gran producción de seres muertos, desquiciados, peligrosos o idiotas. La Era de la Intoxicación. La Era de la Corrupción. El auge de la delincuencia: matar, robar, violar... ¿Se verá, con el tiempo, la ciencia, reducida e ineficaz frente a estos encantadores pasatiempos con que la TV aprovecha para atosigarnos?

Pero hay más y a título personal: las ilusiones, el rechazo de la realidad, la complacencia con el universo virtual. Los aparatitos de “entretenimiento”, las hazañas tecnológicas de la comunicación que en gran medida ignoran el sentido profundo de la real comunicación. “Ya no somos nosotros quienes dominamos al mundo, sino el mundo el que nos domina a nosotros” (Baudrillard). Añadiré la entronización del sujeto solipsista y el narcisismo, que imperan en un mundo donde el devenir es un espejismo que sólo “refleja” lo que roza nuestro interés particular.

Bueno, pero ¿qué pasa? Pasa que no he salido de los efectos, cayendo una vez más en las redes de lo visible. Nada puedo invocar a mi favor. Huelga decir que el problema sigue sin resolver. ¿Y qué esperaba? Quizás no haya problema. A lo largo de los siglos, muchos pensadores, a la par de los cuales soy un enano, han masticado la misma pregunta: ¿cuáles son las causas por las que el ser humano ha provocado su propio derrumbe? El que te dije me acusa de pesimismo: ¡hay tantas cosas bellas, tanta música, tan buenos sentimientos, tanta luz, tantas ofertas de diversión! Quiere decir que no ha entendido siquiera la pavorosa desproporción entre lo que llamo mundos paralelos. La vergüenza de ser hombre deriva en invectivas o en violines morales. Si se considera que la felicidad es un bien ecuménico, ¿cómo ser complaciente en un mundo desgraciado y temeroso?

Como quiera que sea, el esquema está trazado, y tal vez mi inquietud acerca de las causas tenga menos premura que hacer frente a lo que bulle ante nuestros ojos y que cuenta con la ventaja de su vigencia. En consecuencia, si no obtengo respuestas, salvo el archimanido “está en su naturaleza”, lo mejor sería descansar un poco y mirarnos desde afuera, ver lo que somos, lo que hacemos. De este modo descubrirnos tan culpables como el que más. Así que no pongas como escudo esa “normalidad” que los cretinos llaman su “filosofía de vida” y los esclavos satisfechos su “libertad”. No hay filosofía sin un sistema profundo de pensamiento, ni libertad en los jardines descomprometidos de lo nominal. Abandono el asunto de las causas para más adelante.

Aterran todas las artimañas puestas en juego para distraer al esclavo. A tal punto que todo intento de cambio lo considera un mal. Consumo e inseguridad, dos polos. Tener y protegerse. Acumular y esconderse. Oigo las palabras de Dickens: “Los hombres no han traído nada a este mundo y nada pueden llevarse de él”.

Fragmento de “Principios nocturnos”