Mesa de café
Mesa de café
La Argentina que tenemos
Remo Erdosain
Empezamos la mañana sentados en las mesas de la vereda, pero nos trasladamos al interior del local. El calor es insoportable y el aire acondicionado es el único consuelo que nos queda, además, claro está, de la cerveza helada que todos compartimos, incluso Marcial, que por una vez en su vida ha dejado de lado su taza de té
—El año termina caliente- se queja Abel.
—¿Te referís a la temperatura o a la política? -pregunta José.
—A las dos cosas- contesta Abel con un suspiro, después de tomar un trago largo de cerveza.
—Bien mirado, todos los fines de año son iguales -digo- hace calor y la olla política parece a punto de estallar. No nos olvidemos que las grandes crisis sociales de los últimos tiempos ocurrieron en pleno verano, antes de las fiestas.
—Si mal no recuerdo -observa Abel- fue en un diciembre de hace doce años que renunció De la Rúa.
—Y también fue para fin de año que le estalló la hiperinflación a Alfonsín- agrega José.
—En los buenos tiempos -recuerda Marcial- en tiempos de la república, como le gustaba decir a mi correligionario Federico Pinedo, estos meses eran de paz y la única preocupación era si veraneábamos en Mar del Plata o en las sierras de Córdoba. Los políticos entonces descansaban, paseaban por la rambla o tomaban el aperitivo en el bar de algún hotel de moda y todos estábamos alegres y felices.
—En los buenos tiempos -consiente Abel con un suspiro.
—Yo no sé cuales fueron esos buenos tiempos para ustedes -acusa José- lo que sospecho es que son unos conservadores recalcitrantes que viven de un pasado que nunca existió. Y, además, sospecho que en esos buenos tiempos los trabajadores no salían de vacaciones porque no había sindicatos ni existían las políticas sociales
—Esa es la diferencia que hay entre vos y yo -dice Marcial- yo vengo de una Argentina en la que daba gusto vivir, una Argentina de clase media con buenos modales, con cultura del trabajo y con trabajadores que trabajaban .
—Esa Argentina no existió nunca, salvo en tus fantasías -contesta José.
—Existió, ustedes la destruyeron con corrupción, demagogia, servilismo.
—Yo creo que por ese camino no vamos a ningún lado -digo- la Argentina que tenemos es ésta y la primera obligación es hacerse cargo de lo que hay. Es más, yo diría que la del pasado no fue tan maravillosa como cree Marcial, pero tampoco tan deplorable como cree José.
—Creer que el pasado es mejor que el presente es cosa de reaccionarios -dice Abel.
— “Y al gil lo pasado le parece mal’’, escribió alguna vez Carlos de la Púa.
—Yo no sé quién tiene razón -digo- pero me parece que un buen punto de partida para pensar la política es aceptar la Argentina presente como es y no como nos gustaría que fuera
—¿Y si la que hay no me gusta? -pregunta Marcial.
—Lo siento por vos -contesto- porque te queda sufrir o irte al exilio.
—También me queda reclamar -dice.
-¿Reclamar qué? -pregunta José.
—Reclamar que pongan orden, que los que gobiernen no roben y los que tienen que trabajar que trabajen.
—Eso y hablar en el aire es lo mismo -contesta José- el gobierno de la ciudad de Santa Fe y el de la provincia no roban, pero los problemas existen; existe la inflación que se morfa los salarios, existe la marginalidad, la pobreza, la violencia, el narcotráfico, cientos de miles de pibes que no estudian ni trabajan.
—Y eso que en el país gobierna una señora que según vos es extraordinaria- chicanea Abel.
—Los problemas de los canas mal pagos no es culpa de la compañera Cristina -contesta José.
—Más o menos -digo- que en una provincia haya problemas salariales con la cana, puede ser responsabilidad de un gobernador, pero cuando esto pasa en todo el país la responsabilidad ya no es de un gobernador, es del gobierno nacional.
—Lo que pensás vos no es el pensamiento de todos dice José.
—Claro que no es de todos -responde Marcial- la señora y vos creen que vivimos en el mejor de los mundos y cuando el país arde en llamas y la gente muere en las calles, a ella no se le ocurre nada mejor que organizar una fiesta y ponerse a bailar.
—Festejamos los treinta años de democracia -responde José.
—Me alegra mucho que por una vez en tu vida te acuerdes de la democracia, pero te recuerdo que hasta en una casa normal si alguien se muere o sufre alguna desgracia, la fiesta se suspende, se pasa para otro día o a lo sumo se hace algo muy discreto -digo.
—Discreción es lo que siempre les ha faltado a los peronistas -acusa Marcial.
—Ustedes son como la gata de doña Flora, no hay nada que les venga bien. Si no hablamos de democracia es porque somos autoritarios y cuando nos acordamos de ella, es porque somos demagogos -increpa José
—No somos nosotros los que hemos creado este clima de división social e intolerancia, de réprobos y elegidos, de buenos y malos -reprocha Abel.
—Yo creo -digo- que esta violencia en la calle no es casual.
—Claro que no es casual -exclama José- la promovieron los eternos desestabilizadores, los golpistas.
—Te falta acusarlo a Magnetto.
—No me extrañaría que esté entreverado con la cana -retruca José.
—Pensá lo que quieras -dice Marcial- pero admitime que la cana algunas razones tiene para estar descontenta y para comportarse con prepotencia. Después de todo, esto es lo que le enseñaron y le alentaron en los últimos diez años. No te olvides que se trata de un gobierno cuyo ministro de Educación apoya los paros y las tomas de colegios, que defiende los piquetes y las extorsiones, que reparte los recursos como se le da la gana. La Policía, por lo tanto, no hizo otra cosa que lo que hacen todos los días los argentinos sin que nadie diga esta boca es mía.
—Vos perdés de vista que la cana es un cuerpo armado que no está autorizado a parar como si fuera el gremio de los metalúrgicos -dice José.
—Eso no lo autoriza a los gobiernos a pagarles sueldos miserables con el argumento de que total con lo que sacan en coimas equilibran los ingresos.
—Nadie dijo eso.
—No lo dicen pero lo hacen, y los policías no son marcianos, forman parte de la sociedad y sus familias -por ejemplo- tienen problemas parecidos a los de cualquiera.
—Me llama la atención tu cálida defensa de la cana -observa José con tono irónico.
—Yo defiendo lo que es justo. Hablamos de que hay que luchar contra la inseguridad y a los canas los tenemos cagados de hambre.
—Lo que yo planteo -digo- es que la Policía merece buenos sueldos, pero no son angelitos. Es más, creo que muchos de sus jefes han estado alentando los saqueos, y en más de un caso los lideraron. Agregaría que se trata de una de las instituciones más corruptas del Estado y, por lo tanto, más peligrosa porque están armados. Pero a estos problemas se los corrige con autoridad moral y recursos estatales que funcionen, dos condiciones que en este gobierno brillan por su ausencia.
-No comparto- concluye José.
continúa en la pág. sig.