Música

La década Solari

Carlos “Indio” Solari editó su nuevo disco “Pajaritos, bravos muchachitos” con el que regresa a un sonido más rockero, más orgánico y que incluye una canción tocada junto a sus compañeros de los Redonditos de Ricota Sergio Dawi, Walter Sidotti y Semilla Bucciarelli.

La década Solari

Nunca resignado a ser un mero entretenedor, el Indio jamás bajó de aquel monte y desde allí sigue editando discos, y planificando shows capaces de convocar más gente en una sola noche que el resto del rock local en su conjunto. Foto: Télam

 

Martín Pérez

Télam

“Pajaritos, bravos muchachitos” es el nombre del flamante cuarto disco del Indio Solari en poco más de una década como solista, cuyo título remite tanto al asedio de Internet como a la pasión de sus fans. Además de contener canciones con futuro de himno y frases reveladoras, la aparición de los músicos de los Redondos en el tema final —salvo Skay Beilinson, el otro dueño del viaje—permite saldar cuentas con la historia sin caer en la nostalgia.

Síntesis

Apocalíptico e integrado. Así suena el Indio Solari en su último disco, y de alguna manera así sonó siempre, aunque el apocalipsis supo tener más prensa en sus canciones, y es un traje que le calza mejor que a nadie. Pero si algo anuncia el flamante “Pajaritos, bravos muchachitos” es que las tesis y antítesis subyacentes en la dialéctica de su poco más de una década como solista, están empezando a encontrar cierta síntesis.

Si en esa cumbre que fue “El tesoro de los inocentes” (2004) el Indio salió arando, oteando con una crudeza digna de sus mejores páginas, los cambios de su entorno con “No Logo” de Naomi Klein bajo el brazo, su sucesor “Porco Rex” (2007) tenía aroma a encierro y un aura inédita de confesión. “Pajaritos...”, en cambio, sigue la ruta de huida hacia adelante que encontró en “El perfume de la tempestad” (2010), pero permitiéndose volver a la primera persona, con aire entre resignado y relajado a la vez.

“Mis palabras perdí, mis pájaros llevé al invierno de las pantallas”, prácticamente confiesa Solari en el tema que abre el disco, que inaugura un protagónico alado que tiene múltiples acepciones. En principio, esos bravos muchachitos del título, por ejemplo, remiten inmediatamente a “Luzbelito”, que encarnaba al público más sufrido de los Redondos, aquellos redonditos. “Sus ritmos al cantar, me obligan al ritual, de la lengua angélica que arde”, parece casi justificarse el Fisgón Ciego, admirable oxímoron una conjunción de opuestos a la altura de inteligencia Militar o Cultura Rock con el que se bautiza en los créditos del disco.

Digital y apolíneo

Pero los Pajaritos también son los que picotean alrededor, y si cantan sobre las selvas de Internet todo parece indicar que se refiere el Indio siempre fue un hombre computarizado, después de todo a ese insidioso fisgón llamado Twitter. Sin embargo, ahí están las alas protoangelicales de la silueta que aparece de espaldas en la tapa del disco ¿el Indio? observando a lo lejos una bandada de pájaros surcar el cielo, como para dejar en claro que no se trata sólo de eso. Y el arte del generoso librillo que, como se ha hecho costumbre, acompaña el CD está lleno de figuras humanas con cabeza de pájaro, que remiten a Horus, dios egipcio cuyo equivalente griego es Apolo. Con lo que el círculo de una década de dialéctica Solari parece completarse, con Dionisio alejado del centro. “Lamento irme, pero estoy contento”, llega incluso el Indio a despedirse en “Beemedobleve”, el segundo tema del disco. “Voy a extrañar, seguro, todo el botiquín”.

Aunque a esta altura su sonido es un gusto adquirido, y cada disco nuevo así como deja afuera a quienes sólo pasan cerca también sabe dar refugio a los que van entrando lentamente en su órbita, este “Pajaritos, bravos muchachitos” se demuestra a la altura de aquel primer opus solista no sólo por regalar futuros himnos como “Había una vez...”, el amor a primera escucha del álbum sino también por sus sorpresas. Aún hoy, al repasar “El tesoro de los inocentes” se destaca el sonido ¿disco? de “El Charro Chino” y “Amok! Amok!” regala similar desprejuicio, al borde de ser ¡sacrilegio! casi depechemodeiano. ¿Un anticipo, tal vez, de cómo podría sonar “Oktubre” hoy en día?

Sin nostalgia

Pero el broche final, el que convierte a “Pajaritos...” en un disco diferente a los anteriores y al mismo tiempo en diálogo con ellos, es esa suerte de coda de la que participan los músicos de la última encarnación de los Redondos, salvo el único que puede situarse a su altura, el otro dueño del viaje ricotero, Skay Beilinson. Si bien sirve más que nada para dejar en claro lo que ya no es, “La pajarita pechiblanca” compuesto e interpretado por el Indio junto a Sergio Dawi, Semilla Bucciarelli y Walter Sidotti funciona también como un guiño sin nostalgia hacia ese grupo que bajó del monte, tomó por asalto el rock nacional, y terminó volviéndose al lugar desde donde vino, dejando el trono vacante. Hecho maldito del rock burgués, los Redondos encarnaron un fenómeno único y mutante, siempre defendiendo el significado del rock hasta la última instancia, quedando incluso en el último tiempo cada vez más presos de sus palabras y sus intenciones.

Nunca resignado a ser un mero entretenedor, el Indio jamás bajó de aquel monte y desde allí sigue editando discos, y planificando shows capaces de convocar más gente en una sola noche que el resto del rock local en su conjunto. Una década como solista parece finalmente haber terminado de naturalizar su lugar para los de afuera, pero por suerte—también para el de adentro.

“No me seduce la visión ardiente, ningún líder feroz, mártir doliente”, presenta el Indio su credo en “Las supersticiones traen mala suerte”, por si hiciera falta. Para terminar anunciando, más Solari que nunca, y casi saltando por sobre los decorados de su propio mito: “Mi rebelión ya no aclara mi mente, mi sueño está muy bien y así estuvo siempre”.

análisis

por ignacio amarillo

Factoría Solari

El Indio volvió a hacerlo. Luzbola es el nombre de su estudio/búnker, donde graba y masteriza sus materiales, tanto sus discos como sus colaboraciones (como su versión de “El salmón” de Andrés Calamaro para el compilado “Escúchame entre el ruido”, organizado por Lito Vitale).

De allí salió también el master de “Pajaritos, bravos muchachitos”, para que el solista y sus colaboradores encarguen la replicación (las copias físicas del CD) y la impresión del packaging, a la sazón un librito cuya estética está gestada por el propio Indio. Pero como nada debe quedar en manos de otros, dicen las malas lenguas que el mismo Solari estuvo detrás de la aparición del disco para piratear en Taringa! y para escucharlo en YouTube.

De igual forma, es el único artista que pasa de productoras y organiza sus propios shows en lugares recónditos del país, organizando una estructura propia que va desde las coordinaciones de seguridad a la de gastronomía, empleando también mano de obra local. Ésa, y los miles de seguidores que copan cada ciudad, generando consumo y los consecuentes rebusques, es una de las razones por las cuales los municipios lo reciben con los brazos abiertos. Ni Time For Fun, ni Fénix Entertaiment Group, ni Bestiario (la productora del cordobés José Palazzo, el “dueño” del interior) verán una moneda de esos conciertos, ni sus auspiciantes y “partners”.

Siguiendo y ampliando la herencia ricotera, el hijo dilecto de Patricio Rey “no transa”: la autogestión y la independencia pueden funcionar a escala industrial, al menos para él. ¿Hay alguien a quien “le dé la nafta” para aspirar a lo mismo?

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