El amor sin límites de Manuela Sáenz
El amor sin límites de Manuela Sáenz

La autora recuerda vida y obra de Manuela Sáenz, una mujer que dio su vida en aras de un desmesurado amor por el libertador Simón Bolívar. En su nota cita los versos de Pablo Neruda quien, al conocer la historia increíble de amor entre ellos, llegó hasta Paita para ver con sus propios ojos el humilde poblado donde Manuela terminó sus días.
TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA. ilustración. revista nosotros.
“No hay tumba para Manuelita, no hay entierro para la flor, no hay túmulo para la extendida. No está su nombre en la madera ni en la piedra feroz del tiempo. Ella se fue diseminada entre las duras cordilleras y perdió entre sol y peñascos los más tristes ojos del mundo...”.
El amor nació con el hombre, formó parte de su vida, y se transformó en uno de los sentimientos más hermosos, más cantados, inspirador inmenso de la literatura de todos los tiempos. Inasequible, inaprensible en muchos casos, tan cierto como inalcanzable. Por él muchos sacrificaron su vida, postergaron ambiciones o murieron de nostalgia.
Historias sin fin, desde heroicas, románticas, egoístas, increíbles. Hoy las evocamos a través de dos nombres: Manuela Sáenz, Simón Bolívar y un poeta inspirado.
“LA INSEPULTA DE PAITA”
Si hubo alguien enamorado del amor, ése fue Pablo Neruda. Conocedor de la historia increíble de Manuela Sáenz y Simón Bolívar, llegó hasta Paita para ver con sus propios ojos el humilde poblado donde Manuela terminó sus días y así comienza a evocarla: ”No vamos ni volvemos, ni sabemos. Con los ojos cerrados existimos... Quiero andar contigo y saber/ saber porqué y andar adentro./ Por qué esta tierra miserable/ por qué esta luz desamparada?/ Por qué esta sombra sin estrellas/ Porqué Paita para la muerte?...”.
Manuela Sáenz Aizpuru era hija natural del hidalgo español Simón Sáenz Vergara y de la criolla María Joaquina de Aizpuru. Nació en Quito en 1797. Según algunas versiones, su madre murió el día que ella nació y fue criada en un convento. Pero como la niña era tan bonita y agraciada su padre la llevó a su casa. Luego completó su formación con el aprendizaje del inglés y el francés y, preparándose para ser una buena esposa, aprendió a bordar y hacer dulces.
“Manuela, brasa y agua/ columna que sostuvo no una techumbre vaga/ sino una loca estrella...”.
El corazón de Manuela galopaba al compás de una juventud que la desbordaba. A los 17 años huyó con un oficial del ejército real.
“Sus senos/ dos morenas mitades de magnolia/ el ave de su pelo, dos grandes alas negras/ sus caderas redondas de pan ecuatoriano...”.
Se instala en Lima donde conoce a un acaudalado médico inglés, James Thorne, con quien se casa. Por un breve tiempo Manuela reina en los salones, deslumbrando a todos con su natural gracia y belleza. También es amiga de Rosita Campusano, otra hermosa mujer de la época. Aparentemente su vida se sosiega. Pero el destino estaba ya marcado.
Regresa a Quito para reclamar la herencia de una tía materna y allí conoce a Simón Bolívar que en ese momento disfrutaba la cúspide de su gloria. Simón y Manuela bailan toda la noche. ¿Quién enamoró a quién? El general cae rendido en los brazos de esta “Julieta huracanada”.
“Ay amor, corazón de arena/ ay sepultada en plena vida/ yacente sin sepultura/ aquellos ojos que abrieron y cerraron todo el fulgor/ aquí se quedaron mirando/ como iba y venía la ola/ como iba y venía el olvido/ y como el tiempo no volvía/ sólo soledad sin salida...”.
EL CAMINO TRAZADO
Manuela era como una tigresa defendiendo su guarida. Con Bolívar comparte gloria y angustias. Defiende a su héroe, sable en mano, contra los agresores y no duda en vestir el traje de húsar para participar en batallas. Había entregado su destino junto con su corazón.
“...Que tu cabellera se junte con tus ojos/ tu corazón remonte las alas de la muerte/ y se vea otra vez partiendo la marea/ la nave conducida por tu amor valeroso...”.
No fue mucho el tiempo compartido. Los avatares de una época de conquistas y derrotas disolvieron sueños y ambiciones. La gloria fue efímera; el triunfo y la derrota eran el unísono que construía a la vez que sepultaba los hombres y los hechos. Años de pasiones desbocadas donde los destinos se dirimían en campos de batalla.
Mientras la distancia era cubierta por cartas que reflejaban un amor que no se podía callar... ”Mi encantadora Manuela: tú me pides que te diga que no quiero a nadie... ¡Oh, no! A nadie amo, a nadie amaré. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa de Manuela...”
Las cartas se acumulan en un cofre idolatrado. Las cartas cubren distancia y soledades. Mientras Bolívar sigue su camino para encontrarse con su final. Sufriendo una tuberculosis que lo consume, termina sus días en algún lugar de su amada tierra, muy lejos de Manuela.
“Aquellos ojos que abrieron y cerraron todo el fulgor/ aquí se quedaron mirando/ como iba y venía la ola/ como iba y venía el olvido/ y como el tiempo no volvía/ sólo soledad sin salida...”.
Manuela entonces comienza a desandar su vida. No hay rumbo para el amor, ni destino para la amante. Manuela clama al cielo su desventura. Tiene que huir, ella sabe secretos de guerra, ha compartido la gloria, la guerra y ahora el destierro.
“Ay amor, corazón de arena/ ay, sepultada en plena vida/ yacente sin sepultura...”/ Que tu cabellera se junte con tus ojos/ tu corazón remonte las alas de la muerte/ y sea otra vez partiendo la marea/ la nave conducida por tu amor valeroso”.
Manuela no tiene patria, su corazón desgarrado llora lo que los ojos secos ya no pueden. Busca un lugar donde esperar la muerte. Paita es un caserío, en el Norte de Perú, sobre el Pacífico. Allí se instala para ver pasar el tiempo. Traduce cartas extranjeras, borda y hace dulces para sobrevivir. El rumor del mar le trae recuerdos de sus días de amor y gloria.
“En tu tumba o mar o tierra,/ batallón o ventana,/ devuélvenos el rayo de tu infiel hermosura./ Llama a tu cuerpo/ busca tu forma desgranada/ y vuelve a ser la estatua conducida en la proa/ y el amante en su cripta temblará como un río”.
A veces Manuela olvidada, repasa las cartas ardientes del amado, buscando desesperada la vida que se ha ido, la voz que ya no suena, que nunca volverá a llamarla.
“Hace falta tu nombre, amante muerto/ pero el silencio sabe que tu nombre/ se fue a caballo por la sierra/ se fue a caballo con el viento”.
Hasta la aldea llegan ilustres hombres que han oído de ella: Giuseppe Garibaldi, el impetuoso italiano. Ricardo Palma que luego vuelca algunos de sus relatos en sus “Tradiciones peruanas”. Un absurdo accidente la deja postrada para siempre en un camastro, pero ella se aferra a la vida, a sus recuerdos, a sus cartas.
“Pero no comprendo este exilio/ este triste orgullo, Manuela...”.
Y el destino trágico de Manuela hace una cabriola increíble. Una epidemia de difteria azota el pueblucho. Manuela muere aferrando las cartas del amado contra su pecho. Su cuerpo se pierde en una fosa común y las cartas arden en una pira. Fuego que consume el fuego.
“Tu amor diseminó sus semillas silvestres/ Libertadora, tú que no tienes tumba/ recibe una corona desangrada en tus huesos”
“Epitafio”
“Esta fue la mujer herida: en la noche de los caminos tuvo por sueño una victoria/ tuvo por abrazo el dolor/ tuvo por amante una espada.../Quiero andar contigo y saber/ saber porqué y andar adentro/ Porqué esta tierra miserable/ porqué esta luz desamparada?/ Porqué esta sombra sin estrellas/ Porqué Paita para la muerte?”
EL HOMENAJE PÓSTUMO
Pasaron los años, la desmemoria borró los pasos de esta brava mujer enamorada. Pero la historia de a poco, fue buscando y encontrando el rostro de sus días. A través de eso que llamamos revisionismo histórico, Manuela encontró la justicia que en su momento no tuvo. Pero ella ya no estaba. Su carne ya no sentía el desprecio, su alma ya no el abandono. Su figura se agranda a través de la leyenda y su nombre es ahora un ícono del feminismo latinoamericano. Escuelas, calles, plazas llevan su nombre. Monumentos y museos rescatan su figura y tratan de volverla del olvido.
En Bogotá existe el museo “La casa de Manuelita Sáenz”. En Cali, escuelas que llevan su nombre. En el barrio de San Marcos, en el centro histórico de Quito, en 1994 se crea un museo dedicado a su memoria. También ocho administraciones zonales de la Zona Centro llevan su nombre y un busto en el Salón de Armas del Templo de la Patria. En 2007, dado que ella participó en la batalla de Pichincha, el presidente Rafael Correa le concedió el grado de Generala de Honor de la República del Ecuador. Ese mismo año en la conmemoración del 199º aniversario de la firma del acta de Independencia de Venezuela, se llevó al Panteón Nacional un cofre que contenía tierra de Paita. Estos restos simbólicos fueron depositados junto al altar principal en que yacen los restos del libertador Bolívar.
En 2013, el gobierno de Venezuela inauguró un monumento de Manuela, denominada la Rosa Roja de Paita, una escultura de 14 metros ubicada junto al mausoleo de su amado, en Caracas. En mayo de 2010, durante una visita oficial del Pte. Correa a nuestro país se descubrió un busto de Manuela, donado por ese gobierno, en la plazoleta ubicada en la intersección de las calles Juana Manso y Manuela Sáenz, en el Parque Mujeres Argentinas de Puerto Madero. Homenajes tardíos para una mujer que dio su vida en aras de un desmesurado amor.


OBRAS CONSULTADAS
• “La insepulta de Paita”, Pablo Neruda.
• “Las cuatro estaciones de Manuela”, Víctor von Hagen (Editorial Sudamericana, 1989).
• La aventura de la Historia (Noviembre 2010).
• Fempress (Agosto, 1996).
• Es.Wikipedia.org/wiki/Manuela.