De domingo a domingo

Un gobierno adolescente que de todo le echa la culpa a la prensa

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El “tomategate”, una de las comedias de enredo que vivimos en estos días los argentinos.

Foto: Archivo El Litoral

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Si no fuese por lo delicado que resulta el actual momento socioeconómico, bien podría pensarse que las actitudes de los funcionarios públicos con relación a los avances y retrocesos que le imprimen al gobierno y en cuanto a explicar su gestión resultan típicas de adolescentes: confusión constante, sobredimensión de cualquier dificultad, pérdidas de tiempo embarcados en soluciones tan románticas como imposibles, esconder la partida, inseguridades de todo calibre, rabietas permanentes y mucha, mucha desmesura.

El carácter de inmadurez que ha tomado el manejo del Estado en las últimas semanas afecta de modo directo a la presidenta de la Nación y se emparenta con el paso al costado que ella ha dado tras su enfermedad, por motivos médicos, personales o de estrategia política, que tiene confundidos más a los propios militantes que a los de afuera.

Insidia de los medios

Con las cosas que han sucedido durante la semana dentro de ese espíritu de chapucería de no terminar nada de lo que se empieza que envuelve a la Administración, la posición de Cristina Fernández se debilita, ya que si está ajena a lo que sucede, su responsabilidad no se atenúa, pero si “hay una sola cabeza que toma las decisiones”, como dicen los funcionarios para darle lustre, ella sigue siendo su propio fusible y eso le hace peor a su imagen, porque debe responsabilizarse de todo lo que sucede, aún de lo más nimio.

Además, la peor manija que sigue taladrando a todos en Olivos es sostener que lo que pasa en el país es culpa nada más de la insidia de algunos medios, no de los sumisos y alineados, por supuesto, sino de aquella prensa que no quiere dejar de preguntar, investigar, analizar u opinar.

Parece anecdótico, pero es tal el desconcierto que se palpa en la toma de decisiones por estos días que hasta se ha reconocido oficialmente y en varias oportunidades que los cuentos del supermercadista Alfredo Coto sobre una eventual suba de los valores del tomate llegaron a oídos de la presidenta de la Nación y entonces, ella misma “instruyó al ministro Axel Kicillof para que, a través del Mercado Central de la República Argentina, propicie la importación de tomates de Brasil”.

Así, lo precisó en una primera y contundente referencia el miércoles pasado el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. El episodio, que en todo caso sería banal si no mediaran hasta circunstancias ideológicas que van en contra del concepto de país cerrado que siempre acunó el modelo, generó luego una exagerada “tomatina” de todos contra todos, propia también de la inestabilidad juvenil.

Una situación potencial

El recuerdo de los pollos que importara a puro descrédito el radical Ricardo Mazzorín también cruzó el aire y entonces surgieron las voces que quisieron enmendar aquello que era inenmendable por lo flagrante. Probablemente, conscientes de la metida de pata y para ver si podían achicar el daño, el jueves el jefe de Gabinete, primero, y luego Kicillof apuntaron al unísono a Coto como el hacedor del entuerto, aunque lo presentaron como un simple comentario del empresario en el marco del “cuidado” de los precios, una positiva “alerta temprana”, dijeron.

Pero, esa misma noche, el secretario de Comercio, el kicillofista Augusto Costa no tuvo empacho en demoler a Capitanich cuando la situación ya se le había ido de las manos a los funcionarios: “El gobierno nunca informó de una medida determinada que se iba a aplicar”, dijo lo más campante por la televisión pública y agregó que todo se trataba de “una situación potencial”.

La tentación de culpar a la prensa por la difusión del problema que creó el propio gobierno estuvo a flor de labios. A la hora de evaluar las responsabilidades, ¿ningún funcionario se preguntó antes de hablar si lo que dijo Coto no se inscribía en una puja personal con los productores para arrancarles un precio menor y beneficiarse, tal como planteó uno de ellos, quizás una celada que la ansiedad de la presidenta parece que compró de inmediato, debido a su costumbre de ver sombras detrás de cada cortinado?

Cuando Kicillof afirmó que “acá hay diferentes versiones, mientras los supermercados dicen que el tomate va a subir, los productores dicen que no, que no hay problemas de abastecimiento y por eso los vamos a llamar para ver quién dice la verdad”, ya era tarde porque el tema y sus secuelas políticas estaban en la tapa de los diarios. Aun si todo fuera una “cortina de humo”, tal como sugirió un productor de tomates santafesino para tapar otros casos que se le descubren al gobierno a troche y moche, el resultado fue demoledor en materia de imagen, ya que una primera conclusión que se puede sacar es que las cosas no deben estar para nada claras en materia de coherencia dentro del círculo que toma las decisiones en Olivos si apenas un precio, dentro de todo el descalabro inflacionario, puede ser un tan fuerte factor de desestabilización.

Bajo la sombra protectora

En verdad, el “tomategate” resultó ser apenas un escalón más de las desinteligencias de los funcionarios más altos del gobierno que siguió al tiroteo por casos anteriores. La suba de la valuación de los inmuebles en el cómputo del impuesto a los Bienes Personales fue la novedad de principios de semana que marcó las primeras y más graves desinteligencias. Seguir la secuencia aquí también es importante, ya que quien primero habló del tema fue el Administrador Federal de Ingresos Públicos, Ricardo Echegaray.

Más allá del despropósito de gravar patrimonios que podían involucrar a las clases medias y hasta a las menos pudientes, inclusive jubilados con ingresos mínimos y quizás poseedores de un departamento de dos ambientes, el tema tuvo también su correlato ideológico. Echegaray fue quien habló de “precios de mercado” y se sabe que esas soluciones no entran en el diccionario kirchnerista, al menos tan explícitamente formuladas.

La historia a la que accedió DyN es que Echegaray obtuvo la venia de la presidenta y que por eso salió a vocearlo la misma tarde del lunes en que Capitanich había relativizado la cuestión: “No está determinado el tema de Bienes Personales incorporado al proceso económico respecto de su definición final y definitiva”, precisó por la mañana. Cuando el jefe de Gabinete le pidió explicaciones por sus anuncios ante la prensa, el funcionario le dijo que así lo había convenido con Cristina y entonces, el martes, Capitanich anunció que el proyecto “va a ser elevado para el tratamiento en sesiones extraordinarias y por lo tanto, no hay ninguna contradicción”. Amagó con responsabilizar a la prensa, pidió “respeto” por sus expresiones y, como pudo, zafó.

Sin embargo, el chaqueño no contaba con que a media tarde de ese día, por radio, Kicillof iba a salir a asegurar que “hoy hablé del tema con la presidenta y lo descartó y yo también pienso que no hay que hacerlo (porque) tiene efectos negativos y no está en agenda”. Echegaray, herido por su excursión a Brasil, por las denuncias sobre el pago del viaje y la confirmación de que cenó con sus acompañantes, ambos parte del mundo que él debe controlar, y Capitanich, enredado en sus dichos, fueron desautorizados públicamente.

Al día siguiente, este último salió con los tapones de punta en relación a “eventuales interpretaciones capciosas” de algunos medios: “Si no, vamos hacer un nivel de análisis sintáctico, morfológico, semántico de cada oración que yo digo, respecto de lo que efectivamente se interpreta de mis dichos. Los comentarios que ha realizado el ministro Axel Kicillof por instrucción de la presidenta de la Nación son definitivos”, trinó.

En la insólita conferencia de prensa que dio en las puertas del Palacio de Hacienda también el ministro de Economía se había encabritado con los medios, a partir de un rumor que involucraba la eventual renuncia del titular de YPF, Miguel Galuccio.

Todas estas comedias de enredos en la que los protagonistas, al igual que los púberes pescados en falta, procuraron sacarse el sayo de la responsabilidad mientras buscaban colocarse bajo la sombra protectora de la presidenta, sucedieron en cinco días apenas y terminaron el viernes con el desplante del ministro coordinador quien, cambiando su habitual estilo de acercamiento, evitó responderle al periodismo.

Si Echegaray acuerda una cosa y Kicillof le tuerce el camino, si Capitanich anuncia lo de los tomates y un secretario apenas lo desmiente, si Parrilli acelera a la presidenta y él tenía que saber sobre tal o cual gasto y si todos van contra la prensa para esconder sus errores y hasta Coto incide en la política económica con un remedio neoliberal y se le hace caso, no hay quién pueda demostrar desde el gobierno que los problemas están afuera y no adentro.