Infinita mente pequeña

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Dibujo de Leonardo Da Vinci
 

Carlos E. Morel

“La ascidia... integra una especie de los urocordados... Cuando se reproduce, engendra una larva diminuta... que nada toda su corta vida con el sólo propósito de encontrar la mejor piedra del lecho adonde incrustarse para siempre... En ese viaje frenético hacia la muerte, se alimenta sólo de la yema que lleva dentro, de modo que a medida que come, se extingue... Una vez que ha hallado el sitio propicio, se fija con firmeza a él... En un acto de inmolación convencida, la larva moribunda mete la cabeza dentro de la boca y se devora el cerebro”. (Sir Sidney Frederic Harmer & Arthur Everett Shipley en “The Cambridge natural history” Vol. 7, Macmillan Co., 1904).

¿Por qué los animales tienen cerebro y los vegetales no? ¿Están todos los sistemas neuronales hechos de la misma materia? ¿Qué tiene el cerebro humano que le permite hacer cosas que otros no pueden?

En la secuela de “Alicia en el País de las Maravillas”, la Reina Roja apremia: “Lo que es aquí, hace falta correr todo cuanto uno pueda para permanecer en el mismo sitio”. Acaso esta especie de oxímoron cifre una clave.

Contra la idea determinista, la vida parece darse en un cosmos progresivo, coherente, irreversible, probabilístico, como el imaginado por Ilya Prigogine (1). El orden se vincula con el desequilibrio. La incertidumbre es cardinal e independiente de la información. La historia deviene de la indeterminación. El tiempo en que vivimos fue creado por la vida.

Los animales son, en algún sentido, una involución si se los compara con los vegetales, ya que las plantas son autosuficientes. Más frágiles e imperfectos, limitados por la imposibilidad de crear alimentos, los animales tuvieron que desarrollar la movilidad autónoma: nadar, reptar, saltar, trepar, caminar, volar. Y también respirar, ingerir, digerir. Entre tanto, requirieron maniobras adaptativas complejas que debían recordar para poder repetir.

La memoria animal no se basa en registros como el ADN, los libros, o el almacenamiento digital; es una forma de articulación dinámica de información que señala siempre al futuro.

Recordamos para anticipar cómo nos comportaremos en un entorno que ya no será el que es: todos los procesos de la memoria se orientan para influir sobre la gestión de acciones venideras, es decir, para responder con eficiencia a la irresolución.

En la medida en que un animal vive, aprende de un modo estadístico (los matemáticos lo nombran “inferencia bayesiana” (2)); los datos percibidos sirven para actualizar las imágenes del universo o para crear unas nuevas. Como las percepciones están contaminadas por interferencias enormes (el ruido y la incertidumbre), cada individuo debe construir hipótesis -creencias- para hacer deducciones y tomar decisiones básicas.

El reconocimiento de las cosas o la representación de la posición en el espacio son creencias. Ante cualquier alteración del contexto, estamos forzados a anticiparnos de acuerdo con un credo adquirido cuya elaboración se nutre de dos fuentes de información sensible: la percepción inmediata y el conocimiento previo.

La creación de las creencias no es lineal ni mecánica, no se sostiene con la pura evidencia, pero hace uso de simulaciones internas, tanto del mundo exterior, como de la física corporal y del comportamiento de los sentidos. Una vez que alcanzan cierto nivel, todos los sistemas de creencias abusan de los estereotipos, los individuos más aptos son los que suelen modelar patrones de conducta más difusos.

El cerebro predice antes de percibir. Esto modifica la percepción. Un movimiento cualquiera se replica en una imagen neuronal que anticipa las consecuencias, tanto para evitar perjuicios, como para conseguir metas satisfactorias. Pero tiene que distinguir a la realidad presente de la realidad simulada, porque lo externo es mucho más relevante que lo interno para la conducta.

El aprendizaje se revela de la transformación de las discrepancias entre las predicciones simuladas y los hechos percibidos: todo lo que difiere es exterior.

Contra las conjeturas usuales, la habilidad no es un comportamiento automático, ni siquiera en un organismo menor. El control del movimiento está obstaculizado por las distorsiones en el reconocimiento de lo que se hace. Uno de los ruidos más intensos que modifican la realimentación proviene de las anticipaciones internas.

La predicción es un procedimiento complejo. El efecto de un golpe inesperado es siempre mucho más devastador que el de ese mismo golpe cuando puede prefigurarse. Si es uno quien da el golpe, la concordancia entre la ejecución de la orden y el resultado percibido le hace creer que se trata de un hecho sensorial interno; una parte de la realimentación perceptiva se cancela. El golpeador voluntario siente siempre que la potencia dispensada es menor; el golpeado inadvertido experimenta en su percepción un impacto más fuerte.

La cancelación sensorial hace que, por ejemplo, seamos mucho más eficaces para hacerles cosquillas a otras personas que para hacérnoslas a nosotros mismos; o que no notemos los sonidos que ocurren en nuestro interior: la respiración, los latidos del corazón, la circulación de la sangre, los movimientos peristálticos.

La capacidad de controlar el ruido que afecta al movimiento es tan importante que, sin notarlo, nuestras sociedades conceden lugares destacados a aquellos que lo hacen mejor, como los deportistas sobresalientes. Y la naturaleza premia con la subsistencia a aquéllos más evolucionados en la batalla por la supresión.

Toda la comunicación humana (los gestos, el habla, la escritura) se realiza a través de contracciones y distensiones de centenares de músculos. Los procesos sensoriales y cognitivos de la memoria importan sólo en la medida que impulsan o inhiben los movimientos musculares futuros para hacerlos óptimos de acuerdo con el sistema individual de creencias.

Tenemos un cerebro -ese que la ascidia se come cuando ya no le hace falta desplazarse- porque necesitamos perfeccionar los movimientos por anticipado.

(1) Premiado con el Nobel de Química en 1977

(2) En el siglo 18, el británico Thomas Bayes sugirió que la probabilidad de ciertos sucesos está condicionada por la ocurrencia de otros.


El cerebro predice antes de percibir. Esto modifica la percepción. Un movimiento cualquiera se replica en una imagen neuronal que anticipa las consecuencias, tanto para evitar perjuicios, como para conseguir metas satisfactorias.