Preludio de tango

Enrique Mario Francini

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Manuel Adet

Los artistas mueren en accidentes o en la cama, pero son pocos, contados con los dedos de la mano, los que se despiden de este mundo en el escenario. Enrique Mario Francini fue uno de ellos. Esto ocurrió en Caño 14, nada más y nada menos, la noche del 27 de agosto de 1978. Francini estaba acompañado de su amigo de toda la vida, Héctor Stamponi, cuando el infarto lo derribó. La leyenda cuenta que cuando la gente se precipitó para ayudarlo, lo último que alcanzó a pedir fue que recojan su violín. También se dice que esa noche estaba entre el público el médico y dirigente peronista Raúl Matera, quien intentó hacer lo imposible para salvarlo.

Para entonces, Francini tenía sesenta y dos años y una trayectoria artística de más de cuatro décadas, trayectoria que le permitió ser reconocido como el mejor violinista del tango, afirmación que a él le hubiera parecido exagerada, porque a su talento unía una modestia genuina que le impedía admitir juicios tan concluyentes, sobre todo en la ejecución de un instrumento donde se destacaron creadores como Julio de Caro, Antonio Agri, Elvino Vardaro, Alfredo Gobbi, Mario Abramovich o el no tan conocido pero excelente, Simón Bajour.

Francini nació en la localidad de San Fernando el 14 de enero de 1916, pero aún tenía pantalones cortos cuando sus padres se instalaron en Campana. Con el violín se relacionó desde pibe. Su maestro fue Juan Elhert, un verdadero promotor de músicos de la región, quien sumó a su cosecha talentos como Héctor Stamponi y Armando Pontier. No deja de llamar la atención que en una localidad bonaerense, alejada entonces de los ruidos de la fama, se forjaran músicos de ese nivel, quienes además habrán de recorrer juntos el camino de la creación y, por qué no, la fama. Entre Zárate y Campana en esos años algo debe de haber pasado para que se promuevan tantos artistas. Pensemos que a los nombres mencionados se pueden sumar el de los hermanos Expósito o cantantes de la talla de los hermanos Berón.

Anécdotas o casualidades al margen, lo cierto es que Francini se forjó en ese linaje de músicos excelentes y exigentes. A sus condiciones iniciales, le sumó una empecinada voluntad de trabajo y estudio. Nunca dejó de estudiar. Maestro de armonía y composición, sus maestros fueron, además del alemán Elhert, Julián Bautista y Martí Llorca. Como dato, si se quiere anecdótico, habría que señalar que quienes lo conocieron aseguran que era un excelente cantante y que en su momento estrenó en el hotel Nogaró de Mar del Plata el tango “Al compás del corazón”.

Después de algunos entreveros musicales en las orquestas y radios de la zona, Francini se instaló en Buenos Aires y pronto fue convocado por Miguel Caló para desempeñarse de segundo violín de su orquesta. Cuando Mauricio Kaplún renunció, Caló probó a veinticinco violinistas para designar su reemplazante. El honor le correspondió a Francini, cuando aún no tenía treinta años y en la orquesta lucían sus habilidades músicos de la talla de Osmar Maderna, Carlos Lázzari, Domingo Federico, Héctor Stamponi o el propio Armando Pontier.

Precisamente con Portier forman en 1945 la gran orquesta que durante diez años cosechará reconocimientos y aprobaciones en los grandes escenarios del tango. Ciento veinte placas grabadas, treinta y cuatro de ellas instrumentales, son el testimonio de esta experiencia musical en la que lucieron sus habilidades cantores del nivel de Alberto Podestá, Raúl Berón, Julio Sosa, Roberto Rufino, Héctor Montes, Luis Correa, Roberto Florio y Pablo Moreno. La orquesta Francini-Pontier debutará en el mítico Tango bar el 1º de septiembre de 1945.

En 1954 se promueve un merecido homenaje a Juan Carlos Cobián, en el que participan el bandoneón de Aníbal Troilo, la guitarra de Roberto Grela, el contrabajo de Kicho Díaz, el piano de Horacio Salgán y el violín de Francini, ya para entonces famoso por sus solos en temas que constituirán su repertorio clásico: “Petit Salón”, “Inspiración”, “Semillero”, “Sans Souci”, “Tema otoñal” o “Milonguita”.

A sus dotes de violinista, Francini le suma sus condiciones de compositor. Así lo prueban tangos, milongas y valses de antología como “Bajo un cielo de estrellas”, “Mañana iré temprano”, “La vi llegar”, “Ese muchacho Troilo”, “Pedacito de cielo”, “Princesa de fango” o “Azabache”. Locales nocturnos, clubes de barrio, salones distinguidos de Barrio Norte y las principales emisoras de radio reciben a esta orquesta cuya calidad está fuera de discusión.

En 1955 se separa de Pontier en buenos términos y forma su primera orquesta, que contará, entre otros, con la participación de músicos como Juan José Paz al piano, Julio Ahumada en el fueye, y él en el violín. Esta formación dura menos de un año, pero para esa época, siendo un músico consagrado y con vuelo propio, decide sumarse al “Octeto Buenos Aires”, auspiciado por un Astor Piazzolla que recién llegaba de Francia. Los bandoneones del célebre octeto se integran con Piazzolla y Roberto Pansera; los violines, con Francini y Hugo Baralis; el violoncelo, con José Bragato; la guitarra, con Horacio Malvicino; el piano, con Atilio Stamponi y, el bajo, con Aldo Nicolini. Vardaro reemplazará en algún momento a Baralis y Leopoldo Federico a Pansera.

Después de su paso por el octeto, integra las agrupaciones “Los violines de oro del tango” y “Los astros del tango”. Allí lo acompañan músicos cono Elvino Vardaro o arregladores como Argentino Galván. Su apellido para entonces es una marca registrada para grabadoras y escenarios nocturnos. De todos modos es un hombre de retornos y fidelidades. En 1963 se sumará a “La orquesta de las estrellas”, acompañado de sus viejos amigos Pontier y Stamponi, bajo la dirección del maestro Miguel Caló. Sus presentaciones en clubes y locales se alternan con su desempeño en la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, donde lucía su maestría con el violín desde 1958.

En 1970 lo encontramos con Néstor Marconi en Caño 14 y tres años después reconstituye la orquesta con Pontier.

Para esa época inicia sus giras por Japón con la compañía de Marconi, Alba Solís, Omar Valente y Omar Murtagh. En 1977 presenta en el Teatro Alvear de calle Corrientes su versión de “Tangos por el mundo”. En la plenitud de su carrera profesional, el infarto le tiende la celada. Tal vez no haya sido casualidad que en ese momento estaba interpretando uno de sus temas preferidos: “Nostalgias”.