Las vacaciones, ¿una solución para el estrés?

Lejos de lo que muchos piensan, las vacaciones no son necesariamente una solución para el estrés. Si bien el descanso es una ayuda, una clave es reflexionar sobre nuestras conductas habituales para estar advertidos de los disparadores de nuestro malestar.

FUENTE. LIC. GEORGINA VORANO (*).

28-ESTRES.JPG

 

 

El llamado estrés tiende a ser definido como una respuesta física y psicológica que tiene toda persona ante situaciones adversas, de peligro o conflicto. Dentro de esa línea se plantea un concepto de “buen estrés”, que es aquel que sirve para afrontar estas situaciones críticas, y el de “distrés”, que es el que generaría un malestar crónico y una respuesta en exceso, crónica, más allá de la situación “estresora”.

Este término es utilizado cuando el estrés deja de ser algo ocasional y reaparece crónicamente. Desde otras líneas, hablamos de “síntomas” que son aquellas conductas y situaciones en las que un sujeto se entrampa repetitivamente y que le generan malestar. Esto es más amplio y se puede presentar en cualquier área de la vida de una persona, no sólo en el trabajo.

¿Qué factores son disparadores? Como cada persona es diferente no se puede hablar de una regla general. En cada caso serán situaciones desestabilizantes y conmovedoras para esa persona.

Generalmente, la aparición de malestar crónico tiene que ver con puntos conflictivos centrales. En las situaciones en las que una persona sabe qué quiere, qué busca, cómo conseguirlo, qué hacer, para donde ir, no aparecería “distrés” o malestar. Pero eso no es lo característico de la condición humana. Diversas situaciones presentan interrogantes a una persona o cuestionan sus recursos para responder, y allí entonces aparece la angustia y la ansiedad propias de lo que se llama estrés.

EL TRABAJO Y EL ESTRÉS

En relación al llamado “estrés laboral”, lo que debemos apuntar es que no está única o necesariamente relacionado con cantidad de horas o de actividades que realizamos, sino a cómo esté conectada la persona con el deseo y las ganas.

En otras palabras, una persona puede trabajar mucho, hacer mucho y estar funcionando en conexión con su deseo, por lo que todo eso le resultará llevadero. Pero si todas esas actividades tienen un trasfondo de obligación y son una respuesta a un imperativo permanente, sí va a haber malestar generador de “estrés”, y eso puede verse tanto en el trabajo como en los vínculos y en la relación con uno mismo.

En la actualidad se promueve la búsqueda de una satisfacción inalcanzable, tenemos que buscar más: hay que ir a un nuevo restaurante, conocer otro país y hacer mil cosas para ser lo suficientemente feliz. Se trata de un imperativo de éxito, de eficiencia, de belleza, de juventud y otros imperativos inagotables que no sólo funcionan en lo laboral sino que se trasladan en la percepción del sujeto de sí mismo. Entonces, nunca se es lo suficientemente lindo ni lo suficientemente rico; nunca se está suficientemente flaco ni la casa es lo suficientemente grande. Esto genera malestar y consecuente “estrés”.

En definitiva, el llamado consumismo (la lógica del mercado extendida a todos los ámbitos) es un factor de fondo que acentúa este malestar. Las promesas del mercado atraen hacia una ilusión de satisfacción absoluta que nunca llega, empujando a la vorágine de cambiar de pareja, de auto, de trabajo, de celular, partes del cuerpo, etcétera, pensando siempre que el próximo cambio nos va a satisfacer. Eso genera una angustia y una ansiedad permanente en el sujeto.

Cuando el “estrés” o malestar se hace crónico generalmente puede tener efectos depresivos, llevando a un aplastamiento, un desgano que nos desconecta del deseo. Cuando la angustia se vuelve insoportable puede terminar en los llamados “ataques de pánico” o en estallidos y desestabilizaciones. Por eso es mejor tomar el toro por las astas.

QUÉ PASA EN VACACIONES

Es frecuente la idea de que ese “recalentamiento del motor” que tenemos durante todo el año se remedia con las vacaciones, a las que vemos como la isla prometida del ocio y el descanso.

Este momento del año se convierte, entonces, en un placebo que no tiene un verdadero efecto para realizar cambios y replanteos; se suele usar las vacaciones como un respiro que perpetúa un mismo circuito, dando vueltas sobre las situaciones que generan malestar.

Por otro lado, cuando una persona está funcionando de una manera compulsiva puede actuar compulsivamente tanto en el trabajo como en las vacaciones. Esto significa que si en el trabajo se hace cargo de todo, para después irritarse y no dormir bien, por ejemplo, en las vacaciones puede hacer algo similar, empacharse haciendo todas las excursiones. Así, la modalidad compulsiva no se modifica para nada aunque se esté en la playa, de ahí la frase común “vine más cansado de las vacaciones”.

POR MENOS ESTRÉS

Ser realistas: aquellas conductas problemáticas para uno mismo, y que se reiteran permanentemente, no van a dejar de estar presentes ante la esperanza que genera un año nuevo y unas vacaciones. Hay que desilusionarse, en cierta forma, ya que el padecimiento recurrente no va a desaparecer mientras la persona no se responsabilice y haga algo con él.

Buscar espacios de pausa: una función principal y humilde de un espacio de análisis es que un sujeto frene por un momento su vorágine y automatismo, y se detenga en un espacio personal a plantearse algunas preguntas sobre lo que quiere, y a detectar factores que lo afectan.

Buscar espacios de bienestar: recurrir a los espacios en los que se encuentra más con el deseo que con la obligación. Esos lugares a los que uno va porque quiere y no porque tiene la obligación de hacerlo. Éstos serán distintos según cada persona.

(*) Integrante del equipo de profesionales del Área de Salud Mental de Sanatorio Diquecito.