El arte de no forrar los cuadernos

El arte de no forrar los cuadernos

Estábamos desde la semana pasada con la escuela, porque cuando encontramos un filón (tema A y tema B) no hay que largarlo fácil. Así que ahora quiero referirme al forrado de los cuadernos. Hay tal desregulación de la actividad que entramos en el delicioso territorio del caos. No quiero ponerle una etiqueta a estas disquisiciones.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

Antes había que forrar los cuadernos o el cuaderno (un solo cuaderno grueso en el que entraba el mundo entero) y no había tutías: en la semana previa a las clases, había que hacer manualidades, malabares, organizarse y confiar en las preciosas manos de mamá, tuvieran o no habilidades para esa tarea específica. Hoy las cosas cambiaron. No me atrevo a decir que para mejor.

Vamos por partes: para forrar hay que ser prolijo y meticuloso.

Antes, les decía, uno iba al almacén-librería-regalería y elegía con cierta anticipación los forros a usar para los cuadernos escolares. Al principio, no tenías demasiadas opciones, pero conforme pasaron los años, mejoraron las texturas y los diseños, aparecieron los forros brillantes, de mil formas y colores, plastificados. Uno se traía los dos o tres forros elegidos, las etiquetas y ya en casa, alguien forraba uno a uno los cuadernos, con la ayuda entre curiosa y pasiva del propio alumno, futuro usuario del útil (en algunos casos irremediablemente inútil) escolar.

El mayor toque, entonces, era usar un plástico protector, que incluso se sacaba de bolsas transparentes. Mucho antes de que se generalizaran los conceptos de reciclado y el de reusado, en nuestras casas las mamás hacían milagros con papeles de regalos usados, diarios, forros y bolsas.

Hoy también podés elegir forros variados. Pero la verdad es que los fabricantes de cuadernos también dieron pasos hacia adelante, hacia tu casa, hacia el consumidor mismo: te zampan los cuadernos requeridos ya forrados. Forros de papel araña de varios colores, forros a lunares, forros psicodélicos, estampados, rayados. Uno sólo tiene que agregar la etiqueta, poner sus datos y a la cancha.

Para los pragmáticos, con eso alcanza y sobra. Porque acaso estas personas postulan serenamente que quizás, qué osadía, a lo mejor lo importante es lo que está o estará dentro del cuaderno.

Pero están los malditos perfeccionistas cualquiera fuera su sexo. Los cretinos quieren más. Y entonces el pobre, destemplado y pelado cuaderno forrado de fábrica parece un pajarito mojado al lado de otros que se aprovechan de la tecnología y de la perfeccionada sociedad de consumo, pero además le agregan la impronta personal. ¡Barrocos, incontinentes!

Nostálgicos, ansiosos, sapientes o soberbios, deciden aplicar conocimientos y canalizar vaya a saber qué cosas en los cuadernos de las criaturas, los compañeritos de tu hijo o hija. Entonces, esos cuadernos son obras de arte: forrados, con caricaturas y letras especiales, etiquetas y, al final, contact, ese papel engomado que protege y reemplaza al viejo plástico que usaba hace cuarenta años...

El contact en cuestión es prohibitivo para mí. El contact está hecho para algunos o no. Para mí, no, claramente, oscuramente, abierta y cerradamente. Yo termino pegoteado para siempre, amarrado, amordazado y el cuaderno, que hasta allí zafaba, es un mazacote infame. No se trata nomás de los temibles globitos de aire que te quedan en el medio, no se trata nomás del mosquito o el piojo que quedó inmortalizado y listo para que la posteridad lo descubra, como un precioso insecto prehistórico eternizado en una roca o un glaciar. En mi caso, somos incompatibles el contact y (o) yo.

Se me tuerce (el contact), se me cae, se me pega a los dientes cuando quiero cortarlo, a la tijera, se me retuerce, se me dobla y el producto final es lamentable, patético, un pegote indigno. Me siento humillado y salgo entonces corriendo otra vez a la librería para que me den una vez un puto cuaderno nuevo, ya forrado y si pueden etiquetado y, ya que está, usted, que tiene tan linda letra, ¿no podría escribir allí Chiara Fenoglio, tercer grado, turno mañana?