Preludio de tango

Alberto Vacarezza

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Manuel Adet

Le tocó el honor de despedir a Carlos Gardel en el cementerio de la Chacarita. Reunía méritos artísticos y afectivos para hacerlo. Mantenía con Gardel una cálida amistad forjada en Buenos Aires y París, en la noche porteña y en las madrugadas parisinas, en agitadas calavereadas nocturnas que incluían desde el cabaret y los cafetines hasta alguna mesa de póker y las puntuales reuniones dominicales en Palermo. Trece tangos de su autoría le grabó el Morocho a Vacarezza. El primero, tal vez el mejor, es de 1922 y se llama “La copa del olvido”: “Salí a la calle desorientado,/ sin saber cómo hasta aquí llegué,/ a preguntarles a los hombres sabios,/ a preguntarles qué debo hacer”.

Con Manuel Romero, Mario Battistella y Luis César Amadori, integró el elenco de los grandes creadores de sainetes, aunque para más de un crítico el maestro de los saineteros fue él. El sainete entonces convocaba a una amplia platea popular. Fue calificado en su momento como una versión menor del teatro, pero ninguna observación estética pudo desconocer su vigencia y popularidad.

El escenario típico del sainete es el conventillo y sus protagonistas son esos gallegos, tanos, turcos, rusos o criollos que viven allí, con sus pequeños dramas, sus escenas sentimentales, sus pasiones desbordadas y, en el caso de Vacarezza, sus finales felices. Ciento diez obras de teatro se le atribuyen a este autor, pero con la que ganó fama y plata fue con “El conventillo de La Paloma”, estrenado en 1929 y que obtuvo el récord de mil funciones continuadas, mil funciones que podrían haber sido muchas más, si a Libertad Lamarque no se le hubiera ocurrido mandarse a mudar harta de hacer siempre el mismo papel.

“El conventillo de La Paloma”, alude a un inquilinato ubicado en Villa Crespo, entre las calles Serrano y Thames para ser más preciso. Se llamó en sus orígenes El Nacional, pero la leyenda contada por los albañiles de la construcción de la vereda de enfrente, habla de una, joven, hermosa y misteriosa mujer vestida de impecable blanco, que todas las mañanas caminaba por la galería del primer piso y descendía por las escaleras con la gracia de una reina.

“El conventillo de La Paloma” se llevó al cine en 1936 y la película fue dirigida por Leopoldo Torres Ríos. Hubo otras películas, alguna que otra serie televisiva e innumerables puestas en escenas en teatros independientes, veladas escolares e incluso programas radiales. En 1945, se estrenó en el teatro Presidente Alvear, ocasión en la que el propio Vacarezza modificó algunas escenas. En 1953, “El conventillo de La Paloma se presentó en el teatro Colón; la coreografía estuvo a cargo de los hermanos Abalos y la música fue interpretada por Aníbal Troilo.

Armando Discépolo -el hermano mayor de Enrique- fue su amigo desde la infancia. Amigo y colega. Puede que las obras de Vacarezza hayan sido más costumbristas, descriptivas, con una intención a veces deliberada de rehuir las escenas y nudos dramáticas, pero en lo que hay coincidencia es que el autor de “El conventillo de La Paloma” fue y es considerado un clásico en lo suyo, un artista con un talento inusual para describir en breves trazos situaciones, definir con pocas palabras un temperamento, un carácter y, sobre todo, con un oído excepcional para captar el lenguaje y los giros de las clases populares.

En su obra “La cumparsa se despide”, su personaje Serpentina describe cómo se escribe un sainete: “Poca cosa: un patio de coventiyo, un italiano encargado, un yoyega retobado, una percanta, un vivillo. Dos malevos de cuchillo, un chamuyo, una pasión, choques, celos, discusión, desafíos puñaladas, espamentos, disparadas, auxilio, cana, telón. Y debajo de todo eso, tan sencillo al parecer, rellenando la emoción, la humanidad, la emoción, la alegría, los donaires y el color de Buenos Aires metido en el corazón”.

El sainete, el teatro, las revistas, fueron un excelente pretexto para divulgar letras de tangos, muchas de ellas escritas por los propios autores y estrenadas en estos escenarios. Vacarezza no fue la excepción. En los registros están anotados alrededor de treinta y cinco canciones de su autoría. A “La copa del olvido”, se le suma “Araca corazón”, tango muy bien interpretado por Julio Sosa. También pertenece a su inspiración el vals “Muchachita porteña”, que hace muchos, muchos años se lo oí cantar a Héctor Mauré. Entre los temas de Gardel merecen mencionarse -además de “La copa del olvido”-, “Francesita”, “El poncho del amor”, “Otario que andás penando” o “Padre nuestro”.

Bartolo Ángel Alberto Venancio Vacarezza nació el 1 de abril de 1886 en el porteñísimo barrio de Almagro, en calle Corrientes al 5400, según asegura uno de sus biógrafos. Se dice que la escritura lo atrajo desde muy pibe. En efecto, joven, muy joven definió su vocación a pesar de los reproches del padre quien alguna vez le dijo : “Vea caballerito, póngase a estudiar en serio porque con versitos y pavaditas de teatro no vamos a ninguna parte”. No será esta la primera ni la última vez que los padres se equivocan a la hora de dar consejos.

Alberto no tenía veinte años cuando escribe su primera obra: “El juzgado”, oficina en la que trabajaba y donde se inició en el arte de observar costumbres y modalidades del lenguaje popular. En 1911 -se dice que sin su consentimiento-, se presenta una obra suya en un concurso auspiciado por el Teatro Nacional. Se trataba de “El escruchante”, obra que ganó de punta a punta.

Con estos reconocimientos, Vacarezza empezó a ganar plata que metódicamente perdía en las mesas de timba o en el hipódromo. De todos modos, su vocación y oficio ya estaban definidos. “Tengo un empleo en el que solamente Dios puede dejarme cesante”, decía encogiéndose de hombros. Después llegaron entre otros “Cuando un pobre se divierte”, “La cumparsa” o “Tu cuna fue un conventillo”: “Era una paica papusa, retrechera y rantifusa, que aguantaba la marruza sin protestar hasta el fin. Era un garabo discreto, verseador y analfabeto, que trataba con respeto a la dueña del bulín”. Y los guiones para el cine: “Murió el sargento Laprida”, “El cabo Rivera”, “Lo que le pasó a Reynoso”, “Sendas cruzadas” o “Viento norte”. En su momento se animó y escribió algunos libros, hoy muy difíciles de conseguir: “La Biblia gaucha”, “Dijo Martín Fierro” y “Cantos de la vida y de la tierra”.

Los que lo conocieron ponderan su buen humor, sus frases chispeantes su bohemia incorregible y su avasallante generosidad. Una de las mujeres que siempre le reconoció méritos humanos fue Eva Duarte, a quien ayudó más de una vez cuando aún no había iniciado su carrera política. Años después, Evita le ofreció una embajada que él rechazó, aunque fue peronista desde el primer día y siempre estuvo agradecido al gobierno de entonces por haberle otorgado la medalla de la lealtad, honor compartido con Juan Manuel Fangio, Pascual Pérez y Delfo Cabrera.

Alberto Vacarezza murió en Buenos Aires el 6 de agosto de 1959, “... cansado de trabajar de finao”, como le dijera a un amigo que lo fue a visitar al sanatorio una semana antes de su partida al silencio.