Victoria Ocampo y la música

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"La danza" de Henri Matisse. Óleo sobre lienzo.

Nidya Mondino de Forni

“Lo único que me gusta con pasión es la música”. Sorprenderá a muchos esta confesión de una joven Victoria Ocampo (1890-1979) en una carta a su gran amiga Delfina Bunge. Lo cierto es que la música llegó a su vida cuando era apenas una niña. Su tía Mercedes, que había estudiado en París fue quien le hizo escuchar por primera vez a Chopin, “me parecía que esa música me oprimía el corazón hasta cambiarle de forma. O tal vez, al contrario, que lo ceñía hasta descubrir su forma en un doloroso placer”.

Se entusiasma luego con músicos como Fauré y Debussy. Escribe en sus biografías: “Cuando algún familiar moría, era tradición en la familia cerrar el piano con llave por unos días. Yo no encontraba sentido a semejante prohibición, pues, para mí, era el refugio natural para esos momentos”. Una pasión que se abre a nuevas posibilidades cuando visita París y descubre los ballets rusos de Diaghilev y las obras de Stravinsky: “Asistí en primera fila, al tumulto de ‘La consagración de la primavera’. Al final de la cuarta representación, creo que fui a todas, vi a Stravinsky, pálido, saludando a ese público que aplaudía ‘El pájaro de fuego’ y silbaba despiadadamente ‘La consagración’. Compré la partitura de ella y alquilé un piano para tocarla en mi salita del Meurice. No sabía bien qué me atraía en ese galimatías de notas y en ese brutal ritmo del cataclismo”. Realmente, la música constituyó un rol sustancial de la rica experiencia estética de Victoria, al desarrollar una intensa acción en la generación institucional y el mecenazgo. Así la encontramos en la década del 20 junto a un grupo de mujeres integrando la Sociedad Cultural Diapasón, enfrentando los lógicos prejuicios de género, apoyando particularmente los movimientos vanguardistas.

Favorece la venida de artistas extranjeros posibilitando la relación de músicos argentinos con figuras internacionales. Facilita además su estadía, pues, muchos de ellos para su regocijo personal, son alojados en su quinta de San Isidro. Apuntala instituciones, consigue subsidios, publica artículos musicales en la Revista Sur, de la cual fue su fundadora, financista y directora, rodeada de un grupo de intelectuales argentinos y extranjeros. Contó en el aspecto musical con amigos personales como Ernest Arsemet, Igor Stravinsky y Juan José Castro.

Cuando el director suizo Ernest Arsemet (1883-1969) llegó a Buenos Aires para trabajar con la Asociación del Profesorado Orquestal (APO) al enterarse Victoria que sus integrantes no cobraban sueldo, porque la pequeña subvención de la que gozaban sólo alcanzaba para los gastos mínimos, empezó a colaborar e instó a hacerlo hasta al propio presidente Alvear. De esta manera, Arsemet pudo trabajar durante tres temporadas en el país, y el público pudo oír no sólo a Ravel y a Debussy sino a Prokofiev, Honegger, Stravinsky, Falla... y obras de autores argentinos.

Entre ellas las de Juan José Castro, quien junto a su hermano José María, Juan Carlos Paz, Gilardo Gilardi, Honorio Siccardi y Jacobo Fischer integraba el “Grupo Renovación”. Además, todos ellos tuvieron la oportunidad de publicar sus artículos en Sur. También lo hizo Alberto Ginastera. Por su parte, Arsemet publicó en el primer número de la revista un artículo sobre “La situación del compositor americano”.

Sin duda, la figura central constituyó el ruso Igor Stravinsky (1882-1971). Arsemet en Buenos Aires dirigió sus clásicos de la época rusa hasta sus composiciones paradigmáticas de la posguerra, lo hace, también, ejecutando obras de Bach, Haydn, Vivaldi, Monteverdi... señalando vínculos entre la modernidad y el pasado, marcando decisivas orientaciones a los músicos jóvenes. El ruso no sólo escribió en la revista, también Victoria participó en la puesta en escena de una de sus obras “Persephone” como recitante en Buenos Aires, Río de Janeiro y Florencia. Asimismo, lo hace en el estreno de “El Rey David” de Honegger, en francés y en perfecta dicción. Al visitar Nueva York se pasó las noches de su estadía yendo al Cotton Club para oír a Duke Ellington. A mediados de los 60, de regreso de Londres, llegó de lo más entusiasmada con “unos muchachos” que, según ella, iban a dar que hablar al mundo: eran The Beatles. Stravinsky regaló a Victoria el manuscrito de “Persephone”: “Le doy este manuscrito, mi querida y gran Victoria, en recuerdo de las alegrías que le debo a usted (Persephone) y a su espléndido talento (que se me fue revelado por su inolvidable recitado-canto de la Diosa Primavera) y guarde también este manuscrito en recuerdo del profundo agradecimiento de su Stravinsky” (1936).

“La sensibilidad y la afectividad que ella atestigua en su relación con la música se extiende a toda su existencia (...) esta luz del corazón que la atrae hacia la música porque ella encuentra allí su expresión, la manifiesta en todos sus comportamientos, lo que hace de ella algo muy distinto a una intelectual y que da a su excepcional inteligencia su seguridad de vista” (Ernest Arsemet).

“... La música es, cuando entramos en ella, como el mar, nuestro cuerpo pierde su peso habitual. Nos sostiene y nos transporta como ningún otro arte...” (Victoria Ocampo).


“... La música es, cuando entramos en ella, como el mar, nuestro cuerpo pierde su peso habitual. Nos sostiene y nos transporta como ningún otro arte...”

Victoria Ocampo.