Tribuna de opinión
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Fuente Ovejuna
Herbert A. R. Norman
Hace unos 30 ó 40 mil años, cuando el hombre andaba todavía a la intemperie, sufría las inclemencias del tiempo y los ataques de los animales, sus disputas con los vecinos referirían a problemas de pareja, rencillas por la apropiación de frutos naturales, ocupación de áreas o zonas consideradas exclusivas, que anticipaban la figura de la posesión, y milenios después del derecho de propiedad.
El hallazgo de la caverna atenuó parcialmente las querellas, otorgando cierta privacidad con beneficios para la convivencia.
El pacto tácito de no agresión entre los miembros de las primitivas comunidades incluía severas sanciones a los transgresores. Inicialmente era un simple “linchamiento”, que con centurias o milenios de experiencia fue evolucionando hacia la delegación del castigo a manos del jefe de la tribu, el brujo, o un consejo de ancianos. Se sustraía al transgresor de la sanción multitudinaria porque la clave era la acción de justicia en manos de la jefatura.
Un caso de cierta analogía desarrolla Lope de Vega en su famosísima obra teatral de fines del siglo XV “Fuente Ovejuna”, que trata sobre dicho pueblo sometido por los abusos del Comendador, quien con sus actos exaspera a los pobladores motivando un enojo generalizado. Como consecuencia, en determinado momento éstos invadirán su palacio y matarán al Comendador. En el posterior juicio, el juzgador indaga al conjunto: “¿Quién es el responsable de la muerte?”. A lo que el pueblo responde “Fuente Ovejuna señor, todos a una”.
Sacarse de encima al tirano es un derecho primordial ejercido por los pueblos desde los tiempos primitivos. Sea en conjunto, como masa indignada, o siguiendo a un libertador que los lidera, el fenómeno se repite a través de los siglos, porque el hombre fue creado libre y sólo resigna esa libertad ante un gobernante juzgado probo, eficaz, pragmático y justo, pero también casi omnipresente en la defensa del grupo. Cuando esa omnipresencia se torna abúlica, y el malvado aprovecha esa dejadez para atentar contra la paz y los derechos de las personas, es muy difícil impedir la reacción multitudinaria, y livianamente condenar la defensa ejercitada por el grupo ante la omisión del gobernante, que a tal fin ha pasado a ser el responsable de la alteración del sistema de la paz.
La abulia del desgobierno es multifacéticamente responsable. Veamos: 1) Por su falta de presencia; 2) por la liviandad de las sanciones; 3) por su falta de acento cultural en la formación de la juventud; 4) por la falta de ejemplo en las conductas de los dirigentes; 5) por su falta de respaldo y garantías a policías y jueces, que son los ejecutores del monopolio de la fuerza por parte del Estado.
Hay un concepto parcializado, tuerto, de los derechos humanos, que se apresura a sancionar al servidor público por una violencia ejercida contra el delincuente, pero poco y nada dice en defensa del ciudadano atacado violentamente en sus bienes, su integridad, su familia y hasta su vida.
Por eso, repetir a todo viento que el linchamiento está mal es una verdad, sin duda es una verdad, pero no contempla la universalidad del problema.
La condena del linchamiento es un apotegma de la civilización, pero no alcanza con repetir esta verdad y simultáneamente autoconsiderarnos civilizados si no ponemos los acentos en los presupuestos previos de una sociedad civilizada. Estamos muy creídos de que somos civilizados, pero la ausencia garantizadora del jefe nos viene autorizando en los hechos al empleo de mecanismos de defensa primitivos. No es justo abogar por el delincuente y condenar al mismo tiempo a los defensores contra el atraco, que actúan sí, por instintos defensivos primarios, pero que están sujetos cada día al riesgo de la acción delictiva.
No es el objetivo de estas cavilaciones levantar polvareda, y que alguien nos diga que estamos levantando la voz en defensa de la metodología del linchamiento. Simplemente pensemos que nuestra organización social es tan burda, y hay tal hartazgo, que induce reacciones instintivamente violentas en el grupo frente al episodio delictivo.
Será siempre más fácil combatir a la delincuencia con la ley y su fuerza, que modificar reacciones naturales de la generalidad frente a quienes la atacan; y sobre todo, frente a la pachorra de quienes tienen el deber de poner las cosas en su sitio.
Cuando el malvado aprovecha la dejadez del gobernante para atentar contra la paz y los derechos de las personas, es muy difícil impedir la reacción multitudinaria.