Preludio de tango
Terig Tucci

Preludio de tango
Terig Tucci

Manuel Adet
Fue el músico que eligió Carlos Gardel para sus arreglos y orquestaciones en Nueva York. Entre fines de 1933 y 1934 lo acompañó en sus presentaciones radiales, pero lo importante fue cuando participó como arreglador y director de las películas “Cuesta abajo”, “El tango en Broadway”, “El día que me quieras”, “Tango bar” y, en diciembre de 1934, “Cazadores de estrellas”. No se limitó sólo dirigir. Con Le Pera y Gardel en algunos casos compuso temas como “Los ojos de mi moza”, “Recordando”, “Noche estrellada” y “Sol tropical”.
Terig Tucci hacía por lo menos diez años que vivía en Estados Unidos, cuando Gardel llegó allí para quedarse o, por lo menos, para construir desde Manhattan una de sus plataformas de lanzamiento artístico -la otra era París- hacia el mundo, un proyecto que venía trabajando con empeño y que Medellín frustró trágicamente. De Gardel se pondera con justicia el genio de su canto, pero también merece destacarse su visión artística y comercial, esa suerte de mirada globalizadora que tuvo en el tiempo de los discos, la radio y el cine. Terig Tucci va a ser el músico de esta etapa.
La nueva propuesta estética reclamaba un cuidado particular en la calidad de los temas elegidos y la propia calidad de la música. Es en ese contexto que Tucci es convocado, y bien podría decirse al respecto que así como Alfredo Le Pera fue el letrista ideal para esta etapa, es decir, un poeta que escribe tangos que sin dejar de ser del Río de la Plata están dirigidos al mundo y, por lo tanto, el color local debe ser atenuado, Tucci se propone los mismos objetivos no sólo con la música, sino con la voz de Gardel, ya que él fue quien le sugirió que de los tonos agudos pasara a lo que luego pudimos disfrutar sus seguidores, un tono de barítono alto que consagrará al mejor Gardel de un itinerario que nunca dejó de ser excelente.
De las peripecias vividas en Estados Unidos, Tucci escribió muchos años después el libro “Gardel en Nueva York” que en la Argentina lo pudimos conocer a fines de la década del sesenta. Es un libro cuyo principal valor es testimonial y en el que se pueden saborear algunas anécdotas muy representativas de Gardel y del clima cotidiano que vivía esta suerte de embajada tanguera en la ciudad de los rascacielos.
La anécdota más divulgada es la que refiere al momento en que Gardel lo llama por teléfono a Tucci para hacerle conocer algunas variaciones que había introducido al tango “Por una cabeza”. Todo bien y hasta previsible, salvo el detalle que el teléfono sonó en el dormitorio de Tucci a las cinco de la mañana, cuando éste estaba navegando por uno de sus sueños más placenteros.
El detalle merece mencionarse, porque Tucci admitirá más tarde que cuando escuchó por el teléfono la voz de Gardel cantándole las estrofas de este tango de Le Pera, se puso de muy malhumor y lo primero que se le ocurrió decirle fue que las variaciones no lo conformaban. Se lo dijo medio dormido y con la confianza del caso, pero se lo dijo. Lo que no sabemos es por qué Gardel estaba despierto a esa hora de la madrugada, de dónde venía o hacia dónde pensaba ir, pero ya se sabe que ni siquiera en la mejor biografía se puede saber todo.
Gardel no era hombre de enojarse por esos detalles, pero no las dejaba pasar así nomás y, sobre todo, nunca se privaba de alguna ironía, muy representativa de su temperamento y su estilo. La respuesta en este caso lo terminó de despabilar a Tucci, pero lo despertó con una sonrisa. “Mirá Beethoven -le dijo el Morocho- vos te quedás con tus corcheas y semifusas, pero no te metás conmigo en asuntos de matungos”. Por supuesto, Gardel sabía muy bien de lo que estaba hablando, no sólo porque ya para entonces era propietario de un stud y dueño de un caballo de carrera que en homenaje a la amistad Irineo Leguisamo en algún momento se dignó a montar, sino porque durante años el hombre se jugó el resto a las patas de los pingos. ¿Qué relación tendrá ese “detalle” con la música? Para Gardel tenía que ver y mucho. Por lo pronto, los arreglos fueron incorporados a “Por una cabeza” con la autorización expresa de Tucci.
Terig Tucci nació en Buenos Aires, en Balvanera para ser más preciso, el 23 de junio de 1897, un día antes del fatídico 24 de junio de Gardel. Sus biógrafos lo presentan como director, arreglador y mandolinista, pero su instrumento preferido fue el violín, instrumento que a aprendió a tocar de la mano del maestro Luis Vinoli, mientras tomaba clases de teoría y armonía con Alfonso de María.
Para 1917, Tucci compone la zarzuela “Caricias de madre”, que se estrenó en el teatro Avenida. Dos años después, estrenó el poema sinfónica “Almafuerte” y a partir de ese momento se desempeñó como violinista en los teatros Politeama, Excelsior, Avenida y las salas de los cines Atenas y Bijou. Ya para entonces era un músico relativamente conocido, pero el destino le estaba preparando otros escenarios.
En 1923 se va a Estados Unidos, el país que lo consagrará como músico. En la primera época, se dedicará a orquestar música latinoamericana, pero para 1930 ya es arreglador de la National Broadcasting Company, tarea que realizará hasta 1941. En esos años, trabajará para directores como Hugo Mariani, Frank Black, Ernie Rappee, Andrée Kostelanetz, Percy Faith y Mitch Miller, entre otros.
Atendiendo los datos de su biografía, está claro que el hombre siempre fue solicitado. Entre 1933 y 1964 estuvo a cargo de grabaciones de músicos latinoamericanos del sello RCA. Desde 1941 hasta 1947, trabajó para la Cadena de las Américas de la International General Eléctric, y entre 1951 y 1959 fue director musical de la sección latinoamericana de la Voz de América. Entre 1953 y 1957, trabajó para las naciones Unidas, donde compuso fondos musicales para películas documentales y programas de radio.
Gardel fue su principal “alumno”, pero también se sometieron a sus enseñanzas cancionistas como Pedro Vargas, Olga Coelho, Alfonso Ortiz Tirado y, en algún momento, Los Panchos. En el rubro tanguero se sumaron a su cátedra Azucena Maizani y Agusín Irusta. Su orquesta contó con excelentes músicos, entre los que merecen destacarse Remo Bolognini y Eduardo Zito. Terig Tucci murió en Forest Hill, Nueva York, el 28 de febrero de 1973.