Libertad y experiencia de lo sagrado

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Julio Luis Gómez. Foto: Flavio Raina

 

Por Graciela Maturo

“Reinos sin olvido”, de Julio Luis Gómez. UNL, Santa Fe, 2013.

No hace falta presentar a Julio Gómez, que acaba de producir esta pequeña joya literaria en la ciudad de Santa Fe. Es conocida su trayectoria, jalonada por cuatro o cinco libros de bien cernida poesía, distinguida por algunos premios provinciales. Esta obra lo proyecta a nivel nacional, con un libro de plenitud en que se alían la libertad creadora, la conciencia del acto de la escritura y la fe irrenunciable que sostiene su pensamiento. Gómez produce un “heptamerón”, como lo he llamado, menos doctrinario que el de Marechal, similarmente tendido a reunificar vida y pensamiento, asentado en la vivencia existencial y en la remembranza.

Siete partes o jornadas de peregrinaje conforman el libro, no desplegado en el orden cronológico de una autobiografía, aunque lo es, sino estructurado por grupos temáticos nunca cerrados en sí mismos. En su totalidad puede ser vivido como un balance vital de madurez, y como una suma espiritual que se le superpone, configurando un luminoso habitar de la tierra y el cielo. Cada una de estas secciones ha sido trabajada con pasión de artesano, intensidad y mesura, y un extraordinario respeto por la palabra. La opción por el soneto, que ya conocemos en el autor, dista de ser casual. Siempre fue el soneto, desde su cuna en los ejercicios trovadorescos hasta el Siglo de Oro español y sus actuales descendientes, un tierno y riguroso cilicio destinado a exponer razones de amor: una voluntaria mortificación del lenguaje para ceñirlo a códigos de musicalidad y belleza. Gómez practica con arte ese módulo de oro y frecuenta también formas abiertas, coloquiales, regidas por leves cadencias o ritmos irregulares, siempre con ejemplar conciencia del equilibrio expresivo y el cuidado de la forma poética. Su prologuista Antonio Requeni reclama para él con justicia la condición de clásico o post clásico.

Transitar las páginas de Reinos sin olvido es una gozosa inmersión en la memoria iluminada de un hombre que se abre a la universalidad por la depuración del arte de poetizar. Al alcanzar la belleza tiende puentes profundos con los otros, y su experiencia se hace compartida. “La puerta sin llave” es una evocación de la infancia y sus presencias; la muerte de abuelos y amigos pone fin a ese reino de la dicha, tan finamente evocado. El segundo conjunto de poemas, “Sin fronteras”, es una exaltación del amor de la pareja, a la vez espiritual y encarnado existencialmente. Los cuerpos esplenden en el abrazo sin mengua de la luz primordial que los abarca. Como un cruzado de nuevo siglo, Julio coloca al tope de un poema un verso del Conde de Villamediana que conviene a la totalidad: La luz del corazón llevo por guía.

Todo buen libro de poesía incluye su poética, que aquí se adensa en la tercera jornada, “Luz de la palabra”, donde el autor habla de sí, de los poetas, del poetizar. El poeta no es para Gómez un simple bordador de palabras; es el niño mago que dice palabras a la noche. Se continúa esta autopercepción en el siguiente apartado bajo el nombre de “Domingo”. En la imagen del niño que juega con la mariposa puede verse también una poética: el júbilo de la hora plena, el justo balanceo de la libertad, la esperanza y la alegría. “Mar de memoria” vuelve el péndulo al polo de la pertenencia. El poeta conoce el valor de la reminiscencia, antigua técnica espiritual, y vuelve a ella mientras revisa retratos familiares.

La sexta jornada de este balance no puramente cronológico, “Pasión de itinerarios”, recoge experiencias del peregrino en viajes por España, París y Roma; no son simples geografías terrestres, sino rumbos del alma, secuencias en la formación de ese sujeto lírico que se confiesa y se conoce a sí mismo. Finalmente llegamos a los poemas de la fe -aunque todos lo son en este libro: “Campanas en la arena” es un hablar a Cristo, hablar con él y a partir de su presencia, en una serie de poemas que constituyen un vivo testimonio y una irradiante manifestación del compromiso religioso. Algunos sonetos ejemplares, con acentos de la mejor lírica de nuestra lengua, coronan este poemario singular, ajeno a las modas del escepticismo y la ironía, así como al decir rápido y descuidado que prevalece en muchos libros de esta hora.

Esta obra, pulcramente editada por la UNL, queda para fruición de creyentes y no creyentes, es decir para todos aquellos cultores de la Poesía, ese recinto en que hoy se refugia la experiencia de lo sagrado o, para decirlo en palabras de Heidegger, el Ser se hace patente y comunicable.