Jorge Drexler en ATE Casa España

Bailando bajo la Luna

Bailando bajo la Luna

Parando la oreja: el uruguayo escuchó pedidos, melodías y aportes de una audiencia entusiasta.

Foto: Pablo Aguirre

 

Ignacio Andrés Amarillo

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Hace rato que Jorge Abner Drexler Prada dejó de ser “el cantante de la sopita” para convertirse en el mascarón de proa de una nueva canción sudamericana (a Kevin Johansen le gusta hablar de “templadismo”, por contraposición al tropicalismo brasileño) que al “cautautorismo” (y ahí ya entran muchas definiciones) le suma la preocupación por el arreglo, los ritmos propios de nuestras latitudes y la textura sonora: curiosamente Drexler, pionero en la inclusión de loops y secuencias, se ha vuelto cada vez más orgánico con el tiempo, conformando una banda numerosa y de orígenes diversos.

Movimiento

Danzando con esos músicos entró al escenario con “Bailar en la cueva”, ésa que habla de “no esperar en, sino ser, el movimiento”. Entró de saco, pero prontamente se tuvo que desabrigar y cambiar la camisa transpirada. “¿No se supone que estaban en otoño?”, dijo el uruguayo, radicado hoy en España, en algún momento de los tantos en los que se comunicó con el público que colmó ATE Casa España: por momentos en diálogo, y de a ratos improvisando frases sobre los comienzos de las canciones (lo que lo obligaba a forzar métricas y rimas, casi en el estilo de Leo Masliah) el solista demostró su comunión con un público que lo esperó por años y le demandó varias de sus creaciones. Su rostro permanentemente sonriente demostró que esa comunión con una ciudad inédita lo llenaba, que la química se estaba logrando: “Muchas gracias por traernos, esto tendría que haber pasado hace un tiempo ya”, confirmó.

El ritmo un poco disco de la también nueva “Esfera” permitió el ascenso de una bola de espejos de boliche de antes, que marcaría momentos clave del concierto. “Transporte” llegó con cierta onda de bolero, y con ella cayeron los primeros coros de la audiencia. Y los coros de toda la banda, integrada por el porteño radicado en Madrid Sebastián Merlín (percusión, guitarras y coros), el barcelonés Carles “Campi” Campón (programaciones, guitarra, percusiones y coros), los dos responsables de la producción del último disco; el bilbaíno Borja Barrueta (batería de cocktail, tocada de pie, percusiones y coros), el canario Martín Leiton (bajo y coros), el italiano de Fabrizio Scarafile (saxo tenor, flauta traversa y coros), el madrileño Santiago Cañada (trombón y coros), el barcelonés Roqui Albero (trompeta, flugelhorn, percusión, coros, recitados y rap).

Las palmas abrieron “Cai creo que caí”, el tema dedicado a la ciudad de Cádiz, quien lo nombró hace dos años Pregonero de su Carnaval (el segundo extranjero desde Cantinflas). Una nota persistente en la guitarra de Campón, y de ahí a los vientos, para las rimas esdrújulas de “Transoceánica”, y una secuencia invitó a la sección de percusión hacia el aire de bossa de “Princesa bacana”.

El clima estribillero siguió con “Las transeúntes”, antes de que la introducción percusiva abra “Sanar”, dos reflexiones sobre cómo el amor entra y se va (el segundo con solo de Albero en flugelhorn).

Intimidad

De nuevo la cadencia abolerada llegó de la mano de “La luna de espejos”, con su historia de escarceos adolescentes (y la bola otra vez protagonizando). Y de ahí a “Guitarra y yo”, con su ritmo de raíz, sus cuatro notas silbables, su letra imposible y un recitado de Albero. El silbido fue el sendero hacia “La trama y el desenlace”: Drexler puro, a solas con su guitarra eléctrica de caja.

Ese instante de intimidad fue el momento para recibir pedidos: ante la catarata, optó por “Sea” (después de acomodar la afinación “al Paraná”) y “Fusión”: Más de una se habrá derretido con eso de “¿Cuánto de esto es amor? ¿Cuánto es deseo?/¿Se pueden, o no, separar?/Si desde el corazón a los dedos/no hay nada en mi cuerpo que no hagas vibrar”. Ahí decidió dedicarle al productor “Panchi” Priano “Antes”, en la misma tónica (“Antes de mí tu no eras tú/antes de tí yo no era yo”). Volviendo al repertorio, arrancó con la valseada “Todo cae”, sobre la que se regresó la banda (y cayó la bola).

A menear

De ahí dejaron caer dos nuevas: el groove de “Data Data” y el beat electrónico de “La plegaria del paparazzo”. Y ahí anunció el momento bailable, que abrió con “Deseo” en plan de cumbia tradicional, y “Bolivia”, un homenaje al refugio de sus ancestros en clave de la “cumbia altiplanar” que se cultiva en ese país y en Perú.

Una primera salida y vuelta con “Universos paralelos”, uno de los hits de “Bailando en la cueva”, ya con la gente de pie. Martin Leiton abrió “La Luna de Rasquí”, en homenaje al fallecido músico venezolano Simón Díaz, entre las dos lunas: la de espejos (la bola) y la real, que se filtraba por el techo corredizo, algo que muchos presentes vivieron como mágico.

Otra salida y vuelta a entrar, de la mano de la esperada y coreada “Todo se transforma”. Para demostrarlo, el equipo empezó a desmontar el escenario “en vivo”: bajar telones, desenchufar equipos, y guardar la bola de espejos en su caja. Y, de manera inevitable, la despedida con el caballito de batalla de la nutrición: “Me haces bien”, repetida en todas las gargantas.

De ahí al frente a saludar, toda la compañía, en la despedida final. La magia terminó, de vuelta fue martes por la noche, y había que salir a consolar el otoño, en el mejor de los casos con un plato de sopa humeante.