editorial
Política y diálogo de paz en Colombia
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Política y diálogo de paz en Colombia
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, asegura que la paz en Colombia no sólo comienza a ser una realidad, sino que, como consecuencia de ello, se suman señales de crecimiento que colocan al país como uno de los más sólidos en materia económica de América Latina.
Sin embargo, su principal opositor y ex jefe político Álvaro Uribe no piensa lo mismo. Considera que Santos ha despilfarrado el trabajo de pacificación social llevado adelante por él en los últimos diez años. Según Uribe, las inconcebibles concesiones a las Farc son una de las causas de la dilapidación de los logros obtenidos durante su gestión que tanto esfuerzo costó a los colombianos.
Por su parte, Santos no vacila en acusar a Uribe de sabotear los acuerdos de paz en nombre de sus ambiciones políticas. Estima que las negociaciones -además de exitosas- cuentan con el respaldo de la opinión pública y del propio Estados Unidos. Santos aspira a la reelección y los observadores políticos consideran que uno de los grandes logros de su gestión fueron estas iniciativas pacifistas.
El debate está abierto y en este punto la opinión pública está dividida. Al respecto queda claro que en principio nadie se puede oponer a la paz. Álvaro Uribe dice que no lo hace. En todo caso lo que se discute son los caminos para arribar a ello. Uribe en ese sentido fue el presidente que marcó un antes y un después en la lucha contra la narcoguerrilla y las bandas del narcotráfico.
Santos en esos años fue su vicepresidente y su colaborador. Su condición de presidenciable se debió a haber sido la mano derecha de Uribe. ¿Por qué cambió? Porque cambiaron las circunstancias, responden los seguidores de Santos. Hubo un tiempo para la mano dura y ahora hay un tiempo para el acuerdo, agregan. Asimismo, el actual presidente de Colombia descalifica como delirantes las acusaciones que lo señalan cómplice de los Castro o de los seguidores del chavismo. Conservador e integrante del establishment político colombiano, queda claro que cualquier acusación puede ser válida, menos la de comunista.
Sin embargo, la imputación de los seguidores de Uribe no es la de comunista, sino la de oportunista e irresponsable. Para ellos, Colombia perdió una oportunidad histórica excepcional de terminar con la guerrilla. Santos le tendió la mano a una guerrilla agonizante. No sólo le tendió la mano, sino que abrió un campo práctico de negociaciones cuya sede es un lugar por demás de sugestivo: La Habana.
El ejemplo de España y sus relaciones con ETA siempre estuvo presente. Sin embargo, a diferencia de Colombia, ETA no fue legitimada en acuerdos políticos y mucho menos se honró a sus principales dirigentes involucrados en atentados terroristas que provocaron miles de muertes. Dicho con otras palabras: la organización terrorista vasca nunca fue considerada un par político por las autoridades españolas, algo que sí hizo Santos con las Farc, reeditando experiencias que en su momento hicieron otros presidentes colombianos cuyos resultados hasta la fecha han sido lamentables para el Estado de Derecho. Conclusión: ni Santos es comunista ni Uribe es fascista. Ambos pertenecen a la elite dirigente y encarnan estrategias diferentes acerca de cómo resolver problemas crónicos que agobian a Colombia. El futuro tiene la palabra.
Santos no vacila en acusar a Uribe de sabotear los acuerdos de paz en nombre de sus ambiciones políticas.