Preludio de tango

Ángel Villoldo

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Manuel Adet

Es el típico exponente del tango de la guardia vieja. Son los que intervinieron en un tiempo en que el tango empezaba a dar sus primeros balbuceos. Muchos de ellos no sabían exactamente si lo que estaba haciendo se llamaba tango; también es probable que muchos de ellos se hubieran manifestado confundidos y desconcertados al escuchar el tango tal como se elaboró años después.

En el caso de Ángel Gregorio Villoldo, su rol de precursor está fuera de toda discusión. Sus biógrafos aseguran que el hombre hizo de todo en la vida. Fue carrero, vendedor ambulante, trapecista de circo, actor improvisado, cantor, músico, escritor y buen amigo. La Argentina que le tocó vivir fue un país de transformaciones sociales y culturales profundas. La “gran aldea”, descripta por Lucio V. López dejaba lugar a la ciudad tumultuosa y aluvional de fin de siglo. En esas ciudades que crecían a saltos las expresiones culturales eran desprolijas, caóticas. El idioma mismo se transformaba y la música corría agitada al ritmo de esos cambios.

El tango fue una consecuencia compleja de todo ese caos en el que la zarzuela se confundía con la vidalita; la habanera con el tango andaluz; la ópera con la canzoneta, mientras que los cantores criollos se aferraban a la payada como exclusiva manifestación artística. En ese escenario, Villoldo brindó sus aportes al tango, algunos de ellos decisivos.

Empecemos por los temas. Hay dos que son históricos y para una mayoría adquieren la estatura de verdaderos himnos. Me refiero a “El choclo” y “La morocha”. Imposible escribir una historia del tango sin estos temas que pertenecen al genio creador de Villoldo, en un caso como compositor y en el otro como poeta. Ambos temas fueron escritos diez años antes de “Mi noche triste”, considerado por los entendidos como el punto de partida del tango. Y ambos temas, pero sobre todo “El choclo”, compitieron mano a mano con “La cumparsita”.

Villoldo nació en Barracas el 16 de febrero de 1861 y murió en Buenos Aires en octubre de 1919. Su vida transcurrió antes de las orquestas de los años veinte, antes de que Gardel, Magaldi o Corsini hicieran de la interpretación del tango un arte y antes de los grandes poetas y compositores del género. Sin embargo, no se puede escribir una historia del tango sin su presencia. Hablar de Villoldo significa hablar de payadores como Gabino Ezeiza, José Betinotti o Arturo de Nava. O de personajes de las tablas y la noche como Florencio Parravicini, Higinio Cazón, Lola Membrives o Rosendo Mendizábal. Son también los años de Arolas, el Pibe Ernesto, Roccatagliatta y los firueltes bailables del celebre Casimiro Aín.

En ese ambiente y en ese tiempo, Villoldo fue un personaje destacado. Lo fue por su arte y su personalidad, expansiva, afectuosa. Antes de subir a los escenarios del centro, Villoldo trajinó con su guitarra y su armónica por los pirigundines y boliches de los suburbios y los barrios bravos de Buenos Aires. La mayoría de sus temas se inspiran en esas circunstancias. Aluden a mujeres, cafiolos, compadritos o personajes de la noche. El hombre escribe de lo que sabe, de lo que ve o de aquello que lo cuenta como protagonista exclusivo.

Alguna trascendencia deben de haber tenido sus actuaciones para que en 1907 la casa Gath y Chaves lo mande a Alfredo Gobi padre y su esposa Flora Rodríguez a Europa, transformándose en los primeros embajadores que viajan al Viejo Mundo para hacer conocer nuestra música. Al respecto no conviene exagerar por estas actuaciones, muchas de ellas reducidas a un pintoresquismo en más de un caso grosero, pero lo cierto es que para 1910 por mencionar una fecha tentativa- el tango empieza a ser conocido en Londres y París y, como consecuencia de ello, adquirirá una cierta respetabilidad en Argentina, respetabilidad imprescindible, porque hasta ese momento para las clases medias en formación y las clases altas consolidadas, el tango era ese reptil de lupanar con que lo había estigmatizado Leopoldo Lugones.

Después de este viaje a Europa, Villoldo adquiere tonalidades de personaje de su tiempo. Son también los años en los que escribe en revistas como Caras y Caretas y PBT. A sus aportes musicales y poéticos, suma la invención de un método de enseñanza para templar la guitarra. No se sabe que se hayan conocido con Gardel, aunque el Morocho grabó con Razzano un tema suyo: “Cantar eterno”.

Su inmortalidad como artista se lo debe, en primer lugar, a los acordes de “El choclo”, compuesto posiblemente en 1903. “El choclo” es una marca registrada del tango, al que se le animaron también músicos como Louis Armstrong y cantantes como Julio Iglesias. Los estudiosos afirman que el tema lo estrenó en 1903 la orquesta de José Luis Roncallo. ¿Por qué “El choclo”? No hay una sola respuesta a la pregunta. Para algunos se refería al fruto del maíz. Se dice que Villoldo era un habitué de la fonda El Pinchazo ubicada en la Cortada de Carabelas. Allí eran impagables los pucheros preparados por el patrón de la casa, y fue ese dato culinario lo que inspiró a nuestro músico.

La hermana de Villoldo, Irene, asegura en cambio que “El choclo” refiere a un famoso cafiolo de aquellos años cuyo radio de acción tenía como centro las esquinas de Junín y Lavalle. Irene es la que autoriza a Juan Carlos Marambio Catán para que escriba la letra del tango que luego estrena Ángel Vargas y Ángel D’Agostino. “Vieja milonga que en mis horas de tristeza, trae a mi mente tus recuerdos cariñosos encadenándome a tus notas dulcemente siento que el alma se me encoge poco a poco”.

En esta versión de Marambio Catán se despliega la hipótesis de Irene Villoldo acerca del personaje de la noche que por razones amorosas mata en un duelo a otro hombre. Así lo expresa en uno de sus versos: “Y me llaman el Choclo compañero, tallé en los entreveros, seguro y fajador, pero una china envenenó mi vida y hoy lloro a solas con mi trágico dolor”.

La otra versión poética es la que escribe en 1947 Enrique Santos Discépolo a pedido de Libertad Lamarque, quien lo estrenará en la película “Gran casino”, dirigida por Luis Buñuel. Vale la pena citar una de las estrofas de este tango que Discépolo escribió porque, decía resignado, nunca le pude decir que no a una mujer: “Carancanfunfa se hizo al mar con tus banderas y en un ‘perno’ mezcló a París con Puente Alsina, fuiste compadre del gavión y de la mina, y hasta comadre del bacán y la pebeta. Por vos susheta, cana reo y mishiadura, se hicieron voces al nacer con tu destino, misa de faldas kerosén, tajo y cuchillo, que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón”. ¿Qué más decir ante este despliegue verbal de imágenes?

La música de la “La Morocha” pertenece a Enrique Saborido, pero el poema es de Villoldo. El tango fue estrenado por Flora Gobbi en 1905. Se dice que a Saborido lo inspiró Lola Candales, una hermosa mujer que lucía sus atributos en el Bar Reconquista. La misma noche que la conoció Saborido sacó limpito con el piano los acordes de este tema. Esa mañana, Villoldo empezó a escribir el poema: “Yo soy la morocha, la más agraciada, la más renombrada, de esta población”. El poema habla de una mujer argentina, pero en la vida real era uruguaya. Licencias poéticas que le dicen. “La Morocha” navegó con la fragata Sarmiento y desembarcó en las principales ciudades del mundo. Cuando Villoldo regresó de Europa, trajo alrededor de cien mil copias del poema.

“La morocha” y “El choclo”, dos gigantescas realizaciones de este hombre que lo evocamos con funyi, lengue y grandes y vistosos mostachos negros. Junto con “Caminito, “La Cumparsita”, “A media luz” y “Adiós muchachos” integran la selecta embajada de los tangos que nos representan en el mundo. También pertenecen al genio de Villoldo temas como “El porteñito”, “El esquinazo”, “El tango de la muerte”, “Petit salón” y “Yunta brava”. Y eso que algunos críticos lo ningunean acusándolo con tono displicente de pionero.