El poético tiempo pasado

C5_DSC_5199.JPG

Roberto Malatesta.

Foto: Flavio Raina

 

Por Cecilia Romana

“La estrella roja y otros poemas”, de Roberto Malatesta. Leviatán. Buenos Aires, 2014.

Un hombre mira hacia atrás por sobre su hombro. Allí encuentra su pasado, intacto, maravillosamente actual. El hombre es poeta, se llama Roberto Malatesta y ha nacido en Santa Fe hace 53 años. Le cuesta pensar una vida lejos de aquel sitio, porque es la tierra que cristaliza sus versos, ésa que él quiere conservar también como su lugar en el mundo. Anoto esto porque la escritura de Malatesta está íntimamente relacionada con la ciudad de Santa Fe, en primera instancia, y con su río, sus aves y peces, su clima, en segunda. El ambiente urbano, el natural con sus orillas tan cercanas, es la materia a través de la que escribe. Sin embargo, en La estrella roja, los hijos, esos seres alucinados cuya fuerza vital es superior a todo, incluso a la melancolía que lo empuja a escribir, se hacen presentes como en ningún otro libro suyo. Están y motorizan esta concatenación de versos algo tristes, algo amorosos, algo desesperanzados.

Los poemas de este libro, como dice su autor al principio, son “antiguos y a la vez nuevos”. Nacieron en la infancia de sus hijos y explotan un tono que permanece indemne en el poeta desde que se lanzó a la aventura de publicarlos: ahí está su ambiente, la forma de aunar las palabras y de llevar lo cotidiano a un plano, si no mágico, idílico. Éstas son las marcas que Malatesta sustenta a través de toda su producción poética profusa y premiada, por otra parte-. Un delicado equilibrio entre la visión mística de Juan L. Ortiz y la decepcionada de Juan Manuel Inchauspe; una pizca de Li Po, con su coloración oriental y esa contemplación reservada previa a la escritura, y una pincelada de los poetas norteamericanos como Frost, por ejemplo, o Dickinson-, en esa forma sincera de poner las cartas sobre la mesa. Hay también un innegable trazo de sus coetáneos él nombra a Horacio Rossi-, y después, el apacible desarrollo de aquellos tópicos que le son afines: una estocada breve y blanda, que abre la carne a pensamientos melancólicos y reales, a una reflexión acerca de lo casual como vía de acceso a lo trascendental. Una poética del misticismo hogareño.

Hay varios poemas de Malatesta que podrían ponerse de ejemplo a estas disquisiciones. Sin duda “No puedo continuar con mi lectura”, es uno de ellos:

No puedo continuar con mi lectura,

las voces de mis hijos pueden más,

imposible seguir, ¿salir al patio

a visitar las flores o quedarme,

cerrado ya mi libro, inmerso en ellos?

Lo cierto, lo real: mis hijos crecen,

acotan, y a la vez, salvan mi vida,

quitándome lecturas que me dan ojos

y verdes donde sólo presentía

aridez. La verdad tiene sus voces,

campana, nube densa inexplicablemente

colmada en luz. No creeré

improbable que aquello no leído,

escrito esté en la sangre de mis hijos.

(p. 17)

En la tensión que plantea Malatesta se halla el nudo de La estrella roja. La vida diaria, es decir, el presente de esos hijos que muestran una realidad profundamente vital, con todo el vigor de la niñez y su inocencia, lucha contra la conciencia disciplinada del poeta que sabe que debe escribir, que debe dejar documentado el momento. El pasado lidia contra el futuro y el campo de batalla es el presente. El poeta, en este caso, elige la vida, elige la sangre, con la íntima esperanza de que quede inscripto en su descendencia el tratado que concibió en ese instante.

En “Fatalidad”, se describe la misma relación entre la fuerza vital del niño y la tristeza del padre que sabe que crecerá y se convertirá en un adulto: “Suele ocurrir que deja de ser tigre / y deja de ser loro, / es a mí a quien imita, / cuando lo hace me pongo un poco triste, / se irá perfeccionando y ya no habrá regreso” (p. 19).

La tragedia que engendra el paso del tiempo hace que el poeta busque en el relámpago del presente la justificación de su escritura.

Roberto Malatesta, desde una contemplación reflexiva, desentraña los caminos que llevan al hombre al desamparo, que lo hacen, en otras palabras, viejo. Su vista es certera, su lengua es la justificación de su existencia. Él no está dispuesto a dejar libre a la palabra: si la soltara no habría registro, no habría pasado, no habría vida.

Este nuevo libro del poeta santafesino, con la originalidad y el equilibrado tono de los anteriores, le tiende una mano al lector, para que desde la empatía melancólica pueda adentrarse en una mirada oblicua de la vida. Es, sin dudas, una lectura para sentir y también para pensar. Es una lectura para despertarse del letargo cotidiano y ver todo con ojos nuevos, los ojos de un tiempo sin tiempo.