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Un siglo de anécdotas de Granada, España

José Luis Entrala es descendiente de dos hermanos que se separaron a fines de 1800 dejando su España natal. Publicó un libro que narra la historia del turismo en Granada, con sus personajes y curiosidades, entre 1890 y 1990. Autorizó a Nosotros a publicar dos capítulos que refieren a la visita que hicieron a aquella población dos mujeres argentinas notables: Eva Duarte de Perón y Margaret Field.

TEXTOS. MARIANA RIVERA.

 

“Es un libro gordo (de 730 páginas) pero creo que interesante -e incluso ameno- en muchos de sus capítulos. En él he pretendido contar la historia del turismo en Granada, con sus luces y sus sombras, con sus protagonistas y con acontecimientos que fueron importantes en su día”, explicaba el español José Luis Entrala a De Raíces y Abuelos. Se refería al libro “Granada; un siglo de anécdotas (1890-1990)”, que presentó a mediados de junio en el salón de plenos del Ayuntamiento de Granada, España.

José Luis Entrala no es un desconocido para esta sección de la revista Nosotros. Junto a su esposa, en 2005 vino a nuestra ciudad para conocer a Rosario Martina Fernández de Vera Candioti, nieta (al igual que él) de dos hermanos españoles -de apellido Fernández- que se separaron en 1889, la integrante de esa familia más longeva de todo el mundo (entonces tenía 97 años). El 13 de agosto de 2005 publicamos la nota que cuenta esta historia, titulada “Tierra generosa de criollos y extranjeros”.

Este investigador de temas granadinos explicó que su obra -fruto de su irremediable afición por las hemerotecas, según confesó- incluye datos curiosos sobre el turismo de Granada, extraídos de crónicas periodísticas de la época, publicadas entre 1890 y 1990, entre los que se destacan historias de reyes, mandatarios y famosos. Incluso, incluye un cuadernillo de fotos dobles (lugares de Granada como eran hace 100 años y como son ahora) que también es interesante y curioso.

Cuando le propusimos que escriba una reseña sobre su libro, José Luis Entrala sugirió que “no se me ocurre nada mejor que publicar dos partes del libro que se refieren a dos mujeres argentinas: Eva Duarte de Perón y Margaret Field. Me parece lo más adecuado para interesar a tus lectores. La primera es una parte del capitulo VI correspondiente a la década de los ‘40, donde narro con lujo de detalles lo que ocurrió cuando Evita visitó Granada en loor de multitudes. La otra visitante argentina que impactó entre los granadinos -que tuvimos la suerte de estar con ella- fue una miss que se llamaba Margaret Field. Lo cuento en el capítulo VIII, correspondiente a la década de los ‘60”.

EL TRIUNFAL VIAJE DE EVA PERÓN

—¡Manda huevos! —ordenó el general Perón— ¡Mándalos a España, para ir preparando el viaje de Evita! Fue dicho y hecho, que entonces Perón mandaba en Argentina tanto como Franco en España. Ideal lo contó el 9 de abril de 1947: Ha salido de Buenos Aires para España el buque Cabo de Hornos con 6800 cajones de huevos y 32 toneladas de huevos en polvo.

España pasaba por una de las mayores hambrunas de su historia y los barcos que venían de Argentina, sin hacer caso del bloqueo impuesto por la ONU, eran recibidos como maná divino.

La penuria era tanta que el 19 de julio los granadinos saludaron con euforia la posibilidad de beber nuevamente cerveza. Durante los 15 días anteriores se había suspendido la venta y ahora aparecía al abusivo precio de 6 pesetas litro y 1,25 la caña.

También en aquellos días se había autorizado un extraño ‘servicio de paquetes postales alimenticios” que permitía recibir desde Tánger cuatro kilos y medio de café brasileño por 135 pesetas o de azúcar blanca por 131. El precio incluía transporte y seguro, pero había que pagarlo por adelantado.

Por agradecimiento oficial a su país y por la inmensa simpatía que despertaban su fama y belleza, la visita de Eva Duarte de Perón fue apoteósica. Media España se rindió a su encanto abrumándola de regalos (50 trajes regionales entre ellos) que un barco se llevó a Buenos Aires ¡para montar allí una exposición pública!

A Granada llegó el domingo 15 de junio de 1947, a las siete de la tarde, y se fue al día siguiente a la misma hora. Ese lunes fue declarado festivo para que todos pudieran ver y aplaudir a esa especie de hada madrina que nos llegaba desde tierras tan lejanas y queridas.

EN GRANADA

Su nutrido séquito de 33 personas incluía ministros y subsecretarios, amén del grupo acompañante español, también con dos ministros. Para trasladar a tanta gente por España, Iberia puso cuatro aviones a disposición de Evita. Pero lo más espectacular fue el despliegue del Ejército para cubrir la visita. Vean en breve resumen lo que fue necesario mover en Granada:

1. En el aeropuerto de Armilla: compañía de Aviación con escuadra, estandarte y banda de música.

2. En el paseo de San Sebastián: sección de Artillería de montaña para dar las salvas de 21 cañonazos.

3. En la iglesia de la Virgen de las Angustias: una compañía del regimiento de Infantería de Córdoba Nº 10 con escuadra, bandera y banda de música.

4. En la entrada del camino nuevo del Cementerio: una sección de Artillería para dar las salvas de 21 cañonazos a la llegada al Hotel.

5. En la puerta del Hotel Alhambra Palace: una batería del regimiento de Artillería Nº 16 con escuadra, estandarte y banda de música.

6. En la Capilla Real: el mismo regimiento de Infantería de Córdoba Nº 10 con escuadra, bandera y banda de música.

Y todo ello dos veces: a la llegada y a la salida de Granada. Es evidente que los soldados de la guarnición de Granada tuvieron trabajo duro.

¡Franco, Perón, Franco, Perón!, fue el grito unánime de los granadinos apostados en las aceras desgañitándose al paso de Evita durante sus 24 maratonianas horas pasadas en Granada.

BAÑO DE MULTITUDES

Tras su llegada al horrible aeropuerto de Armilla, Evita se vino directamente a la Virgen de las Angustias. Antes, desde el avión, había enviado al alcalde un mensaje por radio: “Volando ya sobre la hermosa tierra granadina envío a su pueblo en su persona un cordial anticipo de amistad”.

Pero el alcalde estaba enfermo y el primer teniente de alcalde, José Méndez Rodríguez-Acosta, tuvo que saltar del banquillo de suplentes, a última hora y sin apenas “calentar” para sustituir a Gallego Burín.

Lo primero que hizo Pepe Méndez, junto al completo de nuestras primeras autoridades, fue esperar hora y media en Armilla. Claro que valió la pena cuando la vieron descender del avión en la plena belleza de sus 28 años vistiendo un “sencillo traje color de rosa con lunares blancos, de media manga y recogiendo sus rubios cabellos en un elegante sombrero de paja adornado con flores blancas”. Para completar el atuendo “calzaba zapatos blancos y portaba bajo el brazo un bolso blanco de plexiglás”.

Así ataviada llegó Evita a la basílica de la Virgen donde saludó al párroco Fernández Arcoya, la nombraron camarera de honor y la señora de Olmedo le regaló una medalla.

El traslado al Hotel fue un baño de multitudes. Desde el coche de caballos del señor Martínez Cañavate, y con una nutrida escolta de caballistas, una Evita exultante no paraba de agitar su mano derecha, la misma mano que recibió en la puerta del Alhambra Palace un ramo de flores entregado por una de las niñas acogidas al Hogar José Antonio de Auxilio Social. Dicen que Evita, conmovida, besó a la pequeña y le dio los primeros veinte duros de los muchos que repartió a cuantos niños se le acercaban.

La cena fue en el salón de actos del Ayuntamiento, con miles de personas gritando en la plaza del Carmen. Si Pablo Amate hubiera estado allí diría que la cena fue espléndidamente servida por el catering del Hotel Victoria. Pero, como todavía no estaba de moda la crítica gastronómica, su director-propietario, Juan Fernández, tuvo que publicar un anuncio en Ideal diciendo que él había servido tanto la cena como el almuerzo del día siguiente.

El Ayuntamiento se descolgó con un regalo especial: nada menos que un cuadro de Gabriel Morcillo que quizás ande ahora por algún salón de la Casa Rosada en Buenos Aires o lo tenga a la venta algún anticuario platense. Después de la cena todo el mundo se trasladó a la Alhambra, donde el pianista Querol, gran figura de la época, amenizó la visita nocturna y romántica para terminar en los jardines del Partal donde una orquesta interpretó música de Falla y Lola Medina actuó con su zambra gitana.

DE ETIQUETA

Hubo guerra previa para conseguir alguna invitación al acto, donde las señoras acudieron con traje de noche y los caballeros de etiqueta o uniforme. Hasta las tres de la mañana duró la fiesta con Evita sin parar de estrechar manos y sonreír. Besos no, porque entonces no estaban de moda, y tampoco cantó porque ya habían pasado sus tiempos de artista radiofónica y no se había escrito ese maravilloso “No llores por mí, Argentina”.

Con tanto trasnoche, al día siguiente la primera dama argentina estaba cansada y aprovechó su suite alhambreña hasta las dos menos cuarto de la tarde. Luego hubo que correr porque el programa incluía las visitas al Generalife, la Catedral y la Capilla Real, donde la centuria General Perón del Frente de Juventudes la rodeó con entusiastas gritos de “¡Franco, Perón!”.

Y aquí llega lo más novedoso del programa. La preocupación social-populista del régimen peronista exigía que, en todas las ciudades españolas visitadas, Evita se reuniera con obreros locales. Y para encontrar una fábrica medio grande en Granada hubo que llevarla a la lejana barriada de El Fargue. Allí estaba previsto el almuerzo, que se celebró con enorme retraso y considerable cabreo de Juan Fernández, que veía peligrar sus exquisiteces y la fama de la cocina del Victoria.

Dicen las crónicas que “pese al calor reinante en todo el trayecto por la Gran Vía hasta el Fargue, había una fila de personas aplaudiendo”. Vestía Eva Duarte “un traje estampado con flores en celeste, se tocaba con un sencillo sombrero de paja negra y llevaba una cartera de piel negra y guantes de encaje blancos”.

En El Fargue esperaba el pueblo entero, que había sido adornado con dos arcos triunfales. Eva Duarte visitó una de las recién terminadas casas del grupo Nuestra Señora del Pilar, comió como los pavos y luego, desde una balaustrada, saludó al millar de obreros allí congregados. Fue la única vez que habló públicamente en Granada y apenas pudo decir que estaba muy contenta, porque las interrupciones de aplausos y piropos fueron constantes “¡Viva la rubia más guapa de Argentina!”, dicen que le dijeron.

MÁS HONORES Y REGALOS

El coronel Ernesto Llamas del Toro, director de la Fábrica de Pólvoras, estuvo a tono con la ocasión. Dijo que todos se consideraban hermanos de los descamisados tan queridos por ella y terminó con elevadísimos tonos líricos. “Señora, por el bien al que habéis dedicado vuestra vida, por la verdad de vuestros hermosos sentimientos y por vuestra belleza moral que iguala a vuestra belleza física sois el alabado conjunto armonioso que hace exclamar ¡Eva Duarte de Perón, tú eres la paz!”.

Los obreros de El Fargue le regalaron un gran plato de cuero repujado, de 60 cm. de diámetro, con los escudos de España y Argentina, y el delegado de Sindicatos, en nombre de los demás obreros de Granada, una mantilla blanca dentro de una artística arqueta de taracea.

Desde El Fargue bajó de nuevo al Hotel, hubo que suprimir la anunciada merienda en el parador de San Francisco, y salió con los mismos honores de himnos, saludos y banderas hasta el aeropuerto de Armilla, donde el comandante Elizalde esperaba impaciente, con los motores en marcha, porque había que volar a Sevilla y aterrizar con luz diurna.

Así acabaron las intensísimas 24 horas de Evita en Granada. Y la verdad es que dejó a todos encantados con su simpatía y belleza.

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Este investigador de temas granadinos explicó que su obra incluye datos curiosos sobre el turismo de esta región española.

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Miss Cotal 1966

A continuación transcribimos el capítulo del libro “Granada; un siglo de anécdotas (1890-1990)”, de José Luis Entrala, donde se refiere a otra visitante argentina que impactó entre los granadinos: una miss que se llamaba Margaret Field, en la década de los ‘60.

“Cotal es la ‘Confederación de Organismos Turísticos Latinoamericanos’. Cada año hacen una Asamblea y eligen una miss y dos princesas. En 1966, la ganadora fue una argentina impresionante, rubia de 20 años, 1,80 de altura y estudiante de arquitectura. Se llamaba Margaret Field y, tras ver la Alhambra, me dijo que ‘con los ojos entornados me he sentido trasladada a una zona intermedia en el tiempo y en el espacio, sintiéndome en los salones de la Alhambra como una moderna sultana que brindaba con champán en una Edad Media ideal, cristiana y mora a la vez...’.

Algunos dirán que es una cursilada, pero yo prefiero pensar que es una muestra de su sensibilidad y cultura. Con Margaret y sus dos princesas, la uruguaya Susana de Hegedus y la hondureña María Cristina Casale, estuvimos en el restaurant Alcaicería, que les encantó por la decoración y la

comida; disfrutaron con el ‘baulito’ de taracea que les regaló Miguel Mariscal, con el ambiente nocturno de Neptuno y con la simpatía y el arte de María la Canastera, que les enseñó su cueva y al llegar a la cama grande de su dormitorio les explicó que ‘ésta es la fábrica de gitanillos’.

La verdad es que no pararon de recibir piropos. El que más gracia les hizo fue el conductor de un coche que se estropeó justo cuando pasaban a su lado por el camino del Monte. “El coche es bueno pero, claro, se ha puesto nervioso de ver tantas mujeres guapas”, argumentó el asombrado chofer.

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La preocupación social-populista del régimen peronista exigía que, en todas las ciudades españolas visitadas, Evita se reuniera con obreros locales.

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