La ciudad habitada

María Eugenia Meyer

Actriz grupo Punto T/La Máscara. Investigadora

Rafaela, la ciudad habitada, la ciudad donde se reciclan espacios, se vivifican los que ya existen y aparecen otros. La ciudad habitada por artistas y espectadores, periodistas y técnicos. La ciudad habitada por lo que muchos denominan el fenómeno del Festival de Teatro que este año cumple diez años.

Todo parece milagroso durante estos días. Las plazas y vecinales explotan como espacios públicos, los teatros, centros culturales, museos, bibliotecas trabajan en el regocijo del día a día, diferente y nuevo cada vez a la espera de un elenco, de la presentación de un libro, de una muestra de arte. Todo es inusual. Todo se abruma ante ese deseo voraz de ver teatro.

Pero descorramos el milagro, desmitifiquemos el fenómeno. Son diez años de festival, pero muchos, muchos más de teatro independiente en salas no convencionales, de ensayos de madrugada, de ausencias de presupuestos y de primeras tímidas funciones locales o de grupos de otros lugares que empiezan a socavar noches aletargadas en esta ciudad casi dormida.

El fenómeno como hecho extraordinario no existe. El fenómeno es por prepotencia de trabajo, y también claro, por decisión política. Pero ya sabemos que las decisiones políticas no se concretan si no existe un colectivo que las avala. Y aquí se avala, se apoya, se defiende ante los siempre presentes detractores del arte y los artistas.

Hay un no-tiempo que se vive en estos días. Otra cronología de vida se impone desde que aparece la programación del festival y nos aventura a esos recorridos, esperas y encuentros con el asombro. Asombran las obras, el profesionalismo de los artistas, la cantidad de público, pero asombra, también, que el teatro sea tema de discusión, crítica, comentario.

Se habla de teatro como días atrás se hablaba de los temas que nos abruman y darle un recreo, un respiro a lo que nos abruma es quizás el indicio de que nuestros decires en algo nos modifican. Hablar de lo que vimos, lo que sentimos, lo que nos conmovió es quizás un indicio de esa nueva sensibilidad que reclamamos.

Valen los despertares, vale celebrar estos diez años y vale esta alegría de saber que en tiempos de abulia e ilusiones troncadas, el teatro es entusiasmo compartido que llega a habitarnos y nombrarnos.