CENTENARIO DEL ARTISTA

Juan Grela, tradición y modernidad

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“Maternidad”, xilografía.

 

J. M. Taverna Irigoyen

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Presunciones y certezas suelen desprenderse del análisis de una obra, una vez que su autor ha desaparecido y, en el marco de las individualidades, se esbozan vínculos y ascendencias que pueden resultar atendibles y probables, pero que, en esencia, sólo constituyen eslabones de una cadena expresiva con lenguajes y períodos diversos. El artista asume una voluntad determinada que lo califica, y busca generalmente una identidad que lo determine. No son constantes de toda obra, pero sí presupuestos de acción en los que se incorpora con clara decisión protagónica. En esa inserción, puede hallar o no su huella digital, pero más allá de esto y quizá como una resultante de todo un proceso conceptivo, ubica contenidos y desarrolla ciertas genealogías formales en las cuales confía.

Juan Grela (1914-1992) es uno de los artistas más originales del Litoral. A lo largo de más de cinco intensas décadas de labor, constituye un claro ejemplo de lo citado precedentemente. En él (a quien curiosamente le atraía el uso de la palabra claridad) cabe precisar períodos y trascendencias morfológicas y temáticas que integran una iconografía definida y coherente de los acentos configuradores de su obra en totalidad. Acentos que van de la búsqueda afirmativa, a la elocuencia del gesto que elige y determina. Por sobre la conquista de una imagen y por sobre la ejemplaridad de los usos técnicos y los acuerdos de lenguaje.

Más allá de las pluralidades de solución de una forma que signifique, en la obra de Grela y en cada uno de sus períodos importa ese sencillismo que trasciende de sus raíces; y a la vez, el ingenio conjugado en la rotundez de lo simple. Esto, que para algunos cabría ubicar como una fórmula, en Grela -estudioso de los valores plásticos y de los vaivenes de los padres de la pintura- es sólo un acuerdo para su natural y portentosa visión de los universos, de lo primitivo y lo germinal, de los órdenes que copulan en el espacio.

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“Paisaje y figura”, xilografía.

Un autodidacta singular

Tucumano de nacimiento, tempranamente su familia se radicó en la ciudad de Rosario, donde residió hasta su muerte. Desde muy joven integró diversas agrupaciones de artistas del medio, abriendo un diálogo vivo y combativo. El Grupo de Pintores y Grabadores de la Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos de Rosario fue importante para sus inicios, tanto como la Agrupación Arte Nuevo y Plásticos Independientes de Rosario. Todo este colmenar de voluntades constituyó para el joven una escuela de vida en la que se imbricaban acción, pensamiento creador e ideología.

En esos años clave, otro rosarino, Antonio Berni, fue su maestro en pintura. Años después, lo serían en grabado Gustavo Cochet, también rosarino, y José Planas Casas, un español emigrado, que descollarían en la región. Reflexivo en sus caminos y fervoroso en la definición de proyectos, Grela vivió desde ahí el arte con determinación y rigor. Le importaba sobremanera el cómo y el porqué de su obra y a ello llegaba no pocas veces después del análisis intenso de movimientos y de épocas de la gran historia del arte. Así, dentro de la contemporaneidad, lo fascinó el constructivismo del uruguayo Torres-García, que aplicó como esencia (no como fórmula) en ciertos períodos de su obra. En esa naturaleza de humanista forjador, le importó en gran medida la enseñanza como orientación y como diálogo, trabajo que cumplió en el medio a lo largo de más de tres décadas, conformando una pequeña legión de discípulos que hoy se enorgullecen de considerarlo su maestro.

De esa faz emergió su capacidad para el análisis y la investigación estética, campo en el que perfiló asimismo su rol de conferencista asiduo en tribunas del Litoral y de Buenos Aires.

Juan Grela, tradición y modernidad

El artista junto a José Luis Víttori, en las Cataratas del Iguazú, en 1964. Fotos: Archivo El Litoral

El trabajo y los días

La presencia de Grela en los ámbitos artísticos y culturales de la región significó particularmente la imposición de una conducta. La condición de artista constituía para él el compromiso de un ser pensante, activo e integrador. Desde la belleza y sus cánones, descubrir y revelar la verdad, la fuerza potencial de las comunidades, el sentido de lo sublime como eje conductal.

Así su obra perfila, desde los inicios, una auténtica definición de la vida con maternidades, escenas familiares de niños, humildes naturalezas que trascienden de su mediatez, cabezas de mujeres y hombres del trabajo. Sus formas recias, los escorzos pronunciados, la voluntad de una paleta sin halagos fortuitos, dan a esta etapa de indagación popular un tinte expresivo muy atrapante. Cartones a los que se suman los paisajes suburbanos, producto de las frecuentes incursiones por barrios y villas de extramuros, en los que el artista hallará, más que temas y protagonistas, un sentido vivencial integrador.

Hasta mediados de la década del 40, estas formas, construidas con sabia definición académica, van sustentando paralelo al dibujo y el grabado- un tiempo expresivo sin ligaduras espurias. Le importa la materia, por ejemplo, pero no se permite dejarse seducir por ella. Y los juegos claroscuristas (más en la gráfica) y los planteos compositivos, de fuerte síntesis, revelan a un creador lúcidamente inconformista.

Los tipos villeros, que curiosamente proyectarán la fama de su maestro Berni, son atrapados por una mirada que engloba, desde lo social, situaciones y rangos que no desdeñan el testimonio y el deslinde de lo paródico.

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“Los Talicara”, grabado.

La madurez de una obra

Hacia comienzos de la decada de los ‘50, Grela afirma su visión tipológica popular. Aparecen los campos abiertos, con árboles solitarios y secos que determinan un escenario sin halagos, pródigo en ocres y tierras. Las figuras adquieren otra síntesis rectora, como si la misma humildad trabajara sus actitudes; una cierta estructuración áspera, doliente, emerge de los cuerpos y más allá de vestimentas y entornos define un tiempo de vida.

Grela expone su obra en salones del país y obtiene importantes lauros. Impulsa el grabado con contagiante entusiasmo, fundando no sólo el Grupo de Grabadores de Rosario y el Centro de su mismo nombre, sino también salones locales y exposiciones del grupo en el país.

La fundación del Grupo Litoral lo convoca y con entusiasmo suman fuerzas con Gambartes, Uriarte, Herrero Miranda, Ottmann, García Carreras, Pedrotti, Minturn Zerva, Warecki, Garrone... Hacia mediados de 1960, el universalismo constructivo torresgarciano entra en su pintura y en su grabado ritmando geométricamente cuerpos y planos. Más allá de un cierto despojamiento formal anterior, que a veces esqueletiza las figuras sin caer jamás en la caraturización de las mismas, Grela asume la síntesis como principio. Su dibujo toma entonces el camino de una cierta sublimación en el diseño y las formas se aligeran y los planos se multiplican, sin perder énfasis perceptual.

Desde ahí, casi como una consecuencia, entra a una alegórica universalización de los símbolos. Aves, flores, peces, rostros , casas, lunas, animales mimetizados, articulan casi lúdicamente un espacio greliano que le pertenece única y directamente, como huella digital. La modernidad despliega sus alas metafóricas y el artista acepta que esa lección compositiva a que le ha llevado la búsqueda de una expresión integradora, es su verdad. Paleta abierta de azules, rojos y verdes de esmeralda, van ritmando esos nuevos y convocantes espacios de alegoría.

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“Sin título”, xilografía.

La belleza interior

Arribar a la condensada belleza interior, la que está en los símbolos y vive de la interpretación que de ella hagan los hombres, es secreto a descifrar. Allí arriba Juan Grela con sus pinceles y sus gubias, nimbado de gracia. Sorprendido él mismo de cuánto puede florecer de esos jardines de la percepción.

Y en los últimos años, sabio y reflexivo siempre, corta pequeñas tablitas de madera, cartones y elementos de desecho, y construye planos, otros planos metafísicos para concertar la poesía, el antes y el después de una obra que concilió tradición y modernidad siempre, como una manera de no traicionar la pureza y la hondura de su pensamiento artístico.

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“Matungo”, xilografía.