Alma, corazón y vida

“Nos han pasado, claro, cosas feas. Pero es mucha la satisfacción que uno siente al terminar. Satisfacción: es lo más cercano que puedo decir en palabras”.

Alma, corazón y vida

Trombonanza celebra sus 15 años. La partida de nacimiento del festival tiene nombre y apellido: Rubén Carughi. Aquí, un repaso por su vida: del waterpolo y la electromecánica a la música, los eternos viajes en tren para aprender a tocar el trombón y la obsesión por sacar adelante este encuentro hasta convertirlo en un referente en todo el mundo.

TEXTOS. NATALIA PANDOLFO ([email protected]). FOTOS. ARCHIVO EL LITORAL.

 

“Yo soy así: pongo la cabeza, los dientes, la nariz, el corazón, las piernas, tumbo todo lo que haya adelante: si lo voy a hacer, lo voy a hacer lo mejor que pueda, sin excusas”. Sirva la frase como carta de presentación de Rubén Carughi, trombonista santafesino que se puso al hombro hace quince años la tarea de inventar un espacio de formación de este instrumento en la ciudad hasta convertirlo en un hecho de trascendencia internacional. La casilla de mail confirma el dato: ni bien termina una edición de Trombonanza, comienzan a llegar los correos de organización para el próximo encuentro, que será doce meses -doce meses- después.

- ¿Cómo se te ocurrió la idea de Trombonanza?

- La semilla surgió a través de la Jazz Ensamble. Nosotros ya habíamos armado dos o tres cursos, traíamos profesores para aprender y de paso tocábamos. Los invitábamos a nuestras casas y compartíamos experiencias de vida, comíamos juntos, esas cosas. En ese momento me di cuenta de que había otras formas de aprender, que no eran exactamente las de la academia.

Rubén era un chico del Industrial que iba a conciertos de la Sinfónica: un bicho raro. Se crió en el barrio Sargento Cabral, en General Paz entre Díaz Colodrero y Luciano Torrent, jugando a la pelota con los pibes de La Lona. “Mi familia paterna, en la casa en la que vivo yo que es la que hizo mi abuelo en 1929, organizaba bailecitos en el patio: mi tía tocaba el violín, mi tío la mandolina, y había quien tocaba el bandoneón también. Yo no alcancé a ver nada de eso: mi papá era el menor de cinco hermanos y yo soy el más chico de todos los primos; pero los vecinos se acuerdan”, cuenta.

A los cuatro años, la mamá mandó a Rubén y a su hermana Isabel a estudiar guitarra a lo de Giacchino, el profesor del barrio. Dos años después moriría su papá: “A él le gustaba mucho escuchar música. Tenía discos de vinilo y tenía uno de un tal Mister Trombón, que escuchaba siempre porque le gustaban una o dos canciones”, evoca: uno de los tantos mojones que la vida va dejando inocentemente en el camino. Hasta muchos años después, el trombón no sería más que un ilustre desconocido para él.

Rubén niño estudió guitarra con José Manuel Echagüe. Cuando tenía once años, llegó una invitación del profesor: “Me llamaron de un lugar que se llama Orquesta de Niños, quieren hacer un concierto para guitarra solista y orquesta, y a mí me parece que vos sos el alumno indicado para tocar”, le dijo.

Y entonces el pibe puso el primer pie en lo que sería su segundo hogar: el gran edificio del barrio Candioti Sur. “Ahí conocí a Roberto Benítez y a toda la orquesta, y vi todos los instrumentos. El trombón no estaba, no había, pero estaba la trompeta. Benítez era un tipo divino que te hacía tocar todos los instrumentos, los timbales, esto y aquello”, recuerda.

Los años trazarían caminos de lo más extraños. “Casi no creo en las líneas rectas”, asegura él, a sus 51 años.

DE LA ELECTROMECÁNICA AL TROMBÓN

La otra gran pasión de Carughi es el deporte: nadador desde los cuatro años, a los doce conoció el waterpolo y se enamoró al punto de convertirlo en parte importante de su vida. “Yo recorrí antes Sudamérica con el Seleccionado Argentino de Waterpolo que con la música”, dice. La guitarra permanecería por varios años guardada en el estuche, como el viejo amor que siempre espera.

Disc-jockey en Mikonos, dueño de la publicidad Led, entrenador de waterpolo, uno entre seis hermanos: la adolescencia pasó entre ocupaciones varias. “Ya en esa época me gustaba organizar los viajes a Buenos Aires con todos los chicos, éramos dos locos que llevábamos quince, veinte pibes de viaje, les cocinábamos... Y éramos guachos, teníamos 17, 18 años”, recuerda.

Una vez llegaron al seleccionado entradas para ir a ver a Queen. Era 1981 y el mítico grupo tocaba en Vélez. Rubén fue y supo entonces que la música no se había ido: que no se iría nunca.

Terminó la escuela y respetó la regla de oro de ir adonde fuera la mayoría. Así fue que ingresó a la Universidad Tecnológica, con la única convicción de seguir de cerca a sus amigos. “Me iba muy bien, me resultaba fácil; pero a la altura de agosto del primer año, más o menos, me doy cuenta de que no me llenaba. Y eso que la llevaba de taquito, ¿eh? Terminábamos siempre en El Barrilito tomando cerveza”, se ríe.

“Mirá, hay un concierto en el Paraninfo”, le dijo la madre un día de 1982, con ese sentido de la intuición que sólo las madres. El diario anunciaba la presentación de una agrupación nueva, que se llamaba Jazz Ensamble.

Rubén jugaba cada tanto a tocar la trompeta que le prestaba un amigo. “Fui y escuché eso, y para mí fue la gloria. Salí de ahí y dije: me voy a dedicar a la música. Fue un click. Todavía me acuerdo de la sensación, y con eso me sobra”, explica. Los músicos de entonces no opinan lo mismo: la leyenda dice que ese día la calidad faltó a la cita y los dejó en banda.

Vino entonces el momento de comunicar la decisión. “En mi casa siempre me dieron mucha libertad, pero creo que hubieran querido que yo fuera ingeniero. Un tío mío al que quise mucho, Amílcar Renna, les dijo: ‘Déjenlo, que él va a ser el único que haga algo como la gente en la familia’. Un capo”.

Y entonces empezó con la trompeta, a los 19 años. Tocó un año y medio, obtuvo un cargo en la Banda Municipal, que dirigía Jorge Chiappero Favre y comenzó a tocar en las comparsas, en los veranos.

“Un día estaba disfrazado de comparsa, sentado en el cordón de la vereda, tomando un porrón con un señor mayor, el Chivo Barros, que tocaba el trombón a pistones en la Banda de Policía. Se lo pedí prestado y cuando hice sonar dos notas apareció el rayo sobre mi cabeza: ‘Esto es lo que yo quiero’, dije. Era eso, así de simple.

- ¿Y qué tenía eso que no tuviera la trompeta?

- Como dijo Duke Ellington acerca del swing: es algo muy fácil de darse cuenta, pero muy difícil de explicar. No sé cómo explicártelo. Fue algo que estaba ahí desde siempre: creer o reventar.

Ese día, vestido con traje plateado en un pueblo perdido del interior, Rubén encontró finalmente su melodía.

EL CAMINO

“Inmediatamente intenté estudiar acá y me di cuenta de que no había muy buen nivel: que había que irse a otro lado. Ya para esa época tocaba la trompeta en la Jazz Ensamble y compartía esa inquietud con varios amigos”.

“Entonces busqué al profesor más recomendado, no me importaba lo difícil que fuera”, recuerda. Wilfredo Cardozo tenía fama de ser exigente al extremo: con él estudió cinco años. “Era bravísimo, pero llegamos a ser amigos”, asegura.

Rubén hizo el viaje en tren durante tres años, casi todas las semanas. “A veces demoraba 18 horas, no llegaba a la clase, se paraba a cada rato, el trombón encadenado debajo de la barra del asiento. En invierno era tremendo, una vez casi me congelo; en verano entraba la tierra como nada, llegábamos con la cara negra”, recita como una letanía.

“Los fríos más impresionantes de mi vida los he sufrido en ese tren, cuando se quedaba varado en algún lado, y la calefacción no funciona y tenés que esperar tres o cuatro horas hasta que llega una máquina y lo lleva”, cuenta, y el tiempo se vuelve presente. El remate es irrefutable: “Pero costaba la mitad”.

Luego, radicado en Buenos Aires, Rubén estudiaría con Gaspar Licciardone, el símbolo del trombón en Argentina, que al día de hoy es su maestro. “Vivía en un departamento de un ambiente y tocaba todo el día. Los vecinos contentísimos, pobre gente”, evoca.

Después surgió la posibilidad de ir a estudiar afuera: en 1991 tomó clases con el primer trombón de la Filarmónica de Berlín. “Él me aceptó como alumno y redactó notas para mí. Cuando volví no me creían que las notas fueran verdaderas: pensaban que las había falsificado”, se ríe.

Por alguna razón no pudo volver a estudiar a Alemania. Ya había ganado concursos en las orquestas sinfónicas de Santa Fe y Entre Ríos, seguía tocando en la Banda y daba clases en la Escuela de Música donde había sido alumno. “Después renuncié a la Banda y a las dos Sinfónicas y me fui con los Midachi. ¿Por qué? Porque por la misma plata tenía mucho más tiempo para estudiar. Estuve dos años con ellos y también hice Zandunga. Yo quería estudiar, aprender a expresarme cada vez mejor con la música. Finalmente se da la oportunidad de concursar nuevamente y tomé otra vez mis cargos anteriores: tuve mucha suerte”, relata.

LA MÍSTICA

Trombonanza tiene esa épica: la de remover cielo y tierra para aprender. “Al principio traíamos a Américo Bellotto, Junior Césari, Chachi Ferreyra. Ensayábamos mucho y también había algunas clases, y después todo terminaba con un concierto en el que juntábamos los fondos para pagarles y listo. Ésa fue siempre la idea de la Jazz Ensamble, que llevó adelante Pedro Casís. Los resultados están a la vista: es una orquesta que lleva 33 años de vida”, explica.

“En un momento hacen un curso en Bariloche y me entero de que hay un profesor de trombón de Estados Unidos que está en Chile, que es muy bueno. Entonces lo llamo para invitarlo, diciéndole de entrada que no teníamos un mango, y que si quería venir una semana acá y le pagábamos todos los gastos. Y dijo que sí. Era Kevin Roberts”, cuenta.

“En el primer Trombonanza fuimos doce. Era más fácil: comíamos en mi casa. Imaginate que en mi familia, cuando nos sentamos a comer, somos 28, 30. Esto no era nada: era una peña”, dice. Desde el principio la idea fue mantener un criterio en cuanto a la calidad, aunque eso no quitaba que pudiera participar quien quisiera. “La calidad puede ser aplicada al que menos sabe y al que más sabe: eso es lo que yo pienso. De alguna forma, eso es lo que diferencia a Trombonanza de muchos otros cursos que hay en el mundo”, sostiene.

Por otra parte, en este encuentro se abordan todos los géneros musicales: “Si tocás reggae, música clásica, lo que sea, tenés espacio. Eso es mucho más difícil de armar, pero abre más puertas”, afirma.

La buena nueva se difundió muy rápido entre la gente que toca el trombón. Al año siguiente eran el doble: exactamente 24. Convocaron a Carlos Ovejero, primer trombón de la Sinfónica Nacional y hubo que empezar a pensar en infraestructura. Aparece Enrique ‘Heini’ Schneebeli y se suma el Cuarteto Viento Sur: la obra empieza a tomar otro tono.

“Fue la primera vez que gente de Buenos Aires llamó para decir: nosotros queremos participar. Ya había que pensar en conseguir hoteles, lugares para comer. Los profesores siempre vinieron sin cobrar un solo centavo: eso es algo increíble. A partir de ahí, ya con más contactos, empezaron a sumarse profesores que querían venir. Cuando nos dimos cuenta éramos 120”, cuenta Rubén. Hoy son cerca de 170.

LOS FRUTOS

“Uno de los grandes logros de Trombonanza es que hoy vos podés estudiar a muy buen nivel el trombón en Córdoba, en Santa Fe, en Salta: el estudio del instrumento se federalizó. Y hablo de formación de primer nivel internacional” dice, como quien aún no se convence.

Los profesores de Trombonanza se quejaban porque durante el encuentro no podían tocar juntos: de esa carencia nació el proyecto Trombones en Gira, que una vez al año los reúne en algún lugar del país.

Otro de los fenómenos derivados indirectamente del festival fue que actualmente hay más cantidad de chicos que estudian trombón. “Creo que de alguna forma tiene que ver con esto. No solamente, obvio, pero tuvo que ver. Los grupos de rock tienen trombonistas, los de cumbia, los de cuarteto: se empezó a difundir el instrumento de otra manera”, analiza.

La experiencia de hacer el concierto en la explanada del Teatro Municipal, al aire libre, también tuvo sus frutos: “El año pasado me pasó en la Orquesta de Niños que había una nena que tenía que elegir el instrumento, y nos dijo que quería tocar el trombón porque la abuela la había llevado al concierto del sábado a la mañana en la explanada y ella había visto eso y había quedado fascinada”.

La película “Trombón”, que hizo Arturo Castro Godoy a través del Ministerio de Innovación y Cultura, se difundió en todo el mundo. Jimmy Bosch, que es el trombonista salsero en el mundo, contó que escuchó hablar de Santa Fe en Argentina por primera vez a través de Trombonanza.

Guillermo Calliero, trompetista santafesino, fue con un colega a una casa de música en Suecia, y como el hombre que los atendía les escuchó el acento les preguntó de dónde eran, y cuando dijeron que venían de Santa Fe el vendedor les contestó: ‘¡Trombonanza!’.

- ¿Te imaginabas que ibas a generar una movida de estas dimensiones?

- La verdad que no. Yo soy de trabajar. Lo que siempre tuve claro fue ese objetivo de calidad: de esa forma fueron surgiendo las cosas. Lo que nunca me banqué es la queja inútil: si en Santa Fe no hay nada, bueno, hagamos algo. Santa Fe no es ni mejor ni peor que ningún lado: es tu lugar, es como vos sos. Si empujás, vas a salir adelante; si te quedás sentado esperando, no. Nos han pasado, claro, cosas feas. Pero es mucha la satisfacción que uno siente al terminar. Satisfacción: es lo más cercano que puedo decir en palabras. La gente agradecida, los chicos enloquecidos, que te pregunten para cuándo es la próxima: eso es impagable. Los padres que acompañan a los pibes que vienen de afuera y te dicen: ‘Vos sabés que anoche lloraba porque se terminaba Trombonanza’. Cómo no voy a hacerlo de nuevo, si hay un chico que está pensando cuándo nos volvemos a juntar.

PARA AGENDAR

Trombonanza se hará del 4 al 9 de agosto y tendrá como sedes la Escuela de Música Nº 9901 (Gobernador Candioti 1954), ATE Casa España (Rivadavia 2871), Centro Cultural Provincial (Junín 2457), anexo del CCP (25 de Mayo 3039) y Luz y Fuerza (Junín 2957).

• Lunes 4 - ATE Casa España: a las 15, prerecital de Richard Alonso (tuba) y Marcela Méndez (arpa). A las 15.30: exposición: “Antes de tocar”, de Rocío Elizalde. A las 19, Ensamble Trombonanza 2014 (profesores), con solista Vasile Babusceac (tuba) y dirección de Irvin Wagner. A las 20, Ignacio Galicchio (trombón tenor) y Florencia Rodríguez Botti (piano). A las 20.30, Trombones de Costa Rica.

• Martes 5 - Paraninfo: a las 20, ganadores del Concurso de Jóvenes solistas y Orquesta de la Escuela de Música 9901, con dirección de Alberto Canto. A las 21, Brent Phillips (trombón tenor) y Florencia Rodríguez Botti (piano). A las 21.30, Viento Sur Trombones.

• Miércoles 6 - ATE Casa España: a las 20, Banda Sinfónica Municipal, con solistas Jorge Urani (trombón bajo), Fernando Deddos (eufonio) y Trombones de Costa Rica (cuarteto), con dirección de Irvin Wagner. A las 21, Pablo Fenoglio (trombón alto / tenor) y Cuarteto de Cuerdas Municipal de Santa Fe. A las 21.30, Remigio Pereira Pintos (trombón) y base rítmica.

• Jueves 7 - ATE Casa España: a las 18.30, James Gourlay (tuba) y Elena Juc (piano). A las 19, Heini Schneebeli (trombón bajo), Pablo Fenoglio (trombón tenor) y Florencia Rodríguez Botti (piano).

• Jueves 7 - Centro Cultural Provincial: a las 21, Ensamble de todos los profesores y participantes. Solistas junto a ensambles de participantes A y B: Brent Phillips (trombón tenor), Carlos Ovejero (trombón) y S. Bartolomé (trompeta). Dirección: James Gourlay, Jamie Williams, Luis Fred, Irvin Wagner y Rubén

Carughi.

• Viernes 8 - Escuela de Música Nº 9901: a las 15.30, recital de música de cámara a cargo de participantes del encuentro (todos los niveles). A las 17.30, Miguel Sánchez (trombón tenor), Elena Juc (piano) y Cuarteto de trombones de Caracas. A las 18.30, Albert Khattar (tuba) y Elena Juc (piano).

• Viernes 8 - Teatro Municipal: a las 21, concierto junto a la Orquesta Sinfónica de Santa Fe, con los solistas Jamie Williams (trombón tenor) y Csaba Wagner (trombón bajo), dirección de Alejandra Urrutia.

• Sábado 9 - Explanada del Teatro Municipal: a las 11, ensamble de todos los profesores y participantes, con dirección de James Gourlay, Jamie Williams, Luis Fred, Irvin Wagner y Rubén Carughi. A las 21, Santa Fe Jazz Ensamble Big Band. Solistas: Catie Hickey, Remigio Pereira Pintos e Irvin Wagner, con dirección de Pedro Casís. A las 22, en ATE Casa España: Fiesta de Salsa con la Sonora D´Irse. Entrada: 60 pesos.

Ser Trombonanza

Por Enrique ‘Heini’ Schneebeli

Asumo que quien lee esto entiende que nada de lo que se hace intenta generar dinero. Nunca lo hizo y seguramente nunca lo hará. No se trata de construir un curso muy importante y prestigioso, ni de presentar a los trombonistas, eufonistas y tubistas más importantes. Algunas de estas cosas se pueden dar como una consecuencia natural, pero el objetivo con el cual creamos y desarrollamos Trombonanza es ofrecer a músicos (argentinos principalmente, pero también de países cercanos y de cualquier otro lugar, con ganas de participar) la posibilidad de adquirir información, continuar y mejorar su formación en todo lo relacionado a la ejecución e interpretación musical de nuestros instrumentos y tener la posibilidad de escuchar y conocer a grandes referentes, su música, su forma de encarar el estudio y el ‘tocar‘, tanto desde lo técnico como las ideas musicales y su forma de llegar a la audiencia.

La globalización, Internet y los medios de comunicación ponen hoy al alcance de la mano una gran cantidad de información, que en otra época era inaccesible. Esto no significa que la mayoría de la gente pueda entenderla, ordenarla, aprovecharla y utilizarla de forma tal que produzca resultados positivos y desarrolle su potencial. Esto sólo puede lograrlo alguien que, sabiendo mucho sobre un tema, pueda explicar, contener, corregir, motivar y ayudar a encontrar su propia voz/idea/originalidad/personalidad en esa área, a quien está preparado para escuchar, aprender, surgir: un docente.

Sabemos que una semana al año no puede generar una formación para nadie en ninguna disciplina. La idea es abrir la mente, conocer cosas nuevas, vencer prejuicios e intentar que muchas ideas ayuden a dirigir el rumbo de forma efectiva. Muchas veces una palabra (¡o sonido!) en el momento indicado, viniendo de la persona indicada, puede generar cambios, en algunos casos, decisivos.

Por otra parte, si bien lo que la mayor parte de la gente de Santa Fe ve son los conciertos, y son muy importantes porque como artistas el intercambio con el público es fundamental, la parte más significativa de nuestro encuentro sucede en las clases, que ocupan un horario muy amplio todos los días mientras transcurre Trombonanza, y cubren una variedad que abarca gran parte de todo lo necesario para la formación de un músico.

PILARES

Los espacios con los que contamos son excelentes, desde la Escuela de Música Nº 9901 -presente desde el comienzo- hasta ATE Casa España -hermoso auditorio de la ciudad-, el Paraninfo de la UNL, el Teatro Municipal, el Centro Cultural Provincial y su anexo, así como muchos otros lugares que han ofrecido salas a lo largo de los años.

También son extraordinarios y tienen excelente predisposición los ensambles que acompañan al evento (Orquesta Sinfónica Provincial, Santa Fe Jazz Ensamble Big Band, la Banda Sinfónica Ciudad de Santa Fe, la Orquesta Juvenil de la Escuela Nº 9901 y tantos otros grupos musicales que se suman año a año al proyecto.

Conseguir profesores del más alto nivel, tanto nacionales como extranjeros, dispuestos a ceder su tiempo desinteresadamente y a dedicarse de forma intensiva durante una semana a alumnos que quizás nunca volverán a ver no es cosa fácil, pero tampoco tan compleja, afortunadamente.

Quienes integraron alguna vez el cuerpo docente de Trombonanza son todos artistas (luego músicos, luego instrumentistas) excepcionales y también son maravillosas personas, con superlativos conocimientos en su área y una voluntad de entrega a la misma altura. Contactamos y somos contactados por muchísima gente que quiere participar. La selección y sugerencias de “staff” para cada año, la vamos realizando en conjunto, tanto Rubén y yo, como los otros músicos locales que aportan muchísimo a que nuestro encuentro sea factible: Pablo Fenoglio, Gaspar Licciardone, Carlos Ovejero, Jorge Urani, Vasile Babusceac y otros músicos del país y del exterior.

Si bien todo se planifica con antelación, la lista definitiva de profesores suele cerrarse unos pocos meses (muchas veces sólo semanas, y en algunos casos hasta días) antes de cada encuentro y siempre hay sorpresas. Hemos aprendido a improvisar y definir sobre la marcha, sin perder calidad y manteniendo nuestra meta clara. Algunos vienen siempre, otros se repiten, otros vienen cada cierto tiempo y otros sólo participan una vez. Todos estos artistas-docentes son el pilar fundamental sobre el cual se sostiene el evento y es a quienes más agradecimiento les debemos: ellos son Trombonanza.

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El festival posibilita el encuentro de jóvenes músicos con los grandes maestros. En la foto, Irvin Wagner en una demostración magistral.

La primera vez

Por Roberto Maurer

Participamos en el primer Trombonanza, un nombre que -en ese momento- nos pareció levemente desmedido, ya que los invitados entraban en un auto pequeño y aún sobraba un lugar. En él habían viajado a Santa Fe un trombonista norteamericano que se desempeñaba como solista en la Sinfónica Nacional de Chile, y dos discípulos chilenos. La idea, creemos recordar, había surgido en el Camping Bariloche, adonde los santafesinos conocieron a los chilenos. La iniciativa, entonces y como ahora, pertenecía a Rubén Carughi.

Además de un asado en Rincón en el cual unos pocos kilos de carne alcanzaron para agasajar a la reducida delegación, aquel primer encuentro consistió en las clases dictadas por Kevin Roberts, ése era el nombre de nuestro amigo americano, y un recital de Santa Fe Jazz Ensamble que ofrecimos con los visitantes en Los Espejos. Kevin (*) no era músico de jazz, su formación era académica, pero pudo destacarse en el solo de “I’m getting sentimental over you”, la balada clásica que identifica a Tommy Dorsey, en la cual es difícil sostenerse en el registro agudo sin rifar el lirismo.

Kevin volvió al año siguiente y tocó con la Sinfónica, y estuvo un par de veces más. Supimos que, ya en Estados Unidos, cierto desencanto lo apartó del trombón, o de su carrera como trombonista, pero nos quedó Trombonanza.

Se trata de un fenómeno intrigante. Vivimos en una ciudad sin tradición en materia de trombones y sus ejecutantes nunca abundaron. Se entiende que Ataliva celebre la Fiesta del Chorizo, y también parecería lógico que Santa fe, ciudad fluvial, pudiera ser considerada como una capital del pescado de río. Pero los peces de nuestras aguas fueron siendo exterminados. En su lugar comenzaron a surgir tubas y trombones. Sabíamos de la multiplicación de los peces, no de los trombones. Dejando de lado la posibilidad de que haya intervenido la mano de Dios, el milagro lo produjo Rubén Carughi.

El papel del individuo en la historia constituye una vieja discusión de especialistas. En el caso de Carughi, si le hubiera gustado el patinaje artístico en lugar del trombón, ¿acaso Santa Fe sería la sede de un Festival Anual de Patinadores? No deja de resultar inquietante que nuestros destinos sean gobernados por la imaginación y la voluntad de una sola persona, pero así ocurre en la vida. Los santafesinos han gozado del privilegio de ver en últimos quince años el nacimiento y la consolidación de lo que ya podemos considerar una tradición.

¿El fenómeno prosperó porque encontró un terreno fértil? Con estas asambleas, quien no dice que tubas y trombones logran fortalecer su identidad en una familia como las de los metales, en la cual tal vez experimentan alguna postergación.

Con la maratón acuática, Trombonanza se convirtió en el principal acontecimiento internacional de la ciudad, y es artístico y no deportivo. Sus atributos son únicos, como el acceso gratuito del público a casi todas las manifestaciones musicales y un espíritu igualitario poco común, ya que ofrece la posibilidad de cultivar una camaradería que abarca a profesores y alumnos, sin resignar seriedad profesional. Conviven, tocan juntos y los estudiantes aprenden con maestros a los cuales habitualmente no tienen acceso.

(*) Lo recordamos como un flaco, rubio, que no desentonaría arriba de un tractor en un campo del departamento Las Colonias.

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“Lo que nunca me banqué es la queja inútil. Si en Santa Fe no hay nada: bueno, hagamos algo. Santa Fe no es ni mejor ni peor que ningún lado: es tu lugar, es como vos sos”.

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“La semilla surgió a través de la Jazz Ensamble. Traíamos profesores para aprender y de paso tocábamos, los invitábamos a nuestras casas y compartíamos experiencias de vida. Así me di cuenta de que había otras formas de aprender, que no eran exactamente las de la academia”.

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“El año pasado me pasó en la Orquesta de Niños que había una nena que tenía que elegir el instrumento, y nos dijo que quería tocar el trombón porque la abuela la había llevado al concierto del sábado a la mañana en la explanada del teatro, y ella había visto eso y había quedado fascinada”.

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Concursos para compositores

Como se viene realizando desde hace ya varios años, Trombonanza organiza concursos para alentar a los alumnos a mostrarse y poder participar de recitales como músicos destacados.

A partir de los concursos se ha incentivado a la creatividad en este rubro. Lo más notable es que generó que, de no haber ninguna obra original compuesta en Argentina para Octeto de Trombones, se ha logrado que haya varias obras ya premiadas, sumadas a todas las otras obras que se han compuesto para el Concurso de Composición del festival.

Los ganadores son:

- Categoría Octeto de Trombones: Noelia Escalzo (Córdoba), por su obra “Tromborerá” que será estrenada el lunes 4 por el ensamble de profesores.

- Categoría Trombón y piano: Osvaldo Suárez por su obra “Gaucheska”, que será utilizada como obra impuesta para concursos en la próxima edición de Trombonanza.

- La categoría Trío de tubas y el concurso de jóvenes solistas de todos los instrumentos fueron declarados desiertos.

“Latido de trombón”

El martes 5 a las 20 en el Paraninfo de la UNL, bulevar Pellegrini 2750, se presentará el libro “Latido de trombón”, con textos de Mili López e imágenes de distintos fotógrafos de la ciudad.

La publicación de Ediciones UNL propone descubrir este festival en su exposición pública y también puertas adentro, con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la UNL y de la producción de Trombonanza.

Diego Pratto, Carolina Niklison, Mercedes Pardo, Mauricio Garín, Gabriel Cosentino, Guillermo Di Salvatore, Luciano Giardino, Héctor Bruschini, Pablo Aguirre, Ramón Ávalos, Lilian Abraham, Luis Cetraro, Jorge Anichini y Amancio Alem son los fotógrafos que participan con sus trabajos. También imágenes del Archivo del diario El Litoral forman parte de este libro. La selección fotográfica estuvo a cargo de Rubén Carughi, Gabriel Cosentino y Mili López, y el diseño gráfico es de Té de Tintas Diseño.

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