La merienda

La merienda

Acorralada, desperdigada, desregulada, la merienda es de todas las comidas la que, quizás, ha sufrido los mayores embates de esta in saciedad de consumo. Ominosos vientos cruzados tratan de mover los cimientos del famoso “a tomar la lecheeee”.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]).

DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

El desayuno, por ejemplo, tiene como principal combatiente a la pereza: querés dormir quince minutos más, quince más, quince más y de golpe no sólo no tenés tiempo de desayunar, sino que apenas llegás a tiempo. Pero hasta ha tenido, esta primera comida del día, la prensa favorable de ser designada como “la comida más importante del día”, la que te da el combustible para encarar el día, o encarar lo que quieras (¿quién soy yo para cuestionarte nada, verdad?).

El almuerzo se defiende solito: hacia el mediodía te entra a picar el bagre (es decir: comienza a formularse un íntimo sentimiento de congoja abdominal que en algún momento denominamos como “hambre”; lo que traducido a lenguaje corriente significa que te pica el bagre) y en general, incluso en estos tiempos de almuerzos laborales, hay un espacio y un rango de comidas que constituyen la comida central.

La cena, lo mismo: podrá ser más o menos frugal (en mi caso es más o menos frugal, acompañada de cerveza o totín o blanquín o fernetín o algún in) pero está impuesta, porque hacia las nueve de la noche, tenés el mismo llamado interior que al mediodía.

Ahora, la merienda, ha borrado sus límites horarios, su contenido, sus alcances y hasta su incorruptible ocurrencia.

Antes, a las cinco, cinco y cuarto, cinco y diecisiete, tu vieja o tu abuela lanzaba el grito de batalla: a tomar la lecheeee y vos venías como un soldado brioso, como un corredor de cien metros llanos (o con obstáculos), como un pura sangre atropellando en la recta final. Era la hora de la leche, ni siquiera la merienda, y ya se tratara de la salida de la escuela (para quienes iban a la tarde) o un corte en los juegos grupales, nadie desoía ese llamado que te enfrentaba a un tazón importante de leche, y a uno o dos pedazos de panes (rodajas enormes, casi portaaviones) con manteca y azúcar espolvoreada.

Eso podía incluir a tus hermanos, primos y amigos y podía ocurrir tanto en tu casa, como en la de tus primos o amigos: era la comida más abierta, democrática e inclusiva de todas.

Hoy corre peligro: a la hora de la merienda media familia no está y la otra media está en la suya. Los integrantes de la familia, a falta de regulación o imposición materna, se arreglan como pueden. Unos mastican algo al paso, otros se contentan a cualquier hora con un yogurcito, otros se clavan una hamburguesa destemplada y global en alguna parte, otros se quedan con los mates y otros con masitas. Desapareció la leche, el pan, la manteca, el azúcar...

Incluso gente con buenas intenciones, como los nutricionistas, diluyen el otrora indiscutible reinado de la merienda. Con esta sana -pero culturalmente extraña para nosotros- historia de las seis comidas diarias, con el filtrado de las colaciones entre desayuno y almuerzo y entre merienda y cena, pues corrieron hacia otra parte la merienda.

No es melancolía (las cosas, finalmente, siempre son como son), no es todo tiempo pasado..., sino sólo descripción de cambios de hábitos. Así que nos vamos yendo, casi escuchando o queriendo escuchar el llamado a la batalla de media tarde, aunque sólo se escucha un agarrate un alfajor y seguí en la compu. Nada de chicos (en plural) zambullidos en sus tazones, listos para seguir quemando calorías.

Así que movilización horaria, movilización de contenido, movilización geográfica, asistimos al fin de la merienda como espacio de sociabilización, reposición en vuelo, abastecimiento en la nave nodriza, stop and go y todas esas hermosas cosas que estaban contenidas en un tazón de leche...