editorial

El rol de Rusia en el nuevo panorama internacional

  • Rusia emerge después de un cuarto de siglo de la caída del comunismo como una potencia con pretensiones de dominio en su zona de influencia y con claras apetencias de gravitar en el tablero mundial.

Hoy, se admite que fue un error de políticos e historiadores suponer que el derrumbe del comunismo significaba el derrumbe de Rusia como potencia. O postular que el mundo ingresaba en una etapa de armonía y concordia, que el ensayista y académico Francis Fukuyama calificó como “el fin de la historia”. Contra todos estos pronósticos, Rusia emerge después de un cuarto de siglo de la caída del experimento liderado por Stalin, como una potencia con pretensiones de dominio en su zona de influencia y con claras apetencias de gravitar en el tablero mundial.

La expresión manifiesta de esta estrategia de poder se llama Vladimir Putin, un hombre forjado en los servicios de inteligencia del comunismo y cuya visión de la política se confunde con la fuerza descarnada, la conspiración y la resolución brutal de los conflictos. Putin no es comunista, pero aprendió del comunismo lo decisivo: dominar, controlar y mantener vivo el espíritu que en tiempos de los zares se calificó como de “Rusia potencia”.

La URSS se ha disuelto, pero más de un historiador se pregunta si efectivamente alguna vez existió como tal. La “Unión” se realizó bajo el dominio de Rusia; las “Repúblicas” fueron regímenes despóticos controlados desde Moscú; el “Socialismo” se identificó con la economía de Estado y la gestión burocrática; y los “Soviets” fueron barridos a sangre y fuego en tiempos de Lenín y Trotsky.

Lo que hubo, en realidad, fue una economía estatal, una estrategia de gran potencia y un ejercicio del poder que en su momento fue calificado de totalitario y que en las últimas décadas no fue más que un régimen autoritario dirigido por una burocracia inepta, cínica, corrupta y desbordada de privilegios. Putin es la expresión cabal de ese sistema que ya no necesita de la retórica marxista para legitimarse o disimular los privilegios en nombre de una economía estatal.

Los recientes acontecimientos de Ucrania y Crimea lo revelan en toda su plenitud. El derrumbe de un avión de pasajeros no es otra cosa que la manifestación brutal de alguien habituado a tomar decisiones de este tipo. Las sanciones internacionales seguramente son importantes por el testimonio y el precedente que sientan, pero atendiendo el estilo de ejercicio del poder de Putin, sería una ingenuidad suponer que producirán efectos prácticos.

Lo cierto es que en la segunda década del siglo XXI asistimos a un nuevo realineamiento internacional, con su inevitable carga de conflictos y tensiones. Lo sucedido es inevitable y el futuro juzgará si además es beneficioso o perjudicial para la humanidad. Por lo pronto, el rol de Rusia ya se está definido y los últimos acontecimientos mundiales así parecen confirmarlo.

Habría que preguntarse qué lugar se asigna la Argentina en este nuevo proceso histórico. La reciente visita de Putin a nuestro país y a otras capitales de América Latina debe contextualizarse en este nuevo proceso. La Argentina hace bien en no cerrar las puertas a ninguna instancia de diálogo y negocios, pero la estrategia diplomática de una nación que se propone un rol activo en el mundo debe ir más allá de las necesidades prácticas de la coyuntura. Desde esa perspectiva, bien podría decirse que para nuestros intereses nacionales la visita de Putin incluye, por lo pronto, más interrogantes que respuestas.

Putin no es comunista, pero aprendió del comunismo lo decisivo: dominar, controlar y mantener vivo el espíritu que en tiempos de los zares se calificó como de “Rusia potencia”.