Crónica política

La fiesta interminable

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por Rogelio Alaniz

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“Nos pueden pedir que demos la vida por la patria; lo que no nos pueden exigir es que mintamos por ella”. (Montesquieu)

En algún momento se me ocurrió que la estrategia más adecuada de la oposición en esta coyuntura sería no decir ni hacer nada. El principio se extiende a los periodistas. Se trata de dejarlos hacer, que digan y hagan lo que mejor les parezca. Que pinten en las paredes consignas al estilo “Ayer Braden o Perón; hoy Cristina o Griesa”, que supongan que están librando una guerra contra el imperialismo, que Kicillof crea que acaba de bajar de Sierra Maestra decidido a tomar el Palacio de Invierno y que la Señora festeje desde el balcón y se crea una nueva Evita. Es lo que les gusta hacer y es lo que mejor saben hacer.

La consigna debería ser: no decir nada, no hacer nada, no contradecirlos en nada. Dejarlos solos. Que hagan lo que quieran. Después de todo, dentro de un año se van y no hay margen para más desastres. En definitiva, no hacerles el juego. Ni silbarlos ni aplaudirlos, directamente no ocupar las plateas del circo. Sin público, los payasos, los monos y los trapecistas se mueren de hambre, entre otras cosas porque no saben ganarse la vida de otra manera.

Insisto en el silencio. No nos queda otra alternativa. Si el circo se pone en marcha, todo lo que digamos será considerado en contra nuestra. El vodevil ya está en marcha: hay un enemigo, hay un pueblo sensibilizado y hay muertos que han comenzado a hablar. El imperialismo y el capital financiero están en la picota; el pueblo ya está en la Casa Rosada y las voces de Ella y Él completan el clima de bacanal. ¿Como en Malvinas? Sí, como en Malvinas, pero también como en 2001, cuando todo el circo se puso de pie, incluidos monos, enanos, jirafas, elefantes con trompas y abundantes saltimbanquis, para festejar el anuncio del default. Visite Argentina. Sesión única y exclusiva en el mundo. Default declarado con cohetes y cañitas voladoras. Como música de fondo, la inefable “Marchita”: todos unidos triunfaremos.

Doce años después, las instalaciones están preparadas. Plateas para las visitas distinguidas, asientos de madera y gallinero para la perrada. Mucho choripán y birra. El ser nacional en su plenitud. Los guionistas no saben bien si le van a pagar a los bonistas, o a los fondos buitre, o si van a recurrir a la ayuda de bancos nacionales o extranjeros. A los bancos, la experiencia aconseja tenerlos cerca. Si las papas queman siempre es necesario que haya un malo a quien echarle la culpa. Lo que se sabe es que la función ha comenzado y todo debe subordinarse a que en la fiesta no falte nada. La consiga es agitarse, divertirse y pasarla bien. Él nos mira desde el cielo.

¿Hay posibilidades de hacer otra cosa? Ninguna. Y el que lo intente quedará soplando en el viento o ladrando a la luna. Todo está permitido, menos ponerse serio. En la nueva Argentina de la Señora, no hay lugar para la tristeza. Vivimos en el país de las maravillas. ¿Default? No tiene ninguna importancia, es un invento de los usureros. ¿Fallo de un juez? Estupideces de los imperialistas; ¿Griesa? Un juez de los buitres y el que piense lo contrario es un traidor a la patria. ¿Respetar las reglas de juego? No las respetamos adentro, ¿por qué las vamos a respetar afuera? Además, Maduro nos ha dado su respaldo y Chávez desde el cielo nos dice que le metamos para adelante. ¿Más recesión, más inflación, más desempleo? Paparruchadas. Imprimimos más moneda. Y de última, algún chino o algún ruso nos van a prestar unos pesos.

Que hagan lo que quieran. De hecho lo están haciendo. Dejarlos hablando solos como a los locos. Si nadie los contradice, si nadie los critica, se desploman como muñecos inflables, como espantapájaros después de la lluvia, como brujas sin escobas. No hay fiesta populista sin el enemigo, sin vendepatrias que fastidien con sus observaciones, sin gorilas que les recuerden que están llevando al país al precipicio. No molestarlos ni con el pétalo de una rosa.

La farsa está montada. El jueves tuvimos la oportunidad de ver un adelanto en la Casa Rosada. No faltó nada. Es verdad que antes, la fiesta se hacía en Plaza de Mayo o en la Avenida 9 de Julio. Los tiempos han cambiado y el espectáculo se ha empobrecido, pero en lo fundamental sigue siendo el mismo. “Suenen los pitos, suenen los bombos, somos peronchos y armamos quilombo”. De todos modos, no faltó nada. La estrella principal emperifollada y eufórica. Para que nade falte al culebrón, hubo risitas entrecortadas mezcladas con algunos lagrimones. Boudou, el compañero Boudou, sonreía y saludaba a todo el mundo; D'Elía, envuelto en una bandera palestina, miraba con recelo a Kicillof; Néstor contemplaba desde el cielo; Lázaro Báez -también desde lejos- sonríe con indisimulable regocijo.

Por ahora, Thomas Griesa es el nuevo Braden del populismo reciclado. El hombre está viejo y tal vez sea sordo. Sólo así se entiende que no haya escuchado el llamado de Obama. A la Señora estas situaciones la desconciertan. ¿Cómo es posible que un presidente llame por teléfono a un juez y éste no le haga caso? Los argentinos somos más expeditivos y prácticos. Cualquier cosa consultar con Oyarbide. Si la respuesta no les satisface, hablar con Campagnoli para que les cuente en pocas palabras los riesgos que corre un fiscal que no atiende los llamados del teléfono.

Griesa es el enemigo de turno. Todos los males del Tercer Mundo se encarnan en su figura octogenaria. El personaje es multifacético. Según los pedidos de la platea puede encarnar una cosa u otra. En principio, Griesa es el juez de los buitres, pero se admiten variantes: es el juez del neoliberalismo, el juez del capital financiero, el juez del patíbulo. Hay una última carta en la manga que se dará a conocer en su momento para solaz y júbilo de la militancia: Griesa es un juez pagado por Magnetto, un títere del temible conspirador del Grupo Clarín.

Que nosotros hayamos firmado que los pleitos se resolvían en Estados Unidos y en el juzgado de Griesa no tiene ninguna importancia, formalidades y vanos escrúpulos de gorilas incorregibles. Que Griesa haya sido respaldado por dos instancias superiores de la Justicia no hace más que confirmar el carácter expoliador de la Justicia imperialista aliada al capital financiero y a la explotación mundial.

Pero Griesa es titular de un pecado imperdonable, de una felonía infame. Los que tenemos memoria, a ciertas provocaciones no las olvidamos. Hoy, ha llegado la hora de desenmascarar al señor Griesa y decir las cosas por su nombre. En la historia nada es casual. Dialéctica pura, diría el compañero Kicillof. Griesa, y presten atención, ya se reveló como un juez gorila allá a principios de los años ochenta, cuando en una típica maniobra leguleya e imperialista condenó al compañero Michele Sindona a veinticinco años de cárcel. La operación siempre es la misma. Como Lázaro Báez o Amado Boudou, se valió de chicanas rastreras para perseguir a nuestros burgueses nacionales. Griesa no ignoraba que condenar a Sindona era un tiro por elevación contra nuestro compañero Licio Gelli. No lo vamos a olvidar. Él sabia que con Licio se enchastraba el nombre de nuestros compañeros más queridos. Pero fundamentalmente se atacaba a ese abnegado militante de las causas nacionales y populares que se llamó Gelli, el mismo que peleó con un fusil en la mano al lado de Franco, que brindó sus servicios intelectuales al Duce y al Fhürer y que cuando la sinarquía internacional financiada por el oro judío se impuso en 1945, encontró asilo en el país que nunca dejó de ser hospitalario con los compañeros.

Griesa sabía todo esto y así se explica su impiedad y su odio. Él sabía que condenando a Gelli condenaba al hombre que el general honró con la Orden del Libertador y al hombre que el general designó embajador en Italia. Pérfido y solapado, sabía muy bien que nos atacaba en nuestra línea de flotación. Porque atacar a Gelli era también atacar a López Rega, a Lastiri, y a esos dos grandes compañeros de la militancia popular: Firmenich y Massera. ¿Ahora se entiende por qué la contradicción de la época es “Griesa o Cristina”?