Mesa de café

La aparición del nieto de Carlotto

por Remo Erdosain

Hacía mucho tiempo que no estábamos todos tan de acuerdo. La buena noticia creo que la trajo Abel: apareció el nieto de Estela Carlotto. Todos nos pusimos contentos, hasta Marcial, que sobre estos temas siempre suele tener sus reparos. José lo llamó a Quito, el mozo, y ordenó una vuelta de cerveza para todos. Hasta Quito se prendió en el brindis. El hombre del tema no conoce mucho y lo poco que entiende es a favor de los militares, pero esta vez brindó con nosotros, aunque, como dijera José, no le preguntemos los motivos de su adhesión porque vamos a arruinar este buen momento.

—Estela Carlotto se lo merecía -dice José algo emocionado.

—Por supuesto que se lo merecía -agrego- pero también se lo merecen todas las abuelas que perdieron a sus nietos.

—No digo que no, pero ella es una de las mujeres que más se ha movilizado por esta causa.

—Estamos todos de acuerdo, no discutamos detalles que no hacen a lo importante -acoto con tono componedor.

—No quiero discutir detalles, y menos en este momento -expresa Marcial- pero me importa completar la historia. Se han recuperado muchos nietos, hay muchos más que falta recuperar y el de Carlotto, en este sentido, es tan importante como los que ya llegaron y los que están por llegar.

—Totalmente de acuerdo -enfatiza Abel.

—Anoche, un escritor se quejó de que al tema se le dé un tratamiento especial por tratarse del nieto de Carlotto.

—Eso me parece una estupidez -reacciono-, el mundo funciona de cierta manera y así hay que aceptarlo. Todos somos iguales, pero hay gente linda y gente fea, gente famosa y gente anónima, gente rica y gente pobre.

—¿Adónde querés llegar?

—A que el nombre de Estela Carlotto despierta expectativas no sólo en la Argentina, sino en el mundo y es previsible, humano diría, que la aparición de su nieto provoque reacciones diferentes a la aparición de nietos de abuelos con perfiles más bajos.

—Me parece que el escritor amigo tuyo dijo una tontería -sentencia José.

—Puede que sí -reflexiona Marcial- pero no deja de ser interesante que en medio de una ola de unanimidad, ola a la que se suman personajes que jamás tuvieron que ver con los derechos humanos -como por ejemplo Tinelli y Rial-, alguien advierta sobre los riesgos de la fama y de las modas,

—A la hora de ser justos, también corresponde hablar de la abuela paterna de este chico.

—Algo se sabe -apunto-, se llama Hortensia Ardura, tiene más de noventa años y vive en la Patagonia, en un pueblito que se llama -si no me equivoco- Cañadón Seco. En ese pueblo, hay un monumento que recuerda a los tres detenidos desaparecidos del lugar; uno de ellos es el padre biológico del muchacho que acaba de aparecer.

—Pero de la abuela, de doña Hortensia, ¿qué se sabe?

—Según las informaciones disponibles, la mujer estaba muy emocionada por la aparición de su nieto.

—Ella es la mamá de Oscar Montoya -informa Abel- la pareja de Laura Carlotto.

—Esa abuela vale tanto como la otra -puntualiza Marcial.

—Eso está fuera de discusión -reafirmo- peor admitamos que una se movilizó y luchó durante más de treinta años, mientras que la otra no lo hizo.

—No seamos injustos -exclama Abel-, habrá que ver por qué no lo hizo; no todas las abuelas pueden ser como Estela de Carlotto.

—Eso es verdad -reconoce José.

Quito que merodea alrededor de la mesa esperando el momento para meter cuchara, dice en cierto momento:

—¿Esa mujer Carlotto es la que trabajaba en sociedad con ese señor que mató a sus padres?

—No Quito -explica Abel con tono resignado- la mujer a la que vos te referís es Hebe de Bonafini.

—Y ésta ¿cómo se llama?

—Estela de Carlotto.

—¿Y no son lo mismo?

—No, no son lo mismo -remarca Marcial como un suspiro- por lo menos no son exactamente lo mismo.

—¿Y en qué se diferencian? -insiste Quito.

—Hay muchas diferencias -digo- diferencias de cultura, de estilo, de clase, de buen gusto.

—Yo creo que las dos son grandes militantes populares -afirma José.

—Si lo que vos querés decir es que las dos son kirchneristas, tenés razón, pero no creo que éste sea el mejor momento para discutir estos temas -responde Abel.

—En todo caso -interviene Marcial-, lo único que te puedo decir es que de Hebe Bonafini no me sorprende nada, mientras que siempre me pareció una pena que Estela Carlotto se sume a los actos oficiales y comprometa su causa con la causa de Ella y Él.

—Lo hace porque reconoce al único gobierno que realmente se preocupó por las abuelas -dispara José.

—Por los derechos humanos había que preocuparse cuando estaban secuestrando y matando en la calle, no ahora.

—Y te recuerdo que tu gobierno, es decir Ella y Él, en aquellos lejanos tiempos se dedicaban a hacer plata y no se acordaron de presentar un miserable hábeas corpus.

—¿Y qué se sabe del chico que encontraron? -pregunto para cambiar de tema.

—Dicen que tiene treinta y seis años y que es músico, como lo era su padre.

—Lo que yo leí -comenta José- es que es un gran músico, un muchacho que con mucho sacrificio estudió piano.

—Según me contó un pajarito -añade Marcial- es un muy buen pianista, alguien que actuó con Liliana Herrero, Carlos Aguirre y Adrián Abonizio, entre otros talentosos.

—Lo interesante -agrega José- es que sin saber que era nieto de Estela, siempre estuvo preocupado por el tema de los derechos humanos y la cuestión de la identidad.

—Pareciera que el llamado de la sangre siempre se hace escuchar.

—¿Y qué se sabe de sus padrastros?

—De sus apropiadores, dirás -replica José.

—Lo que me dijeron -explica Abel- es que son dos modestos peones de un campo ubicado no muy lejos de Olavarría.

—¿Y cómo fue que adoptaron al chico? -pregunta Marcial.

Todos nos miramos y hacemos silencio porque nadie tiene una respuesta válida.

—Lo seguro -manifiesta José- es que no fue criado por milicos.

—Lo que a mí me llama la atención -observa Marcial- es cómo pudo hacer para estudiar música si provenía de un hogar tan modesto.

—No creo que para estudiar piano sea necesario ser hijo de millonarios -contesta José-, además, dos puesteros de un campo, si bien no son ricos, pueden ganar un buen sueldo.

—No discutamos por tonterías -insisto- ya va haber tiempo para satisfacer la curiosidad de tipos como Marcial.

—Yo no quiero discutir por tonterías -admite Marcial- pero tampoco quiero que dentro de un tiempo me vengan con tonterías.

—¿Como ser...? -pregunta José algo amoscado.

—Y, por ejemplo, no tengo ganas de desayunarme de golpe con que el gobierno que vos tanto defendés pretenda hacer de esto un motivo electoral.

—Y si lo hiciera, ¿qué? -pregunta José con tono provocativo.

—No comparto -concluye Marcial.

MESADECAFE.tif