La vuelta al mundo

Obama, el Papa y las almas bellas

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Rogelio Alaniz

Las palabras del Papa en defensa de los cristianos perseguidos por el fanatismo musulmán fueron justas y necesarias. No exagera Francisco cuando dice que en la actualidad los cristianos son más perseguidos que en los tiempos de Nerón. Tampoco falta a la verdad cuando afirma que en la actualidad los cristianos son la minoría religiosa más perseguida en el mundo.

Según las mismas fuentes, alrededor de doscientos millones de cristianos tienen problemas de diferente índole por sostener su fe. Las persecuciones, la discriminación y la violencia ocurren en todas las geografías, pero los principales responsables de las humillaciones, masacres y discriminaciones son los fanáticos musulmanes, tanto en su variante chiita como sunnita.

Esta afirmación es necesario hacerla, en primer lugar, porque es verdadera y, en segundo lugar, porque es necesario saber de dónde provienen los enemigos del cristianismo en el mundo. Dicho esto, importa establecer diferencias y matices. La Organización de Cooperación Islámica (OCI) declaró en estos días que “las atrocidades cometidas contra cristianos no tienen nada que ver con el Islam y con sus principios de tolerancia y convivencia”.

Las palabras de esta organización representativa de los islámicos son una respuesta a los actos de barbarie perpetrados en nombre del Islam en Irak y Siria. La declaración de la OCI no pudo ser más oportuna. Ciudades de Irak, que desde hace siglo cuentan con minorías cristianas consolidadas, fueron en estos meses ocupadas por las tropas del Emirato Islámico (EI). Así ocurrió en Mosul, donde los cristianos fueron desalojados de sus hogares y expulsados de la ciudad, salvo -claro está- que decidieran convertirse al Islam.

Quienes intentaron disentir con los ocupantes pagaron su osadía con la muerte. Las escenas de niños, mujeres y hombres crucificados, lapidados o linchados brindan un testimonio elocuente de los métodos a los que apelan los seguidores de Alá, en este caso muy bien financiados por la satrapía de jeques ensabanados de Arabia Saudita, quienes por un lado viven de las rentas petroleras que le paga Estados Unidos y, por el otro, financian al terrorismo sin que se les mueva un pelo.

Históricamente, en Irak los cristianos fueron una minoría muy bien constituida. Para 1980, se estima que había en estas tierras más de un millón y medio de cristianos. Treinta años después, apenas llegan a los quinientos mil. En Bagdad, existía una sólida comunidad cristiana de más de ciento cincuenta mil personas, hoy reducida a menos de la mitad. A la persecución de creyentes y sacerdotes, se suma la destrucción de templos y la profanación de lugares sagrados. Sin ir más lejos, en octubre de 2010, cuarenta y dos cristianos y dos sacerdotes fueron asesinados a mansalva a la salida de la misa celebrada en la iglesia de Perpetuo Socorro de Bagdad.

El destino de kurdistanes y musulmanes chiitas en esta región no es muy diferente al de los cristianos, pero hasta la fecha éstos son los únicos a quienes los soldados del EI les marcan la casa con una letra -N de nazarenos- con el objetivo de controlarlos y cobrarles impuestos expropiadores. También son ellos los que disponen del exclusivo privilegio de ser crucificados y decapitados en nombre de Alá.

¿Y los judíos? Bien gracias. En todos estos países están reducidos a ínfimas minorías en vías de extinción. No es ningún secreto que a ningún judío le es aconsejable vivir en países musulmanes. Por el contrario, esta situación no la padecen los musulmanes en Israel. Al respecto, las cifras son abrumadoras: hace cuarenta años en los países árabes vivían alrededor de un millón de judíos; hoy no llegan a cincuenta mil. A la inversa, antes de la Guerra de los Seis Días, vivían en Israel cien mil árabes; en la actualidad superan el millón y medio y dispone de una calidad de vida muy superior a la de sus hermanos en Alá. Estas cifras a las almas bellas no le dicen absolutamente nada. El sionismo, como dice ese íntimo amigo del terrorismo islámico como es Ilan Pappe, es un enemigo más peligroso que el Islam.

El panorama en Siria no es muy diferente al de Irak. Las persecuciones y muerte a los cristianos en ciudades como Alepo, Kassab y Homs, están a la orden del día. También en este país las crucifixiones han sido la sanción preferida por los soldados del EI. A diferencia de Irak -y como para otorgarle más complejidad a una realidad devastada por la guerra y la muerte- las tropas del ejército sirio leales al presidente Assad, fueron la única organización armada que defendió a los cristianos.

Sobre la situación que se vive en Siria, todo lo que se pueda decir no alcanza a expresar el carácter pavoroso de una realidad que hace rato excedió la clásica temporada en el infierno. Hasta el momento el número de muertos supera las doscientas mil personas y el número de refugiados supera a los seis millones. Se calcula que la mitad de esta cifra son niños y, entre mujeres y ancianos, suman en total más de las dos terceras partes de las víctimas de esta guerra con la que Occidente se ha acostumbrado a convivir, tal vez porque algunos de sus principales voceros están más interesados en condenar a Israel por defenderse del ataque de una banda terrorista cuya ideología difiere en muy poco a la de los soldados del EI, que preocuparse en serio por el destino de millones de personas sacrificadas en una guerra donde las alternativas son encantadoras: una satrapía corrupta y criminal combatiendo contra hordas de fanáticos.

El Papa Francisco condenó con voz clara las persecuciones, la guerra y reivindicó la condición de los mártires. Desde el punto de vista religioso, no tengo ninguna objeción que hacer. Un líder espiritual en todas las circunstancias debe estar a favor de la paz y en contra de la guerra. Desde el punto de vista político, desde la perspectiva terrenal del César y no de Dios, la lectura es diferente. Al respecto, estimo que no hace falta elaborar demasiadas consideraciones para saber que a las bandas de criminales del EI no se las derrota con oraciones. Asimismo -y sin entrar a discutir acerca de las virtudes morales de los mártires-, admitamos que no todos los cristianos optan por esa alternativa. Son creyentes, están dispuestos a sostener su fe, pero quieren vivir, no les agrada la perspectiva de la muerte, que los desalojen de sus casas o que los crucifiquen. En este punto, la alternativa de poner la otra mejilla no es la más aconsejable, sobre todo porque el agresor no propina cachetadas, degüella; no se deja impresionar por el humanismo, masacra sin piedad.

Los testimonios no dejan lugar a dudas. Para colmo de males, la causa de los cristianos perseguidos pareciera no ser un tema que sensibilice demasiado a las almas bellas de Occidente, más interesadas en condenar a Israel que en condenar el fanatismo islámico que, después de todo, no será del todo bueno, pero dispone de una excelente virtud: es un enemigo jurado de Estados Unidos.

Los bombardeos ordenados por Obama contra los soldados del califato deben inscribirse en este contexto. Eran necesarios, indispensables, si se quiere. No le fue fácil al presidente de EE.UU. tomar esa decisión. A ningún político medianamente sensible le resulta fácil ordenar que despeguen los aviones para arrojar bombas a un enemigo. No fue fácil pero había que hacerlo. Como dijera Rudyard Kipling, “el imperio es un privilegio, pero por sobre todas las cosas es una responsabilidad”.

Experimentado en las lides escabrosas de la política, Obama nunca ignoró que la principal oposición a su iniciativa iba a partir de los mismos que en otro momento por razones mucho menos generosas propiciaron bombardeos y ocupaciones. Seguramente, tampoco se sorprendió que su opositora interna, Hillary Clinton, también hiciera sus observaciones, más preocupada por sus posicionamiento en los comicios de 2016 que en lo que está sucediendo en Medio Oriente. Probablemente, menos interés le despertó la observación de la izquierda, cuyos voceros esta vez condenaron los bombardeos porque deberían haberse ordenado antes.