editorial

  • Cuarenta chicos fueron heridos de bala en los primeros siete meses del año. La prédica del padre Trucco, más vigente que nunca.

Niñez víctima de la violencia

En los últimos meses y con una frecuencia alarmante, niñas y niños menores de 14 años resultaron víctimas de hechos de inseguridad al quedar en medio de enfrentamientos entre grupos antagónicos o como actores, ellos mismos, de situaciones de violencia. Un informe publicado días atrás en este diario, basado en datos proporcionados por el Hospital de Niños Orlando Alassia, revela que hasta julio fueron atendidos 41 chicos, víctimas de heridas con armas de fuego, con una edad promedio de 11 años.

No es la primera noticia que se tiene sobre este tema. Ya se había advertido que en el segundo semestre de 2010, cada 23 días fue hospitalizado un menor de edad con heridas de bala, mientras que en los primeros meses de este año, ese promedio había mutado de modo negativo a un herido cada 5 días.

Más allá de la cifra, que puede analizarse como elevada o no, según con qué indicadores se la compare, el balance realizado por el efector de salud genera preocupación porque involucra a una población etaria que bajo ninguna circunstancia debería estar involucrada en circunstancias como las que se describen.

El otro hecho preocupante y que no puede ser soslayado sino que merece un abordaje serio y urgente es la presencia de armas de fuego en manos de chicos. En un marco en el que los conflictos interpersonales se resuelven -en no pocas ocasiones- de manera violenta, y que las armas siguen siendo utilizadas como errado mecanismo de autodefensa, desde muy temprana edad éstas pasan a formar parte de la cotidianeidad de los niños.

Pueden ser víctimas de actos de venganza o de la desaprensión de los mayores, ubicados en la línea de fuego de un conflicto al que son ajenos e inmersos en un contexto de agresividad que los excede. Pueden ser partícipes de episodios que los tienen como protagonistas, o al servicio de oscuros intereses que no reparan en arriesgar vidas o clausurar destinos. En cualquier caso, se trata de un entramado cuya complejidad y raigambre requiere de esfuerzos integrados, extendidos y de largo plazo para lograr modificaciones de fondo.

Mientras tanto, y en el escaso margen que tienen para moverse las políticas de prevención y las estrategias de salvataje, la prédica del recordado presbítero Edgardo Tucco parece más vigente que nunca. Desde su lugar de párroco de Guadalupe, bregó durante años por una ciudad sin armas luego de que un domingo de 1998 una niña de siete años fuera asesinada por una bala perdida mientras jugaba en el parque Juan de Garay. Desde entonces, se concretaron campañas de desarme y una interesante tarea de concientización para reemplazar juguetes bélicos por otras alternativas, propuesta que se trasladó a diferentes ámbitos de la ciudad y tuvo eco en los principales comercios del rubro.

Lograr un cambio de actitud de la sociedad, recuperar el diálogo como herramienta para dirimir conflictos en un contexto social en el que se pretende resolver cualquier entredicho con violencia, restablecer la vigencia de los valores fundantes de la vida en comunidad y la conciencia de los vinculados con la propia condición humana, aparecen como la lejana y casi utópica salida a la tragedia. Mientras tanto, iniciativas como la descripta y las que protagonizan organizaciones solidarias o voluntarios comprometidos, son aquéllas cuyos logros se relativizan en un contexto tan adverso, pero alcanzan dimensión mayúscula para los casos en concreto que logran rescatar, y abren una esperanza para el futuro.

El balance realizado por el Hospital de Niños genera preocupación porque involucra a una población que bajo ninguna circunstancia debería estar involucrada en hechos relacionados con armas de fuego.