editorial

  • El Papa insistió en mejorar las relaciones con China, un país donde además de minoritaria, la Iglesia Católica es ilegal y perseguida, y reclamó por la libertad religiosa.

El Papa en Corea

En poco más de un año de ejercicio de su magisterio, el Papa Francisco ha definido algunas líneas centrales de acción pastoral en sintonía con sus mensajes, encíclicas y sermones. Lo que se dice se cumple y se practica, pareciera ser la consigna cotidiana del Sumo Pontífice. Desde Lampedusa y Brasil, a Medio Oriente y Corea, hay una íntima coherencia hilvanada alrededor de tres puntos centrales: el compromiso con los pobres, el ecumenismo y la paz.

Su reciente visita a Corea del Sur se inscribe en esta dirección. Lo novedoso, en todo caso, es que su presencia ahora se efectiviza en regiones donde la Iglesia Católica es minoritaria. En Corea del Sur, sin ir más lejos, los católicos integran el diez por ciento de la población, una minoría consistente prestigiada desde el punto de vista religioso, intelectual y político.

Más allá de los inevitables protocolos diplomáticos, Francisco expresó una vez más su carisma y su sensibilidad con los sectores más postergados por parte de una economía expansiva, modernizante y eficaz, pero algo indiferente a los dramas cotidianos de las clases populares. Para cumplir con sus metas tuvo que recurrir su proverbial talento “político” para no inquietar o alarmar a una clase dirigente poco habituada a preocupaciones de ese tipo.

En su breve presencia en este país, no sólo sedujo con su encanto a los dirigentes políticos, sino que insistió una vez más en la unidad de Corea, superando para ello diferencias atizadas desde hace más de cinco décadas. El reclamo no es de sencilla resolución, ya que a los odios explícitos se suman las diferencias insalvables de regímenes políticos y modos de producción. De todos modos, no deja de ser significativo que la máxima autoridad de la Iglesia Católica insista en la paz, la convivencia y la unidad.

Fue con motivo de este viaje que el Papa insistió, una vez más, en mejorar las relaciones con China, un país donde además de minoritaria, la Iglesia Católica es ilegal y perseguida, Francisco reclamó por la libertad religiosa y expresó de manera explícita que está dispuesto a visitar China si ello significa ampliar las fronteras de libertad para una iglesia que, como se ocupara muy bien en aclarar, carece de objetivos misioneros o proselitistas y si alguna adhesión recibe es por los testimonios que brinda y los ejemplos que alienta.

Capítulo aparte merecen sus declaraciones acerca de las masacres de cristianos perpetradas por el fundamentalismo musulmán en Irak. La condena a los fanáticos criminales del llamado Emirato Islámico ha sido contundente, pero lo más novedoso fue su discurso acerca del derecho de los pueblos a defenderse de los ataques de las bandas del EI. Leal a sus puntos de vista, Francisco planteó que toda iniciativa que se tome en esa dirección debe ser consensuada con la comunidad internacional. Lejos de la lógica de guerras justas o guerras santas, las palabras del Papa estuvieron impregnadas del humanismo que distingue su gestión.

No deja de ser significativo que la máxima autoridad de la Iglesia Católica insista en la paz, la convivencia y la unidad.