Crónica política

El que las hace las paga

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La única y exclusiva habilidad del kirchnerismo en todo este tiempo ha sido la de reemplazar la consigna peronista de que la única verdad es la realidad, por la de la única verdad es el relato.

Foto: EFE

 

Rogelio Alaniz

Se me hace difícil creer que los tenedores de bonos acepten cambiar a Griesa por Oyarbide. También me resulta algo desopilante suponer que los llamados buitres acuerden cambiar de jurisdicción para que les peguen la cifra que hace diez o cinco años rechazaron. ¿Por qué creerle a un gobierno que los maltrató y nunca se cansó de decir que su objetivo es no pagarles un peso? Lo más previsible, tal como se presentan las cosas, es que los bonistas no le lleven el apunte a la propuesta de la Señora, entre otras cosas porque los estatutos de los fondos que compran esos bonos prohíben expresamente el cambio de domicilio.

Por lo pronto, el Congreso tiene la palabra. Siempre que las papas queman, la Señora se acuerda de que tiene un Congreso. La mayoría oficialista una vez más se reportará a sus mandos naturales, que es lo que mejor saben hacer. En la vereda de enfrente los principales dirigentes opositores dijeron que no van a ceder a la extorsión de la presidente, extorsión consistente en votar su propuesta so pena de ser considerado un traidor a la patria.

Atendiendo a algunas anécdotas del pasado reciente y la persistencia con la que trabaja en el organismo nacional el gusano populista, no deja de ser estimulante que la oposición no se haya comido el amague patriotero y popular. Por lo menos hasta ahora no lo ha hecho, aunque no habría que descartar algún rebrote nacido del sentimiento de culpa o de sugestivos beneficios incorporados a las cuentas corrientes de algún que otro legislador necesitado de algunos patacones.

Otro gallo habría cantado si con tiempo, prudencia y tino político, la Señora hubiera trabajado para desarrollar una corriente de opinión capaz de proponer soluciones de fondo a un problema que no hacía falta ser un eminente jefe de Estado para saber que tarde o temprano nos iba a estallar en las manos. No lo hizo ni se le ocurrió hacerlo.

El populismo, por definición, nunca va más allá del tiempo presente. Al pasado se lo mistifica y al futuro se lo manipula. La estación exclusiva de la felicidad es el presente, sobre todo de la felicidad de sus caudillos y caciques, que además del amar el poder y la música de las masas ponderando sus virtudes, aman la posibilidad cierta de enriquecerse como jeques árabes.

Lo asombroso no son sus errores sino la persistencia maníaca en repetirlos. La fórmula es sencilla y hasta monótona: se recurre al gasto público para asegurarse los votos; la plata así invertida inevitablemente genera déficit fiscal, carencia que se resuelve con más emisión, lo cual pone en funcionamiento la maquinita inflacionaria, malestar que se resuelve con los consabidos operativos de control de precios. Si la situación se complica hay que inventar un enemigo: la prensa, la oligarquía, la oposición vendepatria, los fondos buitre o los marcianos. Todos tienen su culpa asignada: lo periodistas destituyen, los opositores obstruyen, los sindicalistas desestabilizan y los empresarios generan inflación.

Una imputación que se les hace a los fondos buitre es haber comprado los bonos a precio vil para reclamar ahora pagos que multiplican los beneficios. La pregunta de cajón a hacerse es la siguiente: ¿Por qué no aprovechó el gobierno para comprarlos cuando sobraban los recursos? Porque son unos irresponsables, porque suponen que nadie es más vivo que ellos y porque les asiste la certeza de que cuando lluevan los problemas siempre habrá a quien echarle la culpa.

El problema es que los problemas llegaron para quedarse. En otros tiempos, al populismo el Golpe de Estado lo salvaba del naufragio. No sólo lo salvaba, sino que dejan abierta la posibilidad de victimizarse. A partir de 1983, las reglas de juego fueron otras. La crisis de 1989 y 2011 demostraron que ni la sociedad sale a la calle reclamando el regreso de los militares y a éstos ni por las tapas se les ocurre hacer algo para lo que carecen de respaldos y de recursos.

Por lo tanto, al gobierno le llega la noche y en los cuarteles reina la soledad y el silencio. Se acabaron los generales salvadores y los coroneles patriotas. El fin de la guerra fría los dejó sin recursos externos y el retorno de la democracia los despojó de honores y presupuesto. Alguna vez habrá que preguntarse en serio cuál es el rol de las fuerzas armadas en una nación, pero por el momento nos conformamos con saber que los militares han dejado de ser actores del sistema político.

La otra alternativa que le queda al populismo es la de entregar el poder con una bomba de tiempo incorporada al gobierno que viene. Con De la Rúa el operativo resultó perfecto. Admitamos que el hombre que nunca dejó de ser aburrido hizo aportes importantes para que el plan del populismo se cumpla al pie de la letra.

Todo bien, pero el problema que se le presenta al gobierno de la Señora es que atendiendo a la naturaleza de la crisis y la precipitación de los acontecimientos, para 2015 falta una enormidad de tiempo. El 2014, ya se despliega con una exasperante lentitud. Las horas, los días, las semanas avanzan a los tropezones. El clima de tormenta se respira en el aire. Recesión, desempleo, inflación ¿Qué más puede pedirse? La respuesta de la Señora es la impostura y la emisión. La impostura hace rato que orilla en el grotesco y el emisionismo es cada vez más compulsivo.

La única y exclusiva habilidad del kirchnerismo en todo este tiempo ha sido la de reemplazar la consigna peronista de que la única verdad es la realidad, por la de la única verdad es el relato. Los más patéticos en este corso de comparsas y mascaritas son sus seguidores de izquierda. En el campo de la investigación histórica, se habla de las revoluciones triunfantes y revoluciones derrotadas. A esa calificación sencilla y rigurosa, el kirchnerismo le aportó la categoría de las revoluciones que se venden, se agitan y se honran pero no existen, es un producto de su fantasía o su alienación y, en más de un caso, es una coartada para proteger a los que están allí no para hacer ninguna revolución nacional y popular, sino para robar.

Que esto va a estallar parece ser un pronóstico compartido por la mayoría de los economistas. El problema no es si estalla, sino cuándo estalla. El gobierno trabaja para que les estalle a los que vienen, cosa de tener a quién echarles la culpa acerca de las desgracias que empezarán llovernos y, de paso, presentarse hacia el futuro como los honorables salvadores de la patria.

Colocado en esa encrucijada, no creo alentar ninguna herejía si digo que si el país va a estallar que le estalle a quienes son los responsables de habernos arrastrado a estas letrinas. A esta altura de los acontecimientos, creo que resulta innecesario posar de políticamente correcto y repetir una vez más con tono compungido y cara de circunstancias que lo deseable es que termine su mandato. Ella, su vicepresidente y Kicillof. También es deseable que los ladrones sean buenos, las prostitutas virtuosas y los violadores respetuosos del pudor de sus víctimas. Un “mundo feliz” es la aspiración de todos, pero el problema es que hoy estamos muy lejos de semejante estación.

Si viviéramos bajo el paraguas de una democracia republicana -nada del otro mundo, algo así como lo que se vive en Chile, Brasil o Uruguay, para no irnos tan lejos- sería deseable y necesario insistir en que se cumpla con los mandatos constitucionales. Pero en esta Argentina que nos tocó en suerte nunca se debe perder de vista que se está jugando contra tahúres, expertos en marcar el naipe, sacar barajas de la manga y no pagar sus apuestas cuando pierden.

Que la Señora termine su mandato, pero que en el camino no nos termine a nosotros. Estamos ante un gobierno que está activando la bomba de tiempo para dejarlo instalada con la mecha corta en el despacho del que llegue en 2015. Así planteado el juego, me encomiendo a los dioses para que si el estallido inevitable se produce, que sea este gobierno el que se haga cargo de los platos rotos, aunque más no sea para hacer realidad el añejo y sabio principio que dice de manera austera pero terminante que el que las hace las paga.