La multiplicación de las palabras

Enrique José Milani
Leemos en los santos Evangelios la portentosa multiplicación de los panes y los peces realizada por Jesús, para dar de comer a más de seis mil personas. Nosotros hablaremos de la multiplicación de las palabras, que de alguna manera pretende saciar el hambre de comunicación de la gente.
A nadie escapa esta realidad. Hay un dato que la certifica. En el mes de septiembre saldrá a luz el Nuevo Diccionario de la RAE, el cual incluirá cinco mil nuevos vocablos y dará de baja mil, porque han caído en franco desuso. Impresiona constatar cómo constantemente aparecen neologismos -palabras nuevas- en todos los ámbitos del hacer y del saber. Si hasta hay voces que nacen en el seno familiar (Cocoleco, bindundi, abubis, ojimoti, adubas, guachiguau). A veces permanecen allí, hasta su extinción; otras, pueden instalarse en una cuadra, un barrio, sin trascender. Así crece el lenguaje en forma exponencial, aunque en los diccionarios, debido al criterio contenedor de los académicos, el caudal lexicográfico se reduce notablemente. Es que las intenciones, los sentimientos, las emociones, la realidad, nos impulsan muchas veces a inventar palabras, expresiones, que pueden tener corta o larga vida, según las circunstancias.
Pensemos en la expresión de Julio César: “Tú también, hijo mío”, cuando, su hijo adoptivo Bruto le quitó intempestivamente la vida. Esa frase recorrió el mundo, está en los libros y, a veces, hasta se la oye en boca de algunos. Basta hojear un diccionario y a cada paso nos encontramos con grupos más o menos grandes de palabras que, de alguna manera, resultan afines entre sí, por el femenino o masculino, por derivación, asociación, etc., y se van entrelazando hasta formar lo que se llama “familia de palabras”.
Un ejemplo bastará para ilustrarnos. Es notable que una voz, “hierba” (“herba”, en latín), con el correr del tiempo, se multiplicara hasta producir cuarenta y cuatro vocablos afines. Veamos cómo se produjo el fenómeno. “Herba” se mantuvo tal cual en los términos “herbáceo, herbácea, herbajo, herbajar, herbaje, herbajear, herbajero, herbal, herbar, herbario, herbaria, herbaza, herbazal”. Con mínima alteración en: “herbecer, herbecica, herbecita, herbero, herbera, herbicida, herbívoro, herbívora, herbolar, herbolaria, herbolario, herbolaria, herbolecer, herbolizar, herboristería, herborización, herborizador, herborizadora, herborizar, herboso, herbosa, herboriforme”. En las siguientes, la “e” se desdobla en el diptongo “ie”: “hierba, hierbabuena, hierbajo, hierbal, hierbalero, hierbezuela, hierbazal”. Y arribamos ahora a la palatalización de “hi” en “y”: “yerba, yerbajo, yerbal, yerbatal, yerbatero, yerbatera, yerbazo, yerbeado, yerbeada, yerbear, yerbero, yerbera, yerbiado, yerboso, yerbosa, yerbuno”.
Aquí termina la cadena de vocablos familiares registrada en el diccionario; pero estamos seguros de que, fuera de él, deben polular entre los hablantes muchos más que aún no han sido recogidos en los glosarios. La voz muy argentina “escrache” se oye y escribe ya aquí y en España. Pensemos en su derivado: “escrachar”; si lo conjugamos se aumenta el haber con cientos dieciocho palabras; y si agregamos derivados: “escrachoso, escrachiento, escrachero”, se obtienen aún más. Se ha instalado, y con mucha fuerza,el anglicismo “default” (defolt), en lugar de impago, y “defaultear” o “defoltear”. Agreguemos todas las formas verbales posibles y derivados, y el haber se multiplica.
Según una comunicación de Fundéu, ya han obtenido el visto bueno académico, los neologismos: “pinchazo, chuponeo y chuzada”, sinónimos de “escuchas telefónicas”. Luego aparecen los derivados: “pinchar, chuponear y chuzar”.
La conjugación total de los tres suma trescientos cincuenta y cuatro vocablos más. Pero hay que estar atentos. No es cuestión de inventar palabras porque sí. Si se diera rienda suelta a esta modalidad, el idioma se convertiría en un galimatías insoportable y catastrófico. Con lo expuesto creemos haber demostrado que las palabras también son susceptibles de multiplicarse infinitamente, posibilitando de esta manera una inacabada y cada vez más perfecta comunicación entre los mortales.