La saga Cartier
La saga Cartier

Collar ‘Cocodrilo‘ un encargo especial de María Félix a la firma Cartier.
Desde mediados del siglo XIX este apellido y las originales creaciones que representa son sinónimo de lujo, rango social y poder adquisitivo. Desde los relojes incorporados a colecciones de joyas, hasta los diseños exclusivos para María Félix y Liz Taylor, la célebre pantera, animal fetiche de la maison y sello propio de la marca que este año cumple su centenario.
TEXTO. ANA MARÍA ZANCADA.

Aros de oro y turquesas con forma de serpiente enroscada, creado para la actriz mexicana Maria Félix.
La sencillez no tiene que ver con la riqueza de los materiales empleados en su realización. Pero sí fue tenida en cuenta por los fundadores de una firma que históricamente estuvo asociada con la riqueza, el lujo y la belleza. Desde remotísimas épocas, el ser humano trató de demostrar su poderío ostentando lujosos ornamentos que marcaban -a veces, en forma escandalosa- la posición social de quien las lucía. La vanidad humana, que puede alcanzar fronteras increíbles, recurrió a los llamados metales preciosos y a las gemas para abonar la egolatría. Tal vez el primer homínido que recurrió a una piedra para adornar su cuerpo no podía conocer lo que miles de años después expresaba el escritor español: “(...) No se ha de adornar el alma con la belleza del cuerpo, sino al contrario, el cuerpo con la del alma”. (Diego Saavedra Fajardo).
Pero lo cierto es que la ambición humana no tiene límites y la desesperación por la ostentación es abonada por el afán desmedido de riquezas. Eso dio nacimiento al amor del hombre por las piedras y metales denominados preciosos y la debilidad por exhibirlos.
EL LUJO COMO ESTILO
Un nombre que desde su nacimiento en el siglo XIX es sinónimo de lujo, distinción y poderío es el de Cartier. La saga de leyenda comienza en el modesto taller de un orfebre en el barrio parisino de Saint-Eustache.
Louis François Cartier (1819-1904) era un obrero en el taller de su maestro Adolphe Picard. Pero Louis François, una vez dominada la técnica decidió abrir su propio local. Además de ser un excelente relojero tenía muy buen gusto en el diseño y un apreciable conocimiento de las gemas. En sus años de aprendiz supo aprovechar los caprichos no solamente de las mujeres sino el toque de distinción que necesitaba para interpretar las veleidades de las damas y señoras de la alta sociedad. Una de sus primeras creaciones fue un broche en forma de rombo con un corazón formado por las iniciales L y C. De a poco fue escalando posición y preferencia en el gusto de sus clientas, hasta que un día la suerte tocó a su puerta en la persona de la bellísima Eugenia de Montijo, la consorte española de Napoleón III. Luego de algunos escarceos la consagración definitiva llegaría en 1859, al realizar un juego de té en plata para la emperatriz. El negocio se amplió así con la lista de clientes de la nobleza.
Desde el comienzo, en Cartier se van combinando los trabajos de orfebrería con las joyas.
Los diseños originales de sus creaciones comenzaron a ser lucidos por las mujeres que ansiaban exhibir lujo y originalidad. Señoras aburridas del ajetreo de la ostentación social que competían en los iluminados salones donde mostraban el poderío del hombre que traducía el rango social a través de una abultada billetera.
El nombre de Cartier comenzó a ser sinónimo de rango social y poder adquisitivo.
En 1874 su hijo Alfred, pasó a manejar la compra-venta de piedras preciosas y se distinguió por establecer importantes contactos con la alta sociedad. París y Londres eran las capitales donde se movía este joven conocedor de la fatuidad humana.
No solamente las esposas, sino las favoritas detrás del escenario, comenzaron a lucir costosísimos diseños donde se quebraba la luz de los coquetos salones. Los aristócratas de viejo cuño y los nuevos ricos engalanaban a sus mujeres, legítimas y de las otras, para demostrar a través del derroche, la magnitud de su poder.
Se suceden las generaciones de Cartier y así la marca pasa a ser sinónimo emblemático de poder y sofisticación. Brillaron en la opulenta sociedad de la Belle-Epoque y los Felices Veinte con el triunfo del Art-Decó allá por 1925. Y ni corto ni perezoso Louis Cartier contrajo matrimonio con Renée Worth, hija del modisto preferido por las elegantes del mundo.
Comenzaba el S.XX y ellos se codeaban con las cortes europeas que rivalizaban en encargos extravagantes. Reyes, zares y maharahás visitaban el salón. Fue por esos años en que los Cartier cruzan el océano y abren su casa en la Quinta Avenida en Nueva York.
La moda por supuesto influyó en el diseño de las joyas. El Art-Decó y los descubrimientos en Egipto o la Grecia clásica, el Islam y no olvidar el impacto de los Ballet Rusos de Diaghilev.
Y fue la firma Cartier quien impuso los relojes para muñeca dentro de la colección de joyas. El puntapié inicial fue el diseñado en exclusivo para el aviador brasileño Alberto Santos-Dumont en 1904. Fue el primero con pulsera de cuero para hombre.
Pero la época de esplendor se cerró en plena II Guerra Mundial. Murieron los hermanos Louis y Jacques y el último, Pierre, falleció en 1965. Los tiempos iban cambiando. La democratización desplazaba el excesivo lujo. Sin embargo, el afán de exhibicionismo del hombre a través de sus mujeres, y la seducción de las mismas por el brillo y el valor de una joya exclusiva siguieron alimentando la vanidad de mostrar una costosa creación valuada en miles o millones de dólares.
HITOS DE UNA HISTORIA
Las joyas de Cartier fueron lucidas por las mujeres más hermosas, reinas, princesas, favoritas, amantes secretas y no tanto, y las actrices de moda que rivalizaban en ostentación y luchaban por el brillo de una fama unida a un costo increíble.
Las perlas y las costosas diademas de brillantes lucidas por la reina Victoria Eugenia, esposa del rey Alfonso XIII de España no lograban disimular la tristeza en la mirada de esa sufrida mujer acusada de haber llevado la hemofilia a la familia real española. Era la época en que Cartier lanzó al mercado los anillos baguettes, rodeados de brillantes. El príncipe, luego rey, tenía cuenta permanente en Cartier tanto para su mujer como para sus amantes. Sarah Bernhardt, diva del escenario portaba en todo momento los diseños de Alfred Mucha, que los Cartier corporizaban a la vez que se inspiraban en la frivolidad francesa del Trianon de Versalle.
A comienzos del S XX la ola de orientalismo que se abatió sobre Europa también conquistó a los ya famosos diseñadores. El color comenzó a cambiar los diseños: esmeraldas, rubíes, zafiros, brillantes. No fueron ajenos tampoco a los preciosísimos trabajos de los Fabergé, los preferidos de los zares rusos. La fama de los joyeros se extendió a las tierras de Oriente, productoras excepcionales de piedras increíbles. Los Cartier abrieron sucursales en Delhi en 1911.
Corrían aires de renovaciones, tendencias, búsqueda, inquietudes. Nuevos movimientos en el terreno del arte que se volcaban a todas las manifestaciones de la creatividad e ingenio del hombre. Grandes descubrimientos como la tumba de Tutankamon en 1922, inundó Europa con su inspiración diferente.
TIEMPOS NUEVOS
Los Cartier, ya consolidados en la preferencia del gran público, eran traductores del gusto exquisito y a la vez extravagante de la high society. Las piedras preciosas eran buscadas en las canteras de los más remotos lugares: las esmeraldas de Brasil o de Colombia, por ejemplo. Los diseños eran exclusivos y creados por exquisitos joyeros, hacedores de las más locas fantasías.
Extravagancias, caprichos, deseos de ostentación. Las billeteras de los caballeros, esposos, amantes o admiradores cubrían las veleidades de esas mujeres para las que parecía no haber límites. Y la tendencia en gustos y preferencia cubría los espectros más insólitos.
Linda Lee Thomas, esposa de Cole Porter, compró un brazalete reloj dentro de la llamada línea tutti-frutti con rubíes, zafiros, diamantes y esmeraldas, o el collar de otra dama de la alta sociedad neoyorkina, con rubíes y esmeraldas grabados en forma de hoja. Las grandes historias de amor también tuvieron la rúbrica de los Cartier. Tal el caso del Príncipe de Gales, uno de los dueños de una de las billeteras más abultadas del mundo. Wallis Simpson tenía una exquisita imaginación y a instancias suyas vieron la luz joyas increíbles: el broche clip pantera de 1949, donde el felino se apoya en un cabujón de Cachemira de más de 150 kilates. O el flamenco con brillantes, esmeraldas y rubíes o la célebre pantera, animal fetiche de la maison, que fue primero un reloj pulsera y luego se convirtió en un sello propio, único por su diseño y originalidad: ojos de esmeraldas, hocico de ónix y pelaje de diamantes. Este año cumple su centenario.
La Doña, la mexicana María Félix, una de las mujeres más hermosas del mundo, fue la destinataria de diseños increíbles, que combinaban con la vanidad, excentricidad y tal vez un deseo de inmortalidad propio de quien lo tiene todo, menos la certeza del efímero paso por esta vida. Para ella Cartier diseñó un suntuoso y recargado collar formado por dos enormes cocodrilos en oro con incrustaciones de brillantes y esmeraldas. O la “Peregrina”, la perla más famosa, que Burton le regaló a esa “reina” de Hollywood que fue Liz Taylor. Se subastó luego en más de 10 millones de dólares.
Cartier también fue el que realizó, sobre un diseño de Salvador Dalí y con una enorme esmeralda regalo de Cocó Chanel, la espada símbolo del ingreso en la Célebre Academia Francesa del multifacético Jean Cocteau.
La lista de creaciones es inmensa, así como de los magnates y celebridades que acudieron a la casa para rubricar su amor o su deseo de ostentación o esconder un temor a un fracaso amoroso y conseguir, con un lujo exacerbado, lo que nunca podría llegar a ser un amor verdadero.
Soberbia, temor, ostentación, deseos de inmortalidad. Frivolidades propias de la llamativa incoherencia del espíritu humano que no se resigna a su temporal existencia terrenal. Sus dueños pasaron, uno tras otro, fueron reemplazados por nuevos nombres y protagonistas. Pero las creaciones de estos magníficos orfebres son mudo testigo de la inútil y desesperada vanidad humana deseosa de superar el olvido.
“La expresión suprema de la belleza es la sencillez”.
Alberto Durero.


Miles de piedras preciosas componen este collar que encargó el marajá Bhupindra Singh.
La pantera, animal fetiche de la maison.

La reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII con sus cinco collares de perlas y brillantes, y las pulseras que luego llevó Sofía.

Broche de clip “Pantera” (1949) hecho para Wallis Simpson, duquesa de Windsor.

Cartier se especializó en la realización de una colección de relojes de mecanismos secretos. En este caso utilizó Oro, platino, diamantes, lapislázuli y cristal de roca.