El vaciamiento de la palabra

por Arturo Lomello

Es indudable que nuestras características personales en parte son determinadas por el ámbito en que nacimos y en el que desarrollamos nuestra vida. No es lo mismo haber sido engendrado en África que en Asia o en América. Eso explica que, por ejemplo, sea fácilmente reconocido un japonés, un árabe o un europeo. Se trata de una respuesta del ser a las condiciones ambientales. Pero, no obstante, dentro de las características comunes que constituyen la raza lo más importante es la identidad misteriosa de cada persona.

Sin embargo, cuántos conflictos crean las diferencias raciales y también las individualidades. Las ideas para enfrentar esas cuestiones han fracasado siempre porque formularlas es una cuestión de expresión de deseo y se convierte en la convicción de que ya la hemos alcanzado: ¿cuántas veces hemos pronunciado la palabra paz? Millones de veces y estamos siempre en guerra ¿Qué es lo que impide convertirla en un hecho?

El problema se origina porque el salto de la palabra a la realidad concreta es un engañoso abismo en el que nos precipitamos sin advertirlo. Una recorrida por nuestra historia lo demuestra época tras época, las frustraciones reiteradas de la conversión del dicho al hecho. La Biblia nos muestra lo que le ocurrió a Moisés cuando dejó su pueblo por un tiempo y al volver encontró la adoración del becerro de oro. Y así pasó mucho más tarde con la Revolución Francesa o la soviética, en las cuales se multiplicaron los asesinatos en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, ironía suprema: primero se despoja de Dios a la revelación cristiana de Dios, y luego la libertad, igualdad y la fraternidad, meras palabras quedan vacías de realización.

Y actualmente nos hallamos en pleno vaciamiento porque continuamos convencidos de que la libertad humana puede por sí misma, por la fuerza de los conceptos, transformar nuestra realidad.

Mientras intervino en la historia el Dios vivo, mientras lo dejamos intervenir, estuvo presente la esperanza de una real transformación, pero seguimos insistiendo en la idolatría y la palabra que sustituye a los hechos.