Enfoques con sustento

El agro tiene quien piense en el ambiente

  • El segundo Congreso Tecnológico CREA, realizado esta semana en forma simultánea desde Mar del Plata, Rosario y Santiago del Estero, estuvo atravesado por los desafíos que imponen la biología y la sociedad a las técnicas modernas de producción. Autocrítica y defensa del sector sobre la sustentabilidad de sus prácticas.
El agro tiene quien piense en el ambiente
 
 

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“El mundo nos demanda más y mejores alimentos, fibras y energías. Es para nosotros una oportunidad y una obligación contribuir a satisfacer esa demanda. Para eso necesitamos dar un salto productivo. Producir más y mejor. Y las tecnologías serán, sin dudas, la clave para esto”.

Las palabras de Federico Bert, coordinador temático del Congreso Tecnológico CREA, pueden tomarse como el objetivo macro del sector agropecuario. De allí se desprenden los desafíos productivos, como es elevar la cantidad de alimento para un mundo cada vez más demandante, y los ambientales: lograr lo anterior sin atentar contra el recurso que lo hace posible.

Por eso buena parte de los enfoques que se escucharon en el reciente evento que la entidad realizó simultáneamente en Mar del Plata, Rosario y Santiago del Estero, bajo el lema “Tecnologías para un nuevo salto productivo”, se orientaron a comprender las razones de los problemas más inquietantes del sector, como la resistencia de malezas e insectos a las herramientas que el humano diseñó para combatirlos; y hasta el frente de batalla “ecologista” que se formó en los centros urbanos y logra imponer un discurso demonizador desde un desconocimiento absoluto de los procesos que ocurren en el campo.

Sin químicos, sobra gente

Víctor Sadras, líder del grupo de ecofisiología de cultivos del South Australian Research & Development Institute, sostuvo que un sistema de producción es sustentable cuando es rentable y satisface las expectativas sociales, ambientales y asegura la calidad sanitaria de la producción. Las cuatro condiciones están estrechamente relacionadas y el sistema es vulnerable cuando una o más fallan.

“La sociedad contemporánea, con una población global de más de 7000 millones de personas, está íntimamente ligada al modo de producción dependiente de agroquímicos, sobre todo herbicidas y fertilizantes. Una hipotética reversión completa a un modo de producción prescindente de agroquímicos reduciría la capacidad de carga del planeta a unos 3000 ó 4000 millones; esta proposición es claramente inaceptable. La tecnología es inevitable y en algunos aspectos direccional: sólo se puede ir hacia delante”.

Sadras recordó que la tecnología es inevitable como resultado de la curiosidad humana, de la ambición legítima de aspirar a vivir mejor y de la necesidad de modificar el ambiente para lograrlo. “Sin embargo -advirtió- tecnologías imperfectas solucionan un problema y ocasionalmente generan otros. A veces se da mayor peso a los problemas que son intrínsecos a una tecnología o resultan de su implementación deficiente: por ejemplo, el nitrógeno que termina en la napa freática en lugar de terminar en el grano de trigo”.

Sólo el progreso es sustentable

Una visión estática de la naturaleza generó el “principio precautorio” que reclama conocer las consecuencias de nuevas intervenciones agrícolas antes de implementarlas. Ante ese desafío se generaron en el sector productivo metodologías de “buenas prácticas” orientadas a una supuesta sustentabilidad.

“Pero es difícil definir cómo deberían ser esas prácticas a priori. Cambia el ambiente y lo que sabemos de él; cambian las tecnologías y las opciones, y la mejor práctica hoy puede ser mala mañana”, indicó Esteban G. Jobbágy, investigador del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis (Conicet-UNSL). Y agregó “la historia desde la revolución industrial hasta hoy ha mostrado repetidamente que lo único sustentable es el progreso. Aparecen nuevos problemas, generamos nuevas soluciones. Y esas soluciones traen nuevos problemas”.

En 2009 el Movimiento CREA puso en práctica el “Proyecto Ambiente”, que coordina Gabriel Vázquez Amabile. “Regular actividades agropecuarias sin conocer la dinámica de los sistemas en ambientes con características diversas puede dar lugar a errores. La discusión racional y con conocimiento contribuye a prevenir discusiones emocionales que pueden derivar en una dictadura de masas urbanas sobre las comunidades rurales y las cadenas de producción ligadas a las mismas”, advirtió el técnico.

Con varios trabajos realizados, desde el proyecto consideran un desafío explicar a una sociedad mayoritariamente urbana los logros en materia de control de la erosión o eficiencia del uso del agua. “Es difícil transmitir a alguien que no ha visto volar un campo, o lomas erosionadas y cárcavas con alambrados sepultados con barro, que hemos hecho grandes logros y que producimos 3 veces más por hectárea, que hace 40 años con las mismas lluvias y los mismos suelos”, indicó Vázquez Amabile.

Soluciones problemáticas

Emilio Satorre, profesor titular de la Cátedra de Cerealicultura en la Facultad de Agronomía de la UBA, investigador del Conicet y coordinador académico de la Unidad de Investigación y Desarrollo de Aacrea explicó que las tecnologías de protección de cultivos, sustentadas en el uso de insecticidas y herbicidas, y en transformaciones del germoplasma de los cultivos, contribuyeron a incrementar la producción. “Sin embargo, con estas tecnologías vinieron algunos problemas”, alertó, en referencia a la aparición de malezas resistentes a glifosato. “Actualmente hemos aumentado el número de aplicaciones de herbicidas en los cultivos de soja, con productos de mayor residualidad, con lo que hemos extendido el período de controles en el barbecho y el cultivo; estamos así nuevamente expandiendo una tecnología de impacto equivalente y construyendo el camino hacia un nuevo problema”, pronosticó el investigador.

“Sin dudas, hay algo que debemos cambiar. Tal vez sea el momento de evaluar el concepto de manejo integrado de plagas o malezas en la realidad; de darle al concepto una oportunidad en los hechos”, añadió.

Jorge González Montaner, coordinador agrícola de la zona CREA Mar y Sierras, reconoció: “evidentemente algo estamos haciendo mal. Hoy tenemos 16 biotipos resistentes y en el último lustro la pendiente se agravó con la aparición de varias malezas nuevas de difícil control”. Y también alertó sobre la incubación en los lotes de nuevos problemas: “no la vemos, pero si mantenemos un sistema determinado la resistencia va a aparecer. Al principio no le hacemos caso pero cuando se torna exponencial, no la podemos parar. Si mantenemos el sistema y no rotamos es inevitable que ocurra. A la larga, es una solución temporaria si no se integra”.

El técnico también se preguntó “¿Cómo puede ser que nos hayamos vuelto glifosato dependientes?” Y su respuesta giró en torno a “estas rotaciones cortas o la falta de rotación” que “están afectando nuestro patrimonio”. Desde su punto de vista, “decisiones de menos de 100 dólares (por hectárea) afectan a los miles de dólares que tenemos en la tierra. Hay que dar vuelta la ecuación y poner el insumo como herramienta estratégica”.

El investigador dijo que es esencial pactar y educar sobre acuerdos de arrendamientos que integren rotaciones de cultivos y de familias de productos químicos. También se debe exigir a las empresas de insumos marbetes más específicos sobre los impactos. Pero, sobre todo, concientizar al poder público y a la sociedad sobre la irracionalidad de las trabas comerciales que se aplican sobre los cereales y que impactan negativamente al momento de planificar una rotación.

No pelear, competir

El entomólogo Daniel Igarzábal, director del Laboratorio de Investigación, Desarrollo y Experimentación Regional (Córdoba), llamó a los presentes a tener otra mirada sobre la relación con las plagas. “Si declaramos una guerra contra los insectos, erramos la estrategia. Podemos pensar el tema de manera diferente: debemos competir contra los insectos, para lo cual es necesario entrenarse en lugar de armarse”.

El referente recordó que “la civilización humana lleva en el mundo unos 12.000 años, mientras que los insectos tienen 500 millones de años y, por lo tanto, tienen una experiencia bastante mayor que la nuestra”. Y explicó: “ambos queremos lo mismo: alimentarnos y reproducirnos. Podemos pensar que, si ambos deseamos lo mismo, los insectos son nuestros enemigos y tenemos que declararle la guerra con un arsenal de productos químicos. Pero los insectos tienen sus propios mecanismos de defensa contra ese arsenal a partir de una experiencia mucho mayor que la nuestra”.

También dijo que la mitad de los tratamientos contra insectos que se aplican en la Argentina no tienen respuesta económica porque se realizan de manera preventiva, en momentos inadecuados o con dosis incorrectas, entre otros factores. “Los tratamientos además no consideran el impacto que tienen en la fauna benéfica, que debería considerarse como un aliado”.

Y añadió: “tenemos que trabajar pensando en el bien común, en un marco en el que nos beneficiemos todos, trabajando en una agricultura que funcione con un aumento ordenado de la biodiversidad como mecanismo de defensa natural contra las plagas”.

En Argentina, por ejemplo, solo el 2% de la superficie de maíz hace refugios para prevenir la resistencia de plagas resistentes a los materiales genéticamente modificados, mientras que en Uruguay esta cifra es del 99,8%.“Si usáramos la tecnología disponible como debe usarse, sólo con eso ya estaríamos dando un gran paso hacia la sustentabilidad”, aseguró.

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"La discusión racional y con conocimiento contribuye a prevenir discusiones emocionales que pueden derivar en una dictadura de masas urbanas sobre las comunidades rurales y las cadenas de producción ligadas a las mismas"

Gabriel Vázquez Amabile

Coordinador “Proyecto Ambiente” CREA

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"Una hipotética reversión completa a un modo de producción prescindente de agroquímicos reduciría la capacidad de carga del planeta a unos 3000 ó 4000 millones de personas; esta proposición es claramente inaceptable"

Víctor Sadras

South Australian Research & Development Institute

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"La historia desde la revolución industrial hasta hoy ha mostrado repetidamente que lo único sustentable es el progreso. Aparecen nuevos problemas, generamos nuevas soluciones. Y esas soluciones traen nuevos problemas"

Esteban G. Jobbágy

Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis

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"¿Cómo puede ser que nos hayamos vuelto glifosato dependientes? Decisiones de menos de 100 dólares/ha afectan a los miles de dólares que tenemos en la tierra. Hay que dar vuelta la ecuación y poner el insumo como herramienta estratégica"

Jorge González Montaner

Coordinador agrícola de la zona CREA Mar y Sierras

Monitoreo y evaluación junto a las empresas

“Si nos dejáramos llevar exclusivamente por la exposición pública de los temas ambientales, posiblemente creeríamos que la situación de Argentina en materia ambiental está seriamente comprometida. Sin embargo, y más allá de muchos problemas concretos y serios, la Argentina es un país donde la expresión ambiental en gran parte de su vasto territorio está saludablemente resguardada”.

La frase no la dijo ningún dirigente ruralista, sino Alejandro D. Brown, presidente de la Fundación ProYungas, quien además agregó que ese resguardo está sustentado al disponer de un enorme enorme territorio habitado por una población poco numerosa y concentrada en espacios urbanos, una temprana inquietud por resguardar muestras representativas de ambientes destacados y la implementación de desarrollos productivos que, en muchas regiones, combinan la utilización intensiva de los recursos naturales con espacios contiguos de protección de la naturaleza.

“Esa producción debe darse, por supuesto, en el marco de una planificación de los territorios provinciales y de las unidades productivas. Para eso es necesario implementar esquemas de monitoreo o evaluación ambiental que aseguren que el vínculo es armónico y se mantiene en el tiempo. Eso es lo que realizamos desde ProYungas con empresas que tienen la enorme responsabilidad de producir y a su vez proteger grandes espacios de alta valoración ambiental como las Yungas o selvas de montaña, el Chaco y la Selva Misionera”, explicó Brown.