Dos notas

Los Hermanos Marx

“El teatro y su doble”, de Antonin Artaud, que El Cuenco de Plata acaba de reeditar en la traducción de Silvio Mattoni, incluye textos claves en la concepción del teatro contemporáneo, entre ellos los dos manifiestos sobre “El teatro de la crueldad”. Incluye también en un apartado, este escrito publicado en 1932, en el que Artaud detecta la originalidad (todavía hoy vigente) de los Hermanos Marx.

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Por Antonin Artaud

El primer filme de los Hermanos Marx que pudimos ver aquí, Animal crackers, me pareció y fue considerado por todo el mundo como algo extraordinario, como la liberación en la pantalla de una magia particular que las relaciones habituales de palabras e imágenes no revelan habitualmente, y sí existe un estado definido, un grado poético distinto de la mente, que pueda llamarse surrealismo, Animal crackers lo encarna plenamente.

Es difícil decir en qué consiste esa suerte de magia; en todo caso es algo quizás no específicamente cinematográfico, pero no pertenece tampoco al teatro y sólo algunos poemas surrealistas logrados, si los hubiera, podrían dar idea de ello. La cualidad poética de un filme como Animal crackers podría corresponder a la definición del humor, si este término no hubiese perdido hace tiempo su sentido de liberación total, de desgarramiento de toda realidad en la mente.

Para entender la originalidad poderosa, total, definitiva, absoluta (no exagero, trato simplemente de definir, y después de todo qué importa si exagero) de un filme como Animal crackers, y por momentos (al menos en la parte final), Monkey business, habría que añadir al humor la noción de algo inquietante y trágico, de una fatalidad (ni feliz ni desdichada pero difícil de formular) que se deslizaría a sus espaldas, como la revelación de una enfermedad atroz sobre un perfil de una belleza absoluta.

En Monkey business reencontramos a los Hermanos Marx, cada uno con su tipología, seguros de sí mismos y bien dispuestos, como podemos intuir, a luchar contra las circunstancias, pero donde en Animal crackers cada personaje perdía desde el comienzo la compostura. En este caso durante las primeras tres cuartas partes del filme asistimos a correrías de clowns que se divierten y se hacen bromas, algunas muy buenas, y recién al final las cosas se complican, los objetos, los animales, los sonidos, el amo y sus criados, el anfitrión y sus invitados, todo se exaspera, enloquece y se rebela ante los comentarios a la vez extasiados y lúcidos de uno de los Hermanos Marx, inspirado por el estado anímico que ha logrado finalmente desatar; y del que parece ser el comentarista estupefacto y fugaz. No existe nada a la vez tan alucinante y terrible como esa especie de cacería del hombre, esa batalla entre rivales, esa persecución en las tinieblas de un establo en una granja poblada de telarañas, mientras hombres, mujeres y animales se encuentran y se separan en medio de un amontonamiento de objetos heteróclitos cuyo movimiento y cuyo ruido servirán cada uno a su turno.

Si en Animal crackers una mujer se desploma de pronto patas arriba sobre un diván, y muestra por un instante todo lo que hubiéramos querido ver; si un hombre se arroja bruscamente sobre una mujer en un salón, da algunos pasos de baile con ella y luego la azota al compás del ritmo, se produce allí el ejercicio de una especie de libertad intelectual donde el inconsciente de cada uno de los personajes, oprimidos por las convenciones, toma venganza, vengándose al mismo tiempo de nuestro inconsciente; pero si en Monkey business un hombre acorralado se abalanza sobre una hermosa mujer y baila con ella, poéticamente, en una suerte de búsqueda del encanto y la gracia, en ese caso la reivindicación espiritual parece doble, y muestra todo lo poético y quizá revolucionario que hay en las bromas de los Hermanos Marx.

Pero el hecho de que la música con la que baila la pareja del hombre acosado y la hermosa mujer sea nostálgica y de evasión, una música de liberación, indica el costado peligroso de esas bromas, ya que el ejercicio del espíritu poético siempre tiende a una especie de anarquía efervescente, a una disgregación completa de lo real por la poesía.

Si los norteamericanos, a cuya mentalidad pertenecen estos filmes, sólo quieren considerarlos de manera humorística, y en materia de humor se atienen a los márgenes fáciles y cómicos del término, peor para ellos, pero eso no nos impedirá considerar el final de Monkey business como un himno a la anarquía y la revuelta total; ese final que ubica el mugido de un ternero en el mismo plano intelectual, atribuyéndole el mismo dolor lúcido que el grito de una mujer atemorizada, ese final donde en las tinieblas de un granero mugriento dos criados secuestradores acarician los hombros desnudos de la hija del amo y tratan de igual a igual con el amo desamparado, en medio de la ebriedad también intelectual de las piruetas de los Hermanos Marx. Y el triunfo más completo está en esa especie de exaltación a la vez visual y sonora que los acontecimientos adquieren en las tinieblas, en el nivel de vibraciones que alcanza y en la inquietud poderosa que su reunión termina proyectando en la mente.

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