Crónica política

Una oposición comprometida con el futuro

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Rogelio Alaniz

“El futuro para los débiles es lo inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido; para los valientes, es la oportunidad”. Víctor Hugo

Debatir acerca de la calidad de la oposición es hoy el tema principal de la política. El futuro de la Nación depende de la resolución correcta de este dilema. Toda oposición que merezca ese nombre es siempre portadora de futuro. Del futuro sabemos que es impredecible, pero también sabemos que es posible prevenirlo. Una oposición política debe proponerse ese objetivo.

Es tarea de políticos, pero en primer lugar es tarea de todos. Alterando en detalles un reconocido aforismo, muy bien podría decirse que la constitución de una oposición política a la altura de los tiempos que corren, es un tema demasiado importante para dejarlo en manos exclusivas de los políticos profesionales. Siempre debió ser así. Haberlo olvidado es una de nuestras faltas.

Por lo pronto, sabemos que este gobierno se va. Si a la Señora el destino no le tiende una celada, todo hace suponer que en diciembre del año que viene regresa al llano.

No es lo que quería hacer, pero atendiendo a las circunstancias no es el peor de los destinos. Sólo en la tradición populista criolla se considera un fracaso entregar el poder a otro candidato electo.

El kirchnerismo se va, pero no sabemos qué es lo que viene en su reemplazo, salvo la certeza de que la política por definición rechaza el vacío. Para las elecciones de octubre de 2015 no falta mucho tiempo, pero nunca está de más advertir que el tiempo cronológico no siempre coincide con el tiempo político. En este caso el año político que se avizora promete desplegarse con exasperante lentitud. Esto quiere decir que las semanas y los meses que se avecinan pueden estar cargados de sonidos y de furias, de infortunios y esperanzas, de turbulencias y agobios.

Por lo pronto, no deberíamos sorprendernos que estemos insatisfechos con la actual oposición política. Lo sorprendente sería lo contrario. La Argentina no está pasando por su mejor momento, y en ese contexto su sistema político es previsiblemente deplorable. El populismo practicado a cielo abierto y sin anestesia suele ser el responsable de este tipo de escenarios ruinosos, con partidos políticos fracturados y dirigentes incapaces de mirar más allá de sus propias sombras.

Tal como se presentan los acontecimientos, todo permite suponer que el nuevo gobierno dispondrá de un reducido margen de maniobra. En cualquier caso, lo aconsejable es asumir que no habrá milagros a la vuelta de la esquina y que para la Nación vale la misma exigencia que para los hombres: no hay logros trascendentes sin esfuerzos. Hacerse cargo de este imperativo del realismo sería un excelente aprendizaje cívico. Como dijera en su momento Bartolomé Mitre: “Debemos tomar a la República Argentina tal cual la han hecho Dios y los hombres, hasta que los hombres con la ayuda de Dios la vayan mejorando”. Prudencia y realismo. Prudencia y realismo, sin negarle su oportunidad a la esperanza.

Una oposición decidida a ser protagonista de la historia debe saber que un ciclo histórico está llegando a su fin. Ser los portadores del cambio debería ser el imperativo y el deseo de los dirigentes. A la Argentina se le presenta la oportunidad de cambiar, pero el cambio debe desenvolverse en el campo estrecho de lo posible. Interrogarnos sobre esa posibilidad significa exigirnos respuestas precisas. ¿Dónde encontrarlas? En el presente, el escenario práctico de la política; en todas las señales e indicios que la sociedad ha ido trazando en los últimos años.

Los argentinos necesitamos de dirigentes que sepan movilizar en la sociedad sus iniciativas y sentimientos más nobles. No hay renovación democrática sin políticos capaces de hacer conscientes aspiraciones a veces confusas, a veces inconscientes, pero no por ello menos reales. ¿Cómo asegurar el orden en un mundo signado por el cambio? La piel de la civilización es muy delicada para someterla a riesgos o saltos al vacío ¿Cómo cambiar respetando continuidades y tradiciones que merezcan ese reconocimiento? No hay otra respuesta que no se exprese a través del hábito civilizado y paciente del acuerdo y el entendimiento. A la crispación deliberada le deberá suceder la dialéctica del compromiso; a los antagonismos irreductibles, la convocatoria a sugestivas empresas nacionales; al decisionismo autoritario, la deliberación pública en el marco de instituciones republicanas.

Para ello hacen falta dirigentes capaces de comprender las tendencias históricas latentes; dirigentes cuya meta sea la grandeza de la Nación y no la de su ego o su cuenta corriente. Necesitamos de políticos que sepan qué hacer en cada momento y que lo sepan transmitir con palabras claras y sencillas. Hacen falta líderes que no se valgan de su influencia sobre las multitudes para manipularlas; líderes capaces de movilizar pasiones, pero también de controlarlas; líderes decididos a hacer de la política una aventura honorable.

Hablo de liderazgos democráticos, no de despotismos mesiánicos; hablo de dirigentes capaces de dirigir una república democrática, no una republiqueta bananera; hablo de líderes que se piensen como estadistas, no de dioses o hechiceros; líderes con la grandeza necesaria para volverse a su casa al cumplir el mandato sin sentirse por eso fracasados o derrotados, líderes preocupados por enseñarle al pueblo que no son insustituibles.

Habitualmente, cuando se trata de dar un consejo a los dirigentes, se cita una frase atribuida al comité de campaña de Clinton: “Es la economía estúpido”. A la consigna la he leído y escuchado hasta el cansancio. No sé si el consejo permitió revelarle a Clinton algo que no podía descifrar. Sí, creo que en la Argentina, además de una obviedad -es imposible hacer política ignorando los imperativos de la economía- confunde el orden de las prioridades, ya que en las actuales condiciones nacionales el requisito para modificar la base económica o establecer otros modelos de acumulación, exige colocar en un primer plano las exigencias de la política.

“Es la política estúpido”, debería ser la consigna, porque sólo desde la política, es decir, desde las relaciones de poder es posible recuperar la república y las instituciones del Estado. O la Argentina se transforma desde la política o su destino será el de continuar en el plano inclinado de la degradación. Para ello hace falta construir acuerdos, forjar alianzas, establecer nuevas reglas del juego, tareas que sólo se pueden cumplir desde la política.

Si para octubre de 2015 somos capaces de empezar a resolver algunos de estos problemas políticos básicos, las posibilidades que se abren hacia el futuro son estimulantes. No me consta que la Argentina esté condenada al éxito, pero si sé que para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, nos merecemos un destino mejor, porque contamos con los recursos y las herramientas.

Se trata de hacer realidad aquello por lo que los argentinos venimos reclamando desde hace tantos años: un Estado con instituciones que funcionen y una economía que de una vez por todas valorice nuestras ventajas naturales y comparativas valiéndose de los beneficios probados de la libertad. Un gobierno que merezca ese nombre, será aquél que sepa qué hacer históricamente con el Estado, qué hacer con las masas y qué hacer con el capitalismo.

¿Cómo promover transformaciones culturales y políticas desde un gobierno constituido bajo el signo de la moderación? ¿cómo ejercer la autoridad en tiempos de diálogo y consenso? Son algunos de los grandes dilemas a resolver. Las dificultades que se presentan para cumplir con estas metas son las realizaciones que debemos proponernos hacer efectivas.

“Si ves el futuro decile que no venga”, dicen que dijo un Castelli vencido por la enfermedad y el desencanto. Nosotros tenemos el derecho de mantener otra relación con el futuro: queremos que el futuro llegue y queremos dirigentes con sed de futuro. ¿Se entiende ahora por qué debatir acerca de la calidad de la oposición es la principal exigencia de la política?

Necesitamos un Estado con instituciones que funcionen y una economía que valorice nuestras ventajas comparativas valiéndose de los beneficios probados de la libertad.