Histeria santafesina

La máquina del tiempo

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De la serie “Máquinas, telón para una compañía de ballet” de Ferdinard Léger.

Foto: archivo.

 

Martín Duarte (*)

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Afuera son las cinco de otro lunes turbulento, en Tokio Norte es otro día de un reloj de otra época. Nedor es el historiador sin universidad que más conoce de Santa Fe. Tiene ojos que vieron demasiado y se quieren jubilar. Ostenta una memoria prodigiosa que yo me empeño en escuchar y agendar. Erudito cantor de tangos como pocos que hoy tararea con nariz congestionada:

—Martín, ¿sabía usted que en la esquina de Balcarce y Mitre funciona la máquina del tiempo? ¡Todavía está ahí! Un científico alemán que se escapó de la Segunda Guerra Mundial la creó. Este hombre trabajaba para el nazismo buscando la manera de viajar por el tiempo para modificar los hechos del pasado y del futuro según el capricho de Hitler.

—¿Cómo llegó a la Argentina, a la ciudad de Santa Fe?

—Algunos dicen que este sabio nazi huyó con los planos de la máquina del tiempo cuando fue derrotada Alemania por los Aliados. Se refugió clandestinamente en nuestro país con la esperanza de que las fuerzas de Hitler se rearmaran tarde o temprano, a la espera de una Tercera Guerra Mundial que nunca llegó. Este alemán vivió muchos años en barrio Candioti Sur y trabajó para la cervecería Santa Fe. Se comenta que tuvo injerencia en la receta tradicional de la cerveza santafesina, le dio un toque que la volvió la delicia que hasta hoy disfrutamos. Para la gente del barrio Candioti Sur era un viejo loco.

—¿Por qué?

—Por citar, corría la década del 60 y este científico contaba sin tapujos -en un español raspado por toques de fonética aria- que todas las tardes tomaba el té y compartía largas charlas llenas de historias con los hermanos Grimm, exponentes de la literatura germana del siglo XIX. Además, decía que usaba un tapado que le había regalado el músico teutón Johann Sebastian Bach. Otro caso llamativo tuvo lugar -según datos que he podido recabar- en una casa de empeños donde este curioso individuo se presentó con un copón que aseguró era el Santo Grial y que lo quería hipotecar por una millonaria fortuna. Sin ir más lejos, mi incrédulo Martín, en la terminal de trenes Belgrano -escuché con mis propios oídos- una conversación en la que un cartero chismoso confesó -entre risas- que ese mismo lunes por la mañana había ido a dejarle una carta a ese alemán mal llevado y que lo había atendido -en camisón- una mujer muy parecida... a Marilyn Monroe... mujer bellísima que -por cierto- le respondió en un perfecto inglés. El científico desapareció en la década del setenta. La máquina todavía está ahí. La probé la semana pasada. Después de mucho estudiar los planos que había dejado garabateados este inteligente alemán. Después de muchos intentos -¡por fin!- logré hacer algunos viajes. Hay cosas del pasado, Martín, que no pueden modificarse, por más que uno lo intente con planificación, pruebas y tesón... contra la voluntad humana no se puede. Estuve en Colombia, concretamente en el aeropuerto de Medellín. Viajé con la máquina hasta 24 de junio de 1935. Traté de frenar a Gardel para que no suba al avión que lo conduciría a una muerte segura. Traté- incluso- de convencer al mismísimo Alfredo Le Pera de que no suba a esa aeronave, pero no hubo caso. ¡Mire que le llevé el recorte del diario La Nación del día siguiente! Le Pera y Gardel compusieron su última obra en dupla musical con un acorde de risa estruendosa. Pensaron que era una farsa, una tomada de pelo, una broma de mal gusto. Me autografiaron el artículo. Fui testigo de la tragedia y comprendí -con resignación- que estos hombres estaban destinados a convertirse en leyendas.

—¡Es una buena historia para un relato de ciencia ficción! -aunque no lo quiero, mi confesión suena como una tomada de pelo. Nedor no repara en mi comentario.

—Con la voluntad y con el corazón del hombre no se puede. No sirve, Martín, ni siquiera la dichosa máquina del tiempo. Porque en uno de esos viajes temporales volví al lugar, fecha y hora exacta donde conocí a la mujer que me encandiló y me rompió el corazón en mil pedazos... volví a ese momento de mi pasado para modificarlo, para advertirme y no cometer locuras, para ponerme a salvo. Pero, créame, fue sólo verla sonreír una noche de baile de carnaval y no pude resistirme; reviví esa pasión que me encadenó a sus ojos marrones fogosos. No pude retocar esa parte de mi pasado. En realidad, dejé las cosas como estaban, no quise cambiarlo.

(*) Profesor en Letras egresado de la UNL, escritor y conductor de radio en la FMX 103.5 de la UNL.