al margen de la crónica

Música salvadora

Wuilly Arteaga tiene 20 años y desde enero pasado es uno de los violinistas de la Sinfónica Juvenil de Caracas. Toca sonriendo y sin ver las partituras porque se las sabe de memoria. Desde que descubrió que la música clásica existía, hace cuatro años, supo su destino y dejó atrás la pobreza.

Acaba de terminar su primera gira internacional con la agrupación musical que le llevó a siete ciudades europeas y ahora sabe “que el mundo existe”.

Es de Valencia, una ciudad del centro de Venezuela. Allí nació en el seno de una familia cristiana y tan religiosa como para retirar de la escuela a sus tres hijos, incluyéndole a él, porque su padre aseguraba que “el mundo se iba a acabar” muy pronto.

“Yo recuerdo que yo lloré mucho ese día porque me estaban apartando de mis compañeros de clase, de lo que un niño de 9 años necesita. Fue algo doloroso en mi niñez”, cuenta.

No iba a la escuela, no podía ver televisión o tener computadora. Por eso se alegró cuando su padre decidió que vivirían en una iglesia de la que serían conserjes pues allí al menos se podía oír música “cristiana” que era la única que hasta entonces conocía.

Un día, llegó a sus oídos la obra de Tchaikovsky y se enamoró de la música sinfónica. Allí supo que quería ser violinista y con mucho esfuerzo se compró su primer violín.

Wuilly llegó al Sistema de Orquestas para aprender a tocar el violín. Dos años después se presentó a una audición de la Juvenil de Caracas.

“Mi audición fue horrible, estaba mal porque no había estudiado, tenía muchos problemas en mi casa”, narra.

De todas formas decidió irse a Caracas a “ser alguien”. Y gracias a su perseverancia, pudo ingresar a la Juvenil de Caracas.

De gira por Europa, hoy Wuilly dice: “Yo soy una persona que no llora, pero ahí me pasó, es una experiencia inexplicable. Uno se va dando cuenta de que tiene un planeta inmensamente grande y que tienes un mundo por conocer”.