Dios decidió “atender” en una ventanita del FONAVI...

RELATOS SABALAJES

Como aquél pedacito de canción que escribió Fito Paez: “... Tanta sangre que se llevó el rio, yo vengo a ofrecer mi corazón...”.

RELATOS SABALAJES

Entraron miles a la cancha, llevaron en andas a los jugadores, festejaron muchísimo, hicieron la clásica trepada al travesaño y se fueron felices. Volvieron a ser de Primera.

Foto: Manuel Fabatía

 

Darío Pignata

El caluroso domingo 8 de enero de 1995, con apenas un puñado de años en esta profesión, llegaba a LT 9 para buscar el auto de la radio y junto a Nacho Pettinari transmitir un amistoso de Colón ante Patronato. “Llamaron diciendo que murió Carlos Monzón en un accidente con su auto volviendo de la zona de la costa”, nos dijo la telefonista. Se sabe, es más fácil que el dólar baje que encontrar a alguien en enero en Santa Fe. Lo que vino después fue, lamentablemente, la peor primicia de este laburo. Cuando uno recibe esas “cuasi-noticias” que debe convertir en noticias al aire es como que queda “curtido” para todo el viaje. Entonces, cuando pasa éso, lo que venga después parece gratis. Fanático del “Negro” hasta la sangre, el mayor deportista de Santa Fe, el “Negro” Monzón, decía adiós.

El lunes 18 de noviembre del año pasado sentía una sensación similar a caminar por el aire. Ya era noche en Barcelona, veníamos de hacer locuras: la magia de Londres primero, Gales con Los Pumas después, Liverpool para conocer la famosa “The Cavern” donde tocaban Los Beatles y Manchester para conocer Old Trafford. Todo en un puñado de horas. Yo tenía la sensación que estando una semana en Barcelona lo imposible sería posible para mí y para El Litoral: estar mano a mano con el mejor jugador del mundo, Lionel Messi. Hasta que abrí la casilla de correo y el Vaticano me confirmaba que en cuatro días —el viernes 22, a las 6 de la mañana en Santa Marta— estaría en una misa privada con el Papa Francisco.

Entiendo que alguna vez debo volver a Barcelona, porque sólo la conocí con lluvia. Ese lunes, la lluvia era más lluvia. Acá las cinco de la tarde, allá las nueve de la noche. Como Carlos Fertonani y Alberto Malqui son fanáticos sabaleros, me conecto con Mauro Móbili que estaba en los estudios centrales de LT 10: “Mandá saludos que vamos a seguir el partido por la compu. También está Santiago Amézaga, pero es de Unión”, le escribo bromeando. Pensé que la respuesta del chat también era una broma: “Dari, Colón no se presenta a jugar con Rafaela”. Le pregunté si me estaba “jodiendo”. Sentía lo mismo que ese 8 de enero de 1995 cuando murió Monzón: me parecía algo imposible.

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La alegría indescriptible de Lucas Alario y “Fatura” Broun, que apenas se quedaron con los calzoncillos cuando la gente invadió la cancha.

Foto: Manuel Fabatía

A la distancia, sentí la sensación de la nada misma. Pensaba en mi viejo, mi hermano, mi suegro, mis sobrinos. Todos de Colón. Esa noche, en la cena en Barceloneta mientras llegaba la renuncia de Lerche, la palabra más repetida era “increíble”.

El sábado 26 de junio de 1993 debo haber llegado al Chateau Carreras cerca del mediodía, habíamos dormido en Carlos Paz la noche anterior junto a Enrique Cruz (h) y Julio Vici, amigo, compadre y enfermo sabalero. En el ahora llamado Mario Alberto Kempes nos encontramos con el “Gordo” Ale Villar, los fotógrafos habían llegado directamente desde Santa Fe y en otro auto. Lo que viví ese día en Córdoba sólo se podrá dar el día que Colón salga campeón en Primera División. Sigo diciendo lo mismo: qué importa si fueron 20.000 o 25.000 si nunca un equipo del interior movilizó tanta gente en toda la historia.

Recuerdo la vuelta a Santa Fe, levantaron los peajes. “Gente muda que no tiene corazón”, cantaban Los Cadillacs. Todos en silencio, con el corazón destrozado. Un café para despertar y rápido al diario. Veo la foto, imponente. Está todo: la cancha, los miles y miles de hinchas, el reloj del Autotrol del Mundial ‘78 marcando la hora. “Nadie dejará de ser hincha de Colón” le pongo al título de mi nota de domingo. Al otro día sentí que lo había leído todo el mundo por la repercusión. No es la nota, es Colón.

El sábado 24 de mayo de este año me quedé solo en mi casa frente al televisor. Solo o acompañado da lo mismo cuando uno no está en la cancha, porque son tus ojos pero no son tus ojos. Yo había dejado de ir a la cancha un año antes del descenso. Otra vez, como con lo de Monzón, con lo de la no presentación ante Rafaela y con la movilización del Chateau, una sola palabra definía todo: “Increíble”. Colón, después de 19 años seguidos en la máxima categoría, perdía la categoría y Santa Fe se quedaba sin su plaza en Primera División.

No tengo dudas que fue uno de los días más tristes. Cuando el juez pitó el final, cientos de miles de sabaleros pensaron en esta bendita ciudad de Garay que estaban conociendo la nada misma, el vacío total. Pido permiso para usar, respetuosamente, una figura: era como darle la mano o verle la cara a la muerte.

Así llegamos a este domingo 7 de diciembre de 2014 con una infartante definición en el Grupo de la Muerte. Hace un mes, antes de arrancar el turno de Fútbol “5” en el Ateneo, le dije al profe César Miño: “En la zona de Colón no van a alcanzar los 30 puntos, imagino un desempate por el quinto puesto”. ¡Era hora que pegara una!, pienso hoy. Eso sí, no imaginaba que llegarían tres equipos a esa línea.

RELATOS SABALAJES

El espectáculo en las tribunas fue indescriptible. No se veía tanta gente desde aquel recordado partido entre la selección, con Messi, ante Uruguay.

Foto: Facundo Maggiolo

Lo de ayer fue otra página de ésas que sólo escribe Colón. Como pasó con Chicago cuando se inauguró o con Olimpo en Primera, la cancha quedó chica para tanta pasión sabalera en esta ciudad de Garay. No tengo dudas que había más de 40.000 almas en esas tribunas. Los fantasmas marcaban que “a este equipo le va mal jugando con lluvia”, sin embargo la lluvia terminó siendo una bendición por ese resbalón que terminó en penal. Antes, el partido estuvo “ahí” de la suspensión por el proyectil a Ríos, algo que quedó claro con la palabra de Delfino a la TV en el parate (para colmo de males, si a un jugador de Boca Unidos no debía pasarle nada era justamente a Ríos porque cuando la historia era tablas definió en todas como si el “Poroto” Saldaño, el “Pampa” Gambier , el “Loco” González o el “Gordo” Castillo estuvieran obligados a hacerle un gol a Colón).

Es imposible no nombrar a David Ramírez, porque hizo magia en serio y no por sus goles. Cuando el ex Vélez y Godoy Cruz entró, Colón dejó de sufrir. Los volantes dejaron de correr y empezaron a tocar la pelotita.

Cuando Colón se puso 2-0 y la adición marcaba 15 minutos (13 del parate y 2 de adición), todos nos preguntábamos: ¿cuándo llega el descuento de Boca Unidos?. Porque ganar algo fácil en la vida no es parte de la historia de Colón. Sin embargo, esta vez, Dios decidió atender en una ventanita del Fonavi. Así llegó el tercero y el final.

El cielo en la ciudad de Garay seguía abierto. No importaba, esta vez, mojarse como nunca. “Calavera no chilla”, diría mi vieja. El agua, esta vez, era bendita. Bajaba del cielo para dar alegría a un pueblo que hace once años la sufrió, porque entre la locura del Salado y lo que caía de arriba la cancha quedó tapada hasta los arcos en la peor inundación de la historia. Esa vez, Colón, su barrio y su cancha hicieron de Dique en Santa Fe. ¡Cómo olvidarlo!.

Pienso en ese pedacito de la canción que escribió Fito: “Tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón”. La misma agua, once años después. Antes maldita, ahora bendita. Que llueva, que llueva, Colón está en Primera. La vida siempre da revancha, “Negro”. El fútbol, gracias a Dios que ayer fue sabalero, también.

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La gente y una bandera que simboliza la emoción del rápido retorno al lugar que nunca se debió dejar. Foto: Manuel Fabatía