Los ascensos anteriores: 1965 y 1995

Dos gritos que trajeron luz luego de la oscuridad

Llegaron separados por 30 años de diferencia pero con muchas similitudes. El del 65 fue una patriada de Italo Giménez después de jugar en la C. El del 95, el final de tantas luchas sin final feliz, que llegó de la mano de José Vignatti.

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José Vignatti festeja en el vestuario la tarde del ascenso de 1995. Foto: Archivo El Litoral

 

Enrique Cruz (h)

Hubo algunas similitudes, empezando por la nacionalidad de los técnicos. “Pepe” Etchegoyen era uruguayo, al igual que Nelson Chabay. En 1965, Colón venía de tiempos sombríos, de muchas angustias y pesar deportivo. Después de haber estado muy cerca de ascender en 1954, el club entró en una debacle que terminó con el descenso a la C. En esos tiempos emergió la figura de un gran dirigente como Italo Giménez, distinto en esencia a José Vignatti, pero ambos tuvieron esa garra y decisión para cambiar la historia. Vignatti también lo rescató del fondo, aprendió de un primer traspié con la final perdida en Córdoba y consumó el retorno a Primera un par de años después de haber asumido.

En 1964, Colón volvió a la B y a Italo se le ocurrió la “brillante” idea de traer al Santos de Pelé. Y Colón le ganó. Ese partido no sólo sirvió para que el recordado “Gallego” Gutiérrez imponga el mote de Cementerio de los Elefantes al estadio, sino que le dio ánimo a Italo —un “transgresor” futbolero— para tirarse al ascenso en el año siguiente.

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El equipo que ascendió en 1965.

Foto: Archivo El Litoral

José Néstor Vignatti era un desconocido en Colón, pero había un movimiento por entonces, denominado “Fondo Rojinegro”, que tenía en el inolvidable José García a su principal impulsor. Colón venía a los tumbos, en lo económico y lo deportivo. Joaquín Peirotén (un hombre al que la historia de Colón debe recordarlo por siempre como uno de los dirigentes más generosos que tuvo la institución), César Ezcurra y Osvaldo Busaniche no habían tenido éxito en tantos intentos. Vignatti llegó con dinero —algo que por ese entonces faltaba y mucho en Colón— y a punto estuvo de lograr el objetivo en muy pocos meses de gobierno. Es que recibió un equipo armado por Hugo García y tras el accidente que le costó la vida, contrató a Jorge Ginarte y llegó a aquella recordada final con Banfield en Córdoba.

Fueron distintos momentos, pero ambos —Giménez y Vignatti— recibieron el club en situaciones angustiantes. Italó se jugó la patriada deportiva; Vignatti no sólo cortó la sucesión interminable de fracasos en la B, sino que decidió iniciar un proceso de ampliación y remodelación de un estadio que se había quedado detenido en el tiempo.

Volvamos al ascenso de 1965. El recuerdo más “fresco” es el del inolvidable 18 de diciembre, porque ese día se coronó campeón. Pero el festejo había llegado cuatro días antes, cuando venció a Deportivo Español por 1 a 0 en cancha de Atlanta con el gol del Mono Obberti. El plantel concentró en Rosario, viajaron a la mañana de ese domingo y llegaron al mediodía a la quinta de Romero y Pignalberi, ubicada en Sauce Viejo. Allí, almorzaron un churrasco con ensalada, jugo de pomelo y gaseosas. De allí a descansar un rato la siesta y a partir hacia el estadio que estaba a punto de explotar, para jugar el partido ante Nueva Chicago, que le dio el campeonato.

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Italo Giménez rodeado de pares de directiva y simpatizantes, entre ellos el popular Trapito. Foto: Archivo El Litoral

Faltando diez fechas para el final del torneo, Colón estaba tercero, detrás de Quilmes y All Boys, y en la misma línea de Los Andes. La última derrota había sido a trece fechas del final, cuando Tigre le ganó en Victoria por 2 a 1. Pero las verdaderas chances aparecieron a cuatro fechas, cuando Colón igualaba la línea de Quilmes y Los Andes.

Llegó la victoria ante Central Córdoba, en Rosario, por 3 a 1, luego ante Defensores de Belgrano, en el Centenario, también por ese marcador. Y el martes 14 de diciembre se produjo el ascenso a Primera, cuando los sabaleros derrotaron a Deportivo Español por 1 a 0 con gol de Obberti en la cancha de Atlanta.

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Los hinchas sabaleros festejan la primera gran conquista. Foto: Archivo El Litoral

El partido de la última fecha era ante Nueva Chicago. Ese día, el 18 de diciembre de 1965, Colón venció por 2 a 1 con goles de Orlando Medina y Obberti, consiguiendo ese día el título de campeón.

Colón alistó a Tremonti; Sanitá y Néstor Cardozo; Raúl Cardozo, García y Dumas Rodríguez; Orlando Medina, el ‘Pulga‘ Ríos, Canevari, Obberti y Orlando Medina. En ese último partido, disputado en un Centenario que estaba repleto de gente, no pudo estar presente Gisleno Medina por una lesión que lo obligó a verlo desde afuera. Era uno de los baluartes de ese equipo, que se fue armando con el torneo empezado de la mano sabia de Etchegoyen.

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Orlando Medina, jugador en 1965 y un hombre que en varias ocasiones estuvo “apagando incendios” como entrenador. Foto: Archivo El Litoral

Así, Colón aventajó a Quilmes por 3 puntos, seguido por Los Andes y Deportivo Morón. El único jugador con asistencia perfecta fue Jorge Omar Sanitá, el gran capitán, que jugó los 44 partidos del año, en un hecho inédito para éstos y todos los tiempos. El goleador del equipo fue Alejo Medina, que hizo 21 tantos, seguido por Obberti con 13 y Orlando Medina con 11.

“El plantel era numeroso, había jerarquía, y una vez conseguido el ascenso teníamos que mantener la categoría. Por eso, hubo gente que desde afuera siempre nos dio una mano. Surgen en mi memoria los amigos del Viejo Mercado de Abasto, Horacio Llabrés, Celso Vicentín, Alberto Marino, Pío Paniza y otros que escapan a mi memoria. Y había verdaderos leones al lado de Italo, como Nahum Kessler, Bobbio, Cohen, Pinelo, Balestieri, Pepe Benseñor, Jorge Grass, Villar, el gerente Vallejos. No puedo olvidarme de Carlos Moretti, de Fernández Rudy... Y otros personajes, como Jaime el canchero, el intendente del club, Roque Otrino, que estaba en todas partes, la esposa del canchero, que era la que lavaba los pantalones y medias de los jugadores, el cobrador, Salvador Assenza, que muchas veces fiaba los recibos para que los socios pudieran entrar a la cancha”, recuerda con mucho emoción un queridísimo amigo como Pablo Gigliotti, tesorero de Italo en esos tiempos de penurias económicas.

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Nelson Chabay espera el pitazo final la tarde de la final ante San Martín, detrás suyo Lalo Vega, actual presidente, aparece abrazado con el Flaco Vivaldo. Foto: Archivo El Litoral

Treinta años después, el plantel se armó de la mano de un uruguayo. Vignatti había querido traer al Pato Fillol de entrenador, recuerdo. Pero más allá de buscar técnico, se decidió a traer buenos jugadores. Un personaje clave fue el “Buscapié” Rubén Cardozo, fanático sabalero, capaz de usar cualquier resorte político por Colón. Había traido a un grupo de uruguayos recomendados por Perfumo (Jorge González, Fariña, el “Ñaca” Vásquez y Juan Lugo, entre otros). Para esa campaña, hizo el esfuerzo de arrimar a dos jugadores clave en la campaña: el “Pampa” Gambier y el “Loco” González. Armó una defensa de lujo con Ibarra, Ameli (que vino de Central Córdoba donde jugaba de “8”), Kobistyj y Unali, a quien conocía de San Martín de Tucumán. Y sumó otros valores de mucho peso en el equipo, como Javier López, Kuzemka, Solbes (otro que conocía de Tucumán), Pedrito Uliambre, la aparición del entonces muy juvenil Tuca Risso y la respuesta de Leo Díaz en el arco, reemplazando al recordado Jorge Vivaldo, que fue el que arrancó de titular.

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El inolvidable grito de gol dibujado en el rostro del Pampa Gambier, figura del último ascenso.

Foto: Archivo El Litoral

Se me vienen a la mente muchas cosas. El golazo del “Polaco” Kobistyj en la cancha de Banfield a Talleres de Remedios de Escalada, arrancando de la mitad de la cancha y dejando medio equipo rival en el camino; el día que el “Loco” González fue a pegarle una cachetada en pleno partido al “Coco” Ameli frente a la platea oeste; la noche que Chabay lo puso al “Loco” de volante por izquierda —creo que en la vieja cancha de Quilmes— y el paraguayo se enojó; sus golazos en los clásicos; la intervención dirigencial para que no lo suspendan cuando lo habían echado con Almirante Brown, previo a un clásico; el golpe en el pecho que recibí de Chabay el mediodía del partido de ida con Godoy Cruz, en la semifinal, cuando me dijo: “¡éste es el partido, ahora sí vamos a ascender!” (fue 0 a 0 con un penal atajado por Leo Díaz y goleada de Colón en la vuelta).

Claro que ningún colonista se podrá olvidar del golazo de Chupete Marini en el partido de ida en la final con San Martín y su figura trepándose al alambrado para enloquecerse con los miles y miles de sabaleros que coparon la tierra de la caña de azúcar. Ni tampoco del 3-1 concluyente en la vuelta. Ni del festejo posterior, contenido durante casi quince años. Era el fin de tantas historias de amargo final.

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Chupete Marini, quien hizo un golazo en la primera final en Tucumán, festeja en el vestuario sabalero. Foto: Archivo El Litoral

José García, Julio Villar, Dady Bude, Alberto Candioti, Daniel Díaz y tantos otros que arrancaron y se fueron o que se sumaron después. Pero no quiero olvidarme de dos amigos del “Buche” Chabay por aquellos tiempos: Mariano Farías y Carlitos Rodríguez. Recuerdo una larga noche en Rafaela, en la casa del desparecido “Petete” Funes, hablando de fútbol con Chabay. O en el Quincho de Chiquito, cuando se jugaba la quinta o sexta fecha de ese larguísimo campeonato, y nos dijo a Darío Pignata y a quién esto escribe: “Tengo la defensa de Colón para jugar en Primera: Ibarra-Ameli-Kobistyj-Unali”, que era la que había elegido y que terminó descollando en la B. No se equivocó: se fue Kobistyj y llegó Montelongo. El resto fue la misma. Pero Mariano y Carlitos fueron laderos inseparables desde la primera hora de Chabay, una contención necesaria para el uruguayo. Y un último párrafo para un sabalero que desde el cielo mirará todo esto con la misma emoción de aquéllos momentos y el don de gente que lo distinguió: Omar Jullier.

 
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Dos emblemas de aquél equipo de Chabay: Pedrito Uliambre y el Loco González. Foto: Archivo El Litoral