EN LA RECIENTE EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE

Cine político en Mar del Plata

Cine político en Mar del Plata

“Eau argentée, Syrie autoportrait”. Es un documento sobre la tragedia siria surgido de la conexión entre dos cineastas. Foto: Gentileza producción

 

Roberto Maurer

Ya para cerrar esta serie de apuntes sobre el 29º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es oportuno consignar que en esta edición la sección “Ventana documental”, fue dedicada al cine político a través de una selección de documentales recientemente filmados. De los mismos, pudimos apreciar los siguientes.

“Casi amigas”. Describe el acercamiento en Israel de dos escuelas de sendas comunidades separadas por 67 km, aunque existe otra distancia, la que hay entre un establecimiento de educación religiosa y otro secular. Primero las alumnas se comunican por chat y luego se produce una visita, donde nace una amistad entre dos niñas de 12 años. Una es hija de palestinos, nacida en Israel y de religión musulmana, la otra pertenece a una familia judía ortodoxa, y se retrata la aparición de lazos afectivos en un estado de frescura virginal.

El film se pone cara a cara ante los prejuicios, el miedo y una intolerancia disimulada por un barniz civilizado de las familias judías y musulmanas, que, al fin, en muchos casos han convivido amigablemente como vecinos durante décadas.

“The overnighters”. O “Los pernoctadores”, que refiere a los trabajadores desempleados de todo Estados Unidos que llegan a un pueblo de Dakota del Norte donde ha florecido una industria petrolera que usa el tracking y demanda mano de obra. No tienen dónde establecerse mientras buscan empleo, y el pastor de una iglesia luterana instrumenta un programa para refugiarlos que es desbordado y sufre la hostilidad de los pobladores, sus propios feligreses, el periódico local y las autoridades municipales, que prohíben dormir en autos y alojarse en casas rodantes en estacionamientos.

Los emigrantes ofrecen testimonios desesperados, sus familias se destruyen, e insisten en sostener su dignidad de trabajadores y no ser considerados indigentes. El director Jesse Moss va más allá de la fracasada experiencia del pastor: ofrece un panorama cruel del estado de la sociedad norteamericana.

“La plaza”. Impedida de salir de su departamento por una enfermedad, la realizadora húngara Livie Gyarmathy tuvo la idea de filmar desde su ventana a una plaza y la gente que pasaba: con esas imágenes obtenía un borrador de una identidad urbana.

Esos registros fueron combinados con un curioso conflicto de implicancias políticos con foco en esa plaza, que se produjo cuando el alcalde del distrito 12º de Budapest en 2005 levantó un monumento para recordar a las víctimas civiles y militares de la Segunda Guerra Mundial en el cual se destaca el pájaro Turul. Es un ave legendaria de gran significado, porque está asociada al nacimiento mismo de nación húngara, un símbolo de todos, pero que fue apropiado por organizaciones antisemitas de los años 20 y 30.

El monumento inmediatamente desata una batalla de años de duración, donde las reacciones polémicas son acompañadas por atentados y desagravios, y manifestaciones de organizaciones filofacistas, hasta trasladarse a la justicia y el ayuntamiento, que ordenaron el desplazamiento del ave Turul, que el alcalde del distrito desobedeció.

Presente en la sala, la directora, vehemente, de más de 80 años de edad, dijo que el episodio se produjo por todavía hay heridas siguen abiertas en la sociedad húngara, y que los símbolos unen, pero también separan.

“Eau argentée, Syrie autoportrait”. Es un documento sobre la tragedia siria surgido de la conexión entre dos cineastas. La documentalista kurda Wiam Simav Bedirxan vuela a Homs, su ciudad, y filma su destrucción, en tanto el cineasta sirio Ossama Mohamed, desde su exilio en París, recopila videos clandestinos que sus compatriotas filmaron con celulares y subieron a Internet. Mientras las imágenes más horrorosas desfilan, las voces en off de ambos autores reflexionan sobre la guerra y el rol de los cineastas.

“El bosque”. Es el relato de un episodio poco divulgado de la Guerra Fría y casi llevado al campo de la comedia. En 1947, el mariscal Tito visitó Rumania y fue obsequiado con un cuadro de un importante pintor nacional del siglo XIX titulado “El bosque sin hojas”. Luego se produjo la ruptura de Tito con Stalin, y por lo tanto con Rumania. Años después, un crítico de arte comenzó a escribir una monografía sobre aquel pintor rumano, pero le faltaba la obra que había emigrado a Yugoslavia. Primero trata de ubicarla y luego inicia los trámites para obtener la fotografía del cuadro. Es una peripecia pintoresca de burócratas, policías e ignorantes, hasta que consigue el objetivo, pero al desmontar el cuatro se descubren micrófonos ocultos. El hallazgo es usado por Tito para deshacerse de su segundo, e iniciar una purga muy conveniente.

El remate del documental son imágenes terribles de la guerra de los Balcanes y de la caída del régimen rumano, tal vez incluidas para diluir el divertido clima de la película.

El director Sinisa Dragin, un serbio residente en Rumania, dialogó con el público después de la proyección y afirmó que no le interesaba el documental político en particular, y que su película, en cambio, era una demostración del “efecto mariposa”. Aquel inocente cuadro provocó una conmoción política que alteró el rumbo de la historia y fue causa de la guerra de los Balcanes, ya que permitió a Tito promulgar una ley de autodeterminación. Y... ¿dónde empieza el efecto mariposa?: ¿cuando el artista pintó el cuadro? ¿cuando la pintura fue llevada a Yugoslavia, o cuando el ensayista se empecinó en encontrar la obra? El realizador finalizó afirmando que era un modo de llegar al fondo de la existencia.